Si me voy, que nada quede

El principal espacio opositor no peronista se esfumó antes de comenzar la carrera electoral del año que viene. Aunque les cueste aceptarlo, aunque intenten disimularlo, aquello que hasta ayer se conocía como Acuerdo Cívico y Social, ya no existe.
Dicen que en política nadie muere, que hasta el más vituperado, denostado y hasta pisoteado de los hombres contará con la siempre latente posibilidad de resucitar cuando las circunstancias se transforman. Y las circunstancias pueden modificarse por decisión o, simplemente, porque el paso del tiempo, el destino o el azar deciden que así ocurra.
El ejemplo reciente y más claro de resurrección en la política argentina fue Raúl Ricardo Alfonsín. Un hombre que resucitó definitivamente el día de su muerte. Un dirigente que debió acelerar su salida del poder porque durante aquellos interminables meses finales de su gobierno era lo más parecido a un muerto-político gobernando.
Y si la posibilidad de resurrección existe para los hombres, también rige para los grupos o sectores que ellos conforman. Por eso no se puede descartar que, tarde o temprano, quienes hasta ayer conformaron el Acuerdo Cívico y Social aparezcan posando en alguna foto sonrientes e intentando disimular lo ocurrido.
Elisa Carrió suele apelar con llamativa frecuencia a términos místicos o religiosos tales como “milagros” o “resurrección”. Sin embargo, en este caso “Lilita” parece haber tomado todos los recaudos a su alcance para extinguir las posibilidades de que algún hecho milagroso logre resucitar al Acuerdo Cívico.
Es que ella no sólo se alejó del sector sino que, al hacerlo, eligió las palabras adecuadas como para pulverizarlo. Si me voy, que nada quede. Ésta parece haber sido la lógica de Carrió.
La carta por ella escrita para anunciar su partida comienza con un trato respetuoso y hasta maternal -otra característica de su estilo discursivo-: “Queridos Gerardo, Mario, Ricardo y Ricardito” -es decir, Gerardo Morales, Mario Negri, Ricardo Gil Lavedra y Ricardo Alfonsín-. Hoy por hoy -lo que llamativamente implica dejar un resquicio para su retorno- no estoy en el Acuerdo Cívico”.
Carrió advierte que no está dispuesta “a volver a transitar el fracaso estrepitoso de la Alianza”. Y se trata de una advertencia lógica, respetable y hasta saludable, pues la historia reciente del país demostró que de poco sirve ganar una elección a cualquier precio, incluso amontonando dirigentes con distintos pensamientos con el solo objetivo de sumar votos para derrotar al contrincante de turno -antes Menem, hoy Kirchner-. Tarde o temprano, a la hora de gobernar las fisuras aparecen.
Sin embargo, en apenas una línea de su carta, Carrió utiliza tres términos que destruyen desde los cimientos lo que pudo haber quedado en pie del Acuerdo: dice que la Coalición Cívica está formada por una generación de jóvenes “que no toleran el cinismo, el pacto, ni la corrupción”.
Seguramente en este sector político hay cínicos, corruptos y dispuestos a “pactar”. Como los hay en el kirchnerismo, en el radicalismo, en el peronismo federal, en Proyecto Sur, en el macrismo, en el socialismo. También los hay en el barrio, en el club, en la iglesia, en los colegios profesionales, en el lugar donde cada uno trabaja todos los días.
Carrió hizo bien en alejarse de un lugar donde no se sentía cómoda, ni se sentían cómodos con ella. Sin embargo, existen otros modos de hacerlo, pero ella eligió irse dejando una bomba activada, cuyas esquirlas no sólo salpican a los corruptos y cínicos, sino que inevitablemente hieren a los que no lo son.
Carrió no sólo se apartó del Acuerdo, sino que se encargó de destruir lo que de él pudiera quedar. Es que existen palabras de las que no hay retorno.
Y aunque esté latente la posibilidad de que tarde o temprano aparezca la foto de políticos sonrientes e intentando disimular lo ocurrido, la credibilidad de la escena estará herida de muerte.
“Lilita” hizo todo para que, en este caso, no existan milagros, ni resurrecciones. Si me voy, que nada quede. Ésta parece haber sido su decisión