Esta nota fue publicada en Aire Digital.
Al menos por un tiempo, nada será igual en la provincia de Santa Fe desde el preciso momento en que la Cámara de Senadores avaló la decisión de uno de los suyos de ampararse en los fueros para evitar ser imputado por un delito que, probablemente, lo vincule de manera directa con el juego clandestino e, indirectamente, con el narcotráfico.
Puede que el senador Armando Traferri sea inocente de los cargos que los fiscales Matías Edery y Luis Schiappa Pietra le achacan. Sin embargo, el modo en que actuó desde el preciso momento en que estos fiscales lo convocaron en la ciudad de Rosario para explicarle cuál es su situación, no hizo otra cosa más que acentuar las sospechas. Sobre todo, si como dicen los investigadores el senador de San Lorenzo mintió descaradamente al asegurar que conoció al líder del juego clandestino en la provincia, Leonardo Peiti, en 2019.
Existen indicios claros de que esto no es verdad y que, al menos desde 2017, ambos mantenían contactos. Si un dirigente político miente -como afirman los fiscales- en un dato tan relevante, ¿por qué no suponer que ésta no sea su única falacia?
Desde el viernes 18 de diciembre, cuando el Senado evitó dejar sin fueros a Traferri, cada hecho de sangre y violencia vinculado con el dinero sucio, el juego clandestino o el narcotráfico en la provincia de Santa Fe, traerá irremediablemente a la memoria colectiva lo que sucedió en ese recinto. Y mal que les pese a los políticos santafesinos que intentan mantener una conducta decorosa, la primera reacción del ciudadano común será responsabilizar a “la política” de protegerse a sí misma.
El mismo Traferri, conocedor profundo de estas reglas de juego, se encargó de arrastrar a todos al lodo.
Luego de dos semanas frenéticas de un escándalo que atravesó a cada uno de los poderes de esta provincia, llega el momento de analizar si hubo vencedores y vencidos.
Primera paradoja: desde el punto de vista de “la política”, quizá el senador Armando Traferri pueda ser considerado el gran ganador porque logró lo que se propuso, dejó en claro cuál es su espacio de poder y se las ingenió para implicar a cada uno de los poderes públicos en este escándalo. Sin embargo, desde el punto de vista del ciudadano común, el nombre de Armando Traferri estará a partir de ahora irremediablemente vinculado con la sospecha. Parece un contrasentido, pero es una clara muestra de la desconexión que existe entre ambos mundos.
A la hora de defenderse, Traferri hizo hincapié en su larga trayectoria política de 31 años y en las numerosas elecciones que ganó.
Se trata de un argumento falaz. De hecho, algunos de los dirigentes más corruptos de este país llevan décadas siendo reelegidos. En ocasiones, la desfachatez, el engaño y la demagogia se convierten en poderosas armas para llegar al poder y para perpetuarse en él. La historia argentina y del mundo está plagada de ejemplos en este sentido.
Un vendaval que perjudicó a todos
La verdad es que en este verdadero escándalo perdieron todos.
El gobierno. Incluso antes de que Omar Perotti asumiera como gobernador, Traferri y los suyos se encargaron de recordarle que ciertos espacios de poder resultan innegociables. Desde entonces las relaciones fueron tirantes. Nadie puede negar que -como dijo Traferri- en reiteradas oportunidades el ministro de Seguridad, Marcelo Sain, hizo fuertes denuncias contra el senador de San Lorenzo y que el gobierno hubiera observado complacido la caída de Traferri.
Si bien los únicos cuatro senadores que votaron a favor de quitarle los fueros a Traferri son los integrantes del flamante sector “Lealtad”, afín a la Casa Gris, el ciudadano común no distingue entre bloques, sub bloques e internas palaciegas. La conclusión de lo sucedido en el Senado es, simplemente, que la política protegió a la política. Ciertamente puede resultar injusto, pero así son -lamentablemente para algunos- las reglas del juego. Y Traferri pareció sentirse muy a gusto con esas reglas.
Las heridas abiertas generarán a partir de ahora dificultades extras para la gestión Perotti en el momento de aprobar determinadas leyes. Lo sucedido confirma y profundiza la atomización del peronismo.
La oposición. Conocedor de las reglas de juego de la política, Traferri envió una nota al presidente de la Cámara de Diputados, Miguel Lifschitz, pocas horas antes de la votación en el Senado. Nadie podía quedar al margen de la tormenta. Mucho menos, el principal referente opositor.
Tanto es así, que en conferencia de prensa Traferri se encargó de decir que con los exgobernadores socialistas Antonio Bonfatti y Miguel Lifschitz le resultaba más sencillo mantener relaciones cordiales. No parece que Lifschitz pensara de la misma manera, ya que en su momento afirmó que era hora de “terminar con la extorsión y el chantaje del Senado” en la provincia de Santa Fe.
En las últimas horas, el bloque de diputados socialistas emitió un comunicado: “Es imperioso que todos los representantes de los poderes del Estado -en este caso Traferri- se pongan a disposición de la Justicia sin condicionamientos ni privilegios de ningún tipo… Estos son los momentos en los que la política debe dar un claro mensaje a la sociedad y estar a la altura de las circunstancias…”.
Sin embargo, ninguno de los senadores que conforman el Frente Progresista Cívico y Social votó a favor de retirarle los fueros al senador de San Lorenzo. Otra vez, para la oposición no será sencillo quedar al margen del escándalo.
La Justicia. Armando Traferri no sólo envió una nota a Miguel Lifschitz antes de la votación, sino que hizo lo mismo con el presidente de la Corte Suprema de Justicia de Santa Fe, Rafael Gutiérrez. El nombre de Gutiérrez había aparecido en las declaraciones del exfiscal -ahora detenido- Gustavo Ponce Asahad. Sin embargo, de ninguna manera estos dichos alcanzaron para plantear un grado de sospecha cierta sobre el titular del Máximo Tribunal. Pero la estrategia de Traferri no podía permitirse dejar fuera de esta historia al hombre fuerte de la Justicia.
Por otro lado, es verdad que las sospechas pesan sobre algunos integrantes del Ministerio Público de la Acusación, que dos exfiscales rosarinos están detenidos por cobrar coimas del juego clandestino e integrar esta asociación ilícita y que otros están siendo investigados por conductas dudosas.
Los santafesinos. Lo sucedido durante las dos últimas semanas en Santa Fe representa un verdadero mazazo para una provincia que, desde hace al menos dos décadas, se convirtió en un verdadero río de sangre. Es verdad que el narcotráfico opera en todo el país y que existen nichos de corrupción profunda en otras provincias. Sin embargo, sería de necios negar que Santa Fe lidera los índices de homicidios relacionados con enfrentamientos de bandas organizadas, que pelean por el dinero sucio del narcotráfico y del juego clandestino -Los Monos lograron manejar parte del juego en Rosario-.
El escándalo político de los últimos días profundiza el convencimiento de que nada de esto es casual. De que irremediablemente existen complicidades y que este esquema delictivo sólo puede sostenerse bajo el amparo y la participación de estructuras de poder -político, judicial, empresarial y económico- fuertemente enraizadas y dispuestas a enfrentar cualquier intento de cambio.
A la hora de defenderse, Traferri apostó por arrastrar a todos hacia el fango donde parece sentirse cómodo. Y salvo contadas excepciones, los resultados indican que logró lo que quería.
Más allá del desenlace final de este capítulo, lo sucedido sacó a la luz la verdadera tragedia de la provincia de Santa Fe: o se logra romper este entramado y desarticular al poder que opera en las sombras, o el futuro está condenado a ser aún peor que este presente sombrío.