Martes, marzo 19, 2024
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“Locomotora” Olivera, de tocar fondo a estar en el mejor momento de su vida

ESTA ENTREVISTA FUE PUBLICADA EN WWW.AIREDESANTAFE.COM.AR

Dice lo que siente y piensa. No mide demasiado sus palabras. Es franca, espontánea. El dolor que tantas veces enfrentó, parece haberse convertido apenas en un resabio de tiempos pasados.

Tocó fondo… no una, sino mil veces. Fue la mejor alumna, pero nunca la abanderada porque no tenía qué ponerse en los pies. Arriesgó su vida contra las mejores del mundo, pero apenas recibió un puñado de billetes. Hasta hace tres años y siendo campeona del mundo, vivía en una villa.

Le pegaron. Mucho. En el ring, sus contrincantes. Y fuera del ring, un hombre que la molía a golpes por el solo hecho de ser mujer.

Pero Alejandra “Locomotora” Olivera siempre supo que saldría de ese pozo. Y de tantos otros que el destino le puso en su camino. Hoy, asegura que atraviesa el mejor momento de su vida porque se siente plena, porque vive de su trabajo, porque al fin tiene su propio gimnasio, porque sueña con sacar campeones del mundo y de la vida y, sobre todo, porque por primera vez puede a sus dos hijos viviendo con ella.

Nada fue fácil, pero ningún escollo resultó suficiente como para frenar a esta mujer que supo convertir el dolor en fortaleza.

Este viernes 8 de noviembre, organiza un festival de boxeo en Piedras Blancas. Y no sólo lo hace para que sus alumnos puedan demostrar lo que saben, sino para recaudar el dinero necesario para abrir en diciembre un gimnasio en barrio Alfonso, al que los chicos de las villas de los alrededores puedan ir sin pagar un solo peso: “Quiero sacar campeones del mundo y de la vida. ¿Vos sabés lo que es salvar una vida?… ¿Tiene precio una vida?”, se pregunta Alejandra con insistencia.

– ¿En qué momento de tu vida estás?

– En el mejor momento de mi vida. Este año en mayo gané mi sexto título del mundo. Fue la primera pelea en la historia del boxeo femenino a 12 rounds de tres minutos.

Pateé el tablero del mundo femenino, porque según los reglamentos las mujeres pelean 10 rounds de 2 minutos. Yo desafié a todos y dije la mujer puede hacer lo mismo que el hombre, dejen de ser tan machistas.

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– ¿Sólo por eso es el mejor momento de tu vida?

– Traje a mis hijos a vivir conmigo a Santa Fe después de tantos años y cumplí mi sueño de tener un gimnasio.

Tengo dos varones que siempre vivieron en Córdoba. Pero ahora están conmigo. Logré tantas juntas este año que no lo puedo creer.

– ¿Qué te conmueve más, el sexto título o tener tu gimnasio y tus hijos con vos?

– Obviamente tener a mis hijos y mi gimnasio. Pero son dos cosas distintas. Una parte es lo que yo logré, es mi lucha, mi esfuerzo… mío, mío… y eso no me lo saca nadie.

Lo otro es el sentimiento de una madre, de tener a mis hijos conmigo, tener al fin mi gimnasio. Era una materia pendiente para mí, porque mis hijos se criaron con mi papá, con mi mamá y con mi hermana. A mí me veían cada dos o tres meses. A veces, cada seis.

Soy una mujer plena. Tengo todo. No me falta nada. Soy millonaria porque tengo todo lo que necesito: tengo a mis hijos conmigo y sanos, tengo para comer, tengo mi trabajo que amo porque ayudo a mucha gente a salir de la obesidad o la droga, tengo muchas amigas, tengo una perra que se llama Megan y sueño con sacar campeones del mundo y de la vida.

– ¿En algún momento tocaste fondo?

Sí, claro. Yo nací tocando fondo. Y varias veces toqué fondo. Primero porque nací en una familia muy humilde. No teníamos para comer. No teníamos para vestirnos. En El Carmen, Jujuy. Éramos siete hermanos y conocí lo que era tener un par de zapatillas de adolescente, cuando pude trabajar y comprármelas.

– ¿Y antes, qué?

