El día que Marcelo Alvarez iba a contar su verdad

Marcelo Alvarez, exintendente de Santa Fe

 

 

Durante los últimos años, el exintendente Marcelo Alvarez repetía insistentemente que una vez que se conociera la sentencia de la Causa Inundación, estaría dispuesto a hablar para dar a conocer su verdad sobre la tragedia que abatió a la ciudad de Santa Fe a fines de abril de 2003.

Si Alvarez realmente tenía algo importante para decir y si cumplía con su compromiso de hablar, hoy -1 de febrero de 2019- hubiese sido el día de sus revelaciones. Sin embargo, escuchar su voz ya no será posible. La muerte lo alcanzó el 9 de abril de 2018. Es decir, 9 meses y 3 días antes del momento esperado.

Jamás sabremos si aquella verdad existía. Tampoco si hubiese cumplido su promesa. Pero tenemos el derecho a suponer que en algún lugar, habrá personas que hoy respiran aliviadas al saber que ya no habrá otras verdades.

La sentencia de la Causa Inundación era un final cantado. Ningún juez de la ciudad de Santa Fe se hubiera animado a estampar su firma diciendo que estaba prescripta. Y frente a estas circunstancias, se sabía que por el delito de estrago culposo nadie iría a prisión.

Según el Código Penal, la pena máxima por este delito es de 5 años. Pero el juez condenó a Ricardo Fratti y Edgarlo Berli a 3 años. Para que fueran a la cárcel, hubiera sido necesaria una condena de al menos 3 años y 1 día. Es decir, el Dr. Luis Octavio Silva resolvió aplicar la mayor condena posible, evitando que alguien termine en prisión.

Seguramente el tercer condenado hubiera sido Marcelo Alvarez, procesado por el mismo delito que Fratti y Berli.

Debieron pasar 15 años, 9 meses y 3 días para que se conociera la condena. Tanto tiempo, que la muerte no solo alcanzó a uno de los acusados, sino a muchos de los que sufrieron las peores consecuencias de aquella catástrofe.

Como suele suceder en este tipo de causas, a lo largo del proceso se produjo una sombría combinación de planteos jurídicos, medias verdades, ingerencia política, miedos, compromisos, miserias, ineficacia y descomunales intereses en juego.

Es cierto que se trató de un fenómeno climático extraordinario -se hablaba de una recurrencia de 600 años, aunque el tiempo demostró que aquello se trató de una exageración- , pero también es verdad que los funcionarios de aquel entonces sabían que una obra de defensa había quedado inconclusa. Ese anillo defensivo sin terminar solo contribuyó a agravar las consecuencias de la catástrofe.

Nadie asumió la decisión de evacuar a la gente de los barrios que iban a ser los más afectados. En primer lugar, porque cuando tomaron conciencia del nivel que alcanzaría el agua dentro del casco urbano era demasiado tarde. Y aunque hubieran intentado una evacuación masiva, la ciudad no estaba preparada para reaccionar frente a semejantes circunstancias.

No existían planes de contingencia, las escasas bombas instaladas para desagotar el agua de la ciudad ni siquiera funcionaban adecuadamente y los políticos de entonces estaban demasiado preocupados por las elecciones que se avecinaban.

Lo sucedido en abril de 2003 fue la mayor tragedia de la historia de esta ciudad. Pero lo que vendría después no sería mucho mejor: una sentencia que llega después de 15 años, 9 meses y 3 días, suena a Justicia denegada.

Por los motivos más diversos, expedientes vinculados directa o indirectamente con este caso pasaron por demasiadas manos: el fiscal Ricardo Favaretto, el juez Diego de la Torre, el juez Jorge Patrizi, el fiscal Norberto Nisnevich, el juez Orlando Pascua, los fiscales Mariela Jiménez y Jorge Andrés, el juez Gustavo Urdiales, el juez Cristian Fiz, los camaristas Roberto Prieu Mántaras, Jaquelina Balangione y Roberto Reyes, la jueza María Amalia Mascheroni, los jueces Juan Oliva, Hugo Degiovanni y Mario Balestieri, el juez Octavio Silva y, por supuesto, los ministros de la Corte Suprema de Justicia, quienes debieron resolver en distintos planteos presentados por los abogados defensores.

Sería injusto negar que hubo funcionarios judiciales que intentaron que la causa avance con mayor celeridad. Pero hubo muchos otros que difícilmente puedan defender sus dudosas actitudes.

Durante años Marcelo Alvarez repitió entre personas de confianza que hablaría una vez que la causa concluyera. Hoy era el día, pero ya no puede hacerlo. Si realmente tenía algo importante para contar, se equivocó al haber callado.

Y algunos, seguramente, hoy respiran aliviados.


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