Fútbol, política y corrupción: ¿qué hacen con el dinero de todos?

¿Cuánto hubo de verdad en el partido del domingo? ¿Cómo asegurar que el supuesto error del árbitro no fue, en realidad, una contraprestación al mejor postor? ¿Qué jugadores jugaron drogados? ¿Cuáles estuvieron exentos de controles antidoping? ¿Cuál fue el partido arreglado de la fecha? ¿Cómo convencernos de que los barrabravas-delincuentes-asesinos no trabajan para ciertos dirigentes, sindicalistas o políticos? ¿Cómo descartar que existan dirigentes, entrenadores y hasta jugadores que se enriquecen gracias a negociados? ¿Cómo explicar que existan tantos clubes con sus cuentas en rojo?
¿Es que nadie ve las banderas que domingo a domingo blanquean la relación entre barrabravas-delincuentes-asesinos con la política? ¿Es que los dirigentes no saben quiénes son los barrabravas-delincuentes-asesinos que van a la cancha domingo tras domingo, o se presentan entre semana para apretar o pedir dinero?
Estas preguntas pueden parecer exageradas. Y tal vez lo sean. Pero también es verdad que en apenas un par de semanas un exárbitro, el máximo ídolo de la historia del fútbol argentino y el mandamás de la AFA, reconocieron públicamente la corruptela que los involucra. No sólo la denunciaron, sino que se autoinculparon. El árbitro contó cómo se arreglan los partidos. El ídolo habló de “café veloz”. El mandamás fue mucho más allá, y reconoció haber participado de la corrupción internacional del fútbol para que el “café veloz” no fuera detectado en el máximo ídolo.
¿Cómo no tener, entonces, derecho a dudar de prácticamente todo? Los tres, a su manera, con sus estilos y desde el rol que les toca asumir en este negocio, pusieron prácticamente todo en duda. O mejor dicho, confirmaron lo que hasta ahora era casi una certeza.
Tanto fue así, que ni siquiera sintieron que era necesario cuidar las formas. A tanto llegan la impunidad y la desfachatez, que pudieron gritar a los cuatro vientos que participan -o participaron- de la corrupción generalizada, sin sufrir consecuencia alguna; sin que nadie se sorprenda demasiado.
Se puede decir que la corruptela del fútbol -la que reconocen sus protagonistas- queda en una cancha, en las arcas de un club o en el bolsillo de algún corrupto. Pero lamentablemente la cosa no es tan sencilla.
Cuando el 17 de octubre de 2006 Emilio “Madonna” Quiroz disparó con una 9 milímetros hacia la entrada de la quinta de San Vicente -durante el traslado de los restos de Juan Domingo Perón- se supo que, además de sus vínculos con el camionero Hugo Moyano -presidente del PJ bonaerense-, estaba directamente relacionado con una facción de la barra brava de Independiente. Facundo Moyano -el hijo menor del sindicalista- fue noticia en junio de 2010 cuando recorrió el parque nacional sudafricano Pilanesberg, junto a barrabravas del mismo club.
Quiroz acaba de ser condenado, pero los jueces determinaron que no irá a la cárcel. Lo condenaron a dos años y medio de prisión en suspenso por “abuso de armas” en concurso ideal con daño calificado. Pero lo eximieron de los cargos de “tentativa de homicidio” e “intimación pública”, delitos con penas de seis años y medio de prisión, solicitados por el fiscal del caso.
La defensa, ejercida por el abogado del gremio de los Camioneros, adelantó que apelará porque su cliente es inocente de los cargos que se le imputan. Al parecer, las imágenes televisivas en las que millones de personas lo vieron disparar en vivo y en directo hacia la multitud fueron una mera ilusión. Creer o reventar.
El caso de “Madonna” es apenas una muestra de los vínculos entre el fútbol y la política.

Una cuestión de Estado
Existe otro mojón en esta historia de relaciones carnales. El 11 de agosto de 2009, la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, apareció junto al mandamás -ahora denunciado por algunos de quienes por entonces lo aplaudían- para anunciar el lanzamiento de Fútbol Para Todos. El 2 de septiembre de ese mismo año el gobierno comenzó a transferir fondos públicos al fútbol, al publicar en el Boletín Oficial el decreto 221/2009.
Es verdad que el acuerdo que la AFA y Televisión Satelital Codificada (STC) habían mantenido durante casi 20 años era prácticamente intolerable. “Ha nacido un nuevo orden dentro del fútbol argentino. Lo podemos hacer porque hemos sido escuchados y porque en ninguna mesa había una calculadora, sino que hubo sensibilidad para llevar el fútbol gratis a cada rincón del país”, dijo el presidente de la AFA.
Sin embargo, la calculadora sí era importante. Tanto fue así, que de los 300 millones de pesos anuales calculados originalmente, el gobierno pasó a destinar 600 y luego hasta 900 millones por año. La ecuación es políticamente perfecta: la gente mira fútbol de manera gratuita y el gobierno cuenta con una plataforma propagandística impresionante.
El meollo del asunto es que se trata de dineros públicos, generados por los impuestos que cada uno de los argentinos paga de su bolsillo desde el rol que le toca ocupar. Desde el 11 de agosto de 2009, el fútbol también pasó a ser cuestión de Estado en la Argentina, y los contribuyentes tienen derecho a saber qué se hace con el dinero que tributan.
¿Se compran árbitros con el dinero de los impuestos? ¿Se arreglan partidos? ¿Se paga a barrabravas-delincuentes-asesinos como mano de obra? ¿Se enriquecen dirigentes, entrenadores y futbolistas con los negociados? ¿Se compran pasajes a Sudáfrica a barrabravas-delincuentes-asesinos?
Estas preguntas pueden parecer exageradas. Y tal vez lo sean. Pero corresponde exigir respuestas, no sólo porque un exárbitro, el ídolo máximo del fútbol nacional y el mandamás reconocieron la corruptela, sino porque con las actuales reglas de juego, el Estado nacional también juega. Es que el Fútbol Para Todos, se hace con la plata de todos.

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Carlos Comi – Corrupción en el fútbol y las declaraciones de Javier Ruiz