Lo de anoche fue, literalmente, una marea humana. Desde lo alto, se observaba una masa homogénea de manifestantes. Las imágenes aéreas de la Av. 9 de Julio en Capital Federal -y de otros puntos del país- reflejaron de manera incontrastable lo que estaba sucediendo. Eran muchos, llegaban desde distintos lugares, lo hacían respetuosa y pacíficamente, más allá de algunas excepciones puntuales. Es verdad que había mucha clase media, pero circunscribir lo ocurrido exclusivamente a este sector social sería recortar la realidad de manera caprichosa y falaz.
Sin embargo, cuando el punto de vista del observador comenzaba a descender, acercándose hasta confundirse con los participantes de la movilización, la percepción de homogeneidad empezaba a tambalear. Allí, al nivel del suelo y en medio de esa marea humana, resultaba evidente que los motivos de los reclamos eran mucho más heterogéneos de lo que parecía desde lo alto: la inseguridad, los cortes de luz en Buenos Aires, el cepo al dólar, los sueños re-reeleccionarios, la fragata Libertad, Boudou y la corrupción protegida desde el poder, la soberbia, el relato mentiroso, la inflación, las clases magistrales transmitidas por cadena nacional. Y la lista continuaba.
Pensando en el futuro del país, este fenómeno de fragmentación no resulta un tema menor. Es que, mientras el kirchnerismo duro sabe lo que quiere y tiene perfectamente planificado cómo alcanzar sus objetivos, da la sensación de que el resto de los argentinos apenas sabe qué es lo que no quiere.
Están cansados, agobiados, enojados y, en algunos casos, desencantados. La pregunta clave es si con esto alcanza como para torcer la realidad.
Mientras sólo estén unidos por aquello que rechazan, seguramente resultará un movimiento inconsistente. Seguirán siendo una marea humana, pero sin rumbo definido. No es lo mismo un colectivo social o político, que la suma de individualidades o de reclamos sectoriales.
Resulta imperioso en la Argentina el surgimiento de dirigentes capaces de ejercer liderazgos, de generar propuestas confiables, de aglutinar voluntades y de brindar esperanzas frente a tanto malestar y escepticismo. Por ahora, y a pesar del 8N, ésta sigue siendo una deuda pendiente.
De todos modos, lo de anoche resultó positivo por distintos motivos. Entre ellos, porque fue una muestra de ejercicio democrático, porque representó un límite simbólico para un gobierno demasiado propenso a la autocracia, porque demostró que “la calle” no pertenece a un sector político y porque dejó en claro que el relato jamás podrá estar por encima de la realidad.