– Alpargatas. Se me reían todo el tiempo en la escuela por las alpargatas, pero mi papá no podía comprarme más que eso. Y bueno… el desear un asado, el desear un helado, andar en auto, tener una bicicleta.

Claro que toqué fondo, pero siempre pensando que algún día iba a tener todo.

– ¿Siempre?

– Siempre. De chiquita yo pensaba que iba a tener todo, que mi vida no iba a ser así. Y para eso trabajaba.

¿Fuiste al colegio?

– Hice la primaria y la secundaria. Y era la mejor, pero no me dieron la bandera por ser pobre. Yo decía una lección y me tenían que decir basta. Me encantaba estudiar. Leía mejor que la maestra. Yo leía con expresión. Pero yo llegaba a la escuela en alpargatas, me faltaban botones porque era el mismo guardapolvo todo el año, con tierra y despeinada porque trabajaba en el campo.

La maestra me hacía pasar al frente y preguntaba: ¿A ustedes les parece que esto puede ser una abanderada?

– ¿Eso te pasó de verdad?

– Eso me pasó. Y es tremendo para un niño que le digan que por ser pobre no es el más inteligente. No tiene nada que ver una cosa con la otra.

– ¿Eso te rebeló y te hizo como sos, o siempre fuiste así?

– Fue eso. Fueron los golpes de la vida, las piedras que tuve en el camino me ayudaron a decir no me van a ganar, la pobreza no está en el bolsillo. Y ahora, que no me dieron la bandera de chica, represento a la bandera argentina en el mundo con el boxeo arriba del ring y me ven por televisión.

– ¿Cómo empezaste a boxear?

– Yo sufrí violencia de género. Me enamoré de muy chiquita. Mi hijo tiene 26 y yo tengo 41. A los 15 lo tuve. Y mi primera pareja que tenía 30 me pegaba.

Primero era un príncipe azul y cuando empezamos a vivir juntos porque quedé embarazada me pegaba, me pegaba, me pegaba. Y yo no quería vivir ese infierno y cuando él no estaba empecé a hacer gimnasia, abdominales, a ponerme fuerte, porque sabía que si me ponía fuerte podía devolverle la trompada que me daba… y eso fue lo que hice.

Un día agarré coraje y le pegué primero. Y ahí me separé. Eso fue lo que me hizo ver que me gustaba la adrenalina. Lo veía a Tyson como un negro salvaje y yo sentía que tenía una india adentro. Y quería sacarla pero en algo que fuera hermoso, como el deporte del boxeo.

– ¿En algún momento tocar fondo te generó bronca, odio, o siempre lograste canalizarlo de alguna manera?

– Me generó mucho dolor. Cuando comencé a boxear me decían de todo. O me pegaban muchísimo. Yo tenía dolor. Por todo lo que me pasó en la vida, tenía mucho dolor y bronca. Nadie puede decir que no siente bronca. Y saltaba la soga. Y en vez de hacer 500 abdominales hacía 1.500. Y en vez de saltar 10 minutos saltaba 40 minutos.

Me levantaba a las 2 de la mañana, corría el colchón que tenía en el piso, y me ponía a hacer gimnasia. Vivía en una piecita chiquita con mis hijos. Tenía que parar el colchón contra la pared porque si no, no entraba. Y hacía gimnasia. Tiraba piñas, hacía sentadillas, flexiones de brazos, abdominales, caminaba con las manos… me levantaba y entrenaba para sacarme el dolor y para no llorar.

– ¿No llorabas?

He llorado mucho, pero ahora hace años que no lloro. Lágrimas, hace muchos años que no.

– ¿Le tenés miedo a algo?

– Antes le tenía miedo a la muerte, pero Brusa me enseñó que no hay que tenerle miedo. Recuerdo que él estaba muriendo de neumonía, internado, con 89 años. Hacía un mes que habíamos ganado el cinturón y yo tenía que pelear. Yo sentía que no podía morirse en ese momento. Yo lloraba a su lado en Terapia Intensiva y él se larga a reír.

Me preguntó por qué lloraba. Y yo le pregunté de qué se reía. Y me respondió que se reía porque yo también me iba a morir algún día. Y entonces dijo: “No llorés. Morir es tan natural como nacer”… Y me dio una enseñanza de vida.


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