Seducidos por la trampa

Primero fue uno. Luego otros lo imitaron. Al poco tiempo, la infracción se había convertido prácticamente en la regla.

Una de las noticias más leídas en lt10.com.ar durante esta semana, fue la que describía cómo numerosos automovilistas encontraron la manera de acortar camino generando un sendero alternativo para unir ambas manos de la autopista Santa Fe-Rosario, mediante una maniobra temeraria frente al predio del club Colón.

En la misma zona, otros no dudan en descender en contramano de un puente e ingresar así a la autopista. Y a un par de kilómetros de ese lugar, muchos circulan en contra del sentido permitido, con la simple intención de evitar los 100 metros de una rotonda.

Todos saben que está mal lo que hacen. Pero lo hacen igual. Quienes no dudan en violar las normas, probablemente se quejen con frecuencia sobre los problemas del tránsito en la ciudad.

Eduardo Levy Yeyati es ingeniero, economista, escritor, decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella e integra el Cippec. Acaba de publicar en el diario La Nación una columna titulada “La cultura del cambio cultural”. Y vale la pena replicar algunos párrafos.

“Es más difícil ver a un albanés en Berlín sin cinturón de seguridad, que a un alemán manejando sin cinturón en Tirana…”.

Para trazar un parangón, podríamos decir que es más difícil encontrar un argentino tirando un papel en las calles de Miami, que a un estadounidense tirando un papel en Buenos Aires.

Levy Yeyati continúa:

“Las conductas sociales son, por definición, plurales. Dependen en gran medida de lo que es aceptado por la mayoría… Por eso en un país como el nuestro, plagado de conflictos de interés, en el que se discuten estrategias de evasión en la sobremesa del asado, resulta difícil combatir la informalidad, modificar el espíritu prebendario, la propensión al acomodo, al curro. Por eso cuesta tanto encontrar ejemplos reales de estos cambios virtuosos”.

Levy Yeyati no podría explicarlo mejor. Y frente a este fenómeno, la Argentina se encuentra ante a un problema cultural profundo, que conduce a una suerte de pulsión autodestructiva colectiva.

Se critica con frecuencia la corrupción en la política y en los negocios – la Causa de los Cuadernos demostró claramente que difícilmente un fenómeno pueda sostenerse sin el otro-.

Sin embargo, ¿cuántas veces se avala al político o al empresario ladrón al argumentar que roba, pero es muy inteligente?, ¿cuántas veces se habla del político o del empresario “hábil”, cuando en realidad se está haciendo referencia al político o al empresario corrupto?

En la Argentina, hasta parece haber cierta admiración por quienes logran sus metas mediante atajos falaces. No importa que se trate de acortar camino en una autopista, de llegar al poder o de enriquecerse en tiempo récord mediante conductas fraudulentas a la hora de hacer negocios. La trampa suele generar un adictivo poder de seducción.

Una sociedad que reclama un país mejor, pero avala el fraude y la ilegalidad como métodos para alcanzar los objetivos, está condenada al fracaso. El autoengaño, solo puede ser útil para mitigar la culpa o para guardar las apariencias.

Quizá resulte un lugar común, pero lo que suele suceder en los estadios de fútbol podría ser tomado como un reflejo de lo que ocurre con esta sociedad.

El sociólogo Pablo Alabarces habla de “la cultura del aguante” cuando hace referencia a la relación entre la barra brava (los malos) y el resto de los hinchas (los buenos):

“Es cierto que hay sujetos entrenados para la violencia. Pero funcionan porque lo hacen en el contexto de una cultura donde la violencia está consensuada. Tener aguante está bien y no tenerlo está mal. Es así de sencillo…. Hay un orgullo comunitario en el aguante”.

En definitiva, el mayor de los problemas de la Argentina no es económico, político, ni histórico. Tampoco se sostienen las ficciones de oscuros intereses internacionales que apuestan por nuestro fracaso. La Argentina continuará involucionando mientras no se produzca un verdadero cambio cultural.

Concluye Levy Yeyati: “Se suele decir, y queda bien, que el cambio cultural (esa muletilla ya casi condenada a un prematuro ostracismo) empieza por uno mismo, como un ejercicio en primera persona. Pero la cultura es plural y para modificarla es imprescindible un ejercicio de cooperación”.

Al menos por ahora, no se vislumbra cambio alguno en este sentido. La trampa sigue resultando seductora. Y así, más allá de espejismos pasajeros, el futuro no tiene por qué ser mejor que este  presente.


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