Los chinos comienzan a indignarse por la contaminación del aire. No es un fenómeno nuevo, han vivido entre brumas tóxicas durante décadas, pero la persistencia de la última oleada está marcando un punto de inflexión.
Ya no pueden más y exigen que su gobierno actúe de inmediato contra un aire que, más que darles la vida, se la quita.
Seis semanas llevan los medidores de Beijing reportando niveles superiores a los 400 puntos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) establece en 50 el límite considerado seguro, y a partir de 300 es calificado como “muy peligroso”.
Ayer, el gobierno de Beijing, la megalópolis de 20 millones de personas, les pidió que se quedaran en sus hogares y no hicieran tareas al aire libre.
La alarma saltó cuando en la capital china se alcanzaron los 900 puntos a principios de enero, 18 veces el máximo de la OMS, y la situación continúa siendo crítica. La visibilidad es nula: las puntas de los rascacielos desaparecen, todo luce un color ocre borroso y el carbón impregna la ropa y las fosas nasales. El malestar físico y los mareos se multiplican. En las peores jornadas, los hospitales recibieron hasta 7.000 pacientes con dificultades pulmonares.
El gobierno chino, arrinconado por la presión social, decidió por fin reconocer que el noreste de China sufre un grave problema de polución. Esta semana, el gobierno de la capital ha cerrado temporalmente 103 fábricas altamente contaminantes y ha sacado de las calles el 30{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} de los vehículos oficiales. También ha recomendado a su población máxima precaución, en una concesión muy inusual.
El gran peligro de la contaminación del aire en Beijing es la elevada presencia de partículas PM2.5. Hasta hace unos meses, China sólo computaba las partículas PM10 o aquellas que miden entre 2.5 y 10 micrómetros (humo, polvo, residuos de las fábricas). Esas partículas, si bien peligrosas, no son críticas para la salud. Sí lo son las PM2.5, cuyo diámetro es ínfimo (30 veces menor que un cabello humano) y constituyen un enorme riesgo porque ingresan en la corriente sanguínea y se instalan en los pulmones. El monóxido de carbono expulsado por los autos es uno de sus principales exponentes, además de otros metales pesados producidos por las plantas químicas y la quema de combustibles fósiles como el carbón, una fuente de energía sobreexplotada en el país.
“En los últimos cinco años consumimos un 44{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} del carbón mundial, y a finales de 2011 alcanzamos ya la mitad. Sólo en el noreste de China se quema un cuarto del carbón de todo el planeta. Si seguimos así nunca podremos superar ese problema. La sociedad no debería ser quien paga el precio del crecimiento desmedido”, advierte Zhang Rong, experta en contaminación de Greenpeace en Beijing.
Los problemas respiratorios entre agricultores y granjeros son mucho peores que entre la población urbana, aunque ellos no computan porque rara vez acuden al médico (es demasiado caro). En la provincia de Hebei, que rodea la capital y es origen de gran parte de la ingesta de carbón, las concentraciones de PM2.5 eran ayer de 900, mientras en Beijing se registró 517, “más allá del límite”, según la embajada de Estados Unidos. La OMS recomienda que el PM2.5 no supere un nivel de 20 diarios. Ayer, pues, decenas de millones de personas introdujeron en sus pulmones entre 25 y 40 veces la cantidad de micropartículas tóxicas considerada segura.
“El gobierno está aplicando nuevas políticas, pero aún es pronto para saber si serán suficientes. Al menos han reconocido que existe un problema y que seguir así es insostenible. China no puede permitirse los perjuicios para la sociedad y el enorme coste medioambiental que implica el actual modelo de crecimiento económico. El gobierno debe cambiarlo, no le queda otra alternativa”, indica Xu Nan, subeditora de la revista medioambiental China Dialogue.
Esta lacra también está pasando factura en la economía. En una encuesta elaborada por el Banco de China, la pobre calidad del aire es una de las principales razones que esgrimen los multimillonarios chinos para emigrar a otro país. (David Brunat, para Clarín).