Los desafíos generados por las nuevas tecnologías se multiplican de manera exponencial. Los avances se producen en forma tan acelerada, que las respuestas desde el mundo de la política, la sociología o la cultura parecen llegar irremediablemente tarde.
Más de 400 millones de personas forman parte de Facebook, la mayor red social del planeta. Pero ésta no es la única red con tales características y, seguramente, en poco tiempo será superada por nuevas invenciones que la condenarán a transformarse en apenas una reliquia virtual.
Como ocurre con cualquier herramienta creada por el intelecto humano, las nuevas tecnologías no son buenas o malas en sí mismas. Todo depende de los objetivos con los que se las utilice. En este sentido, no existen demasiadas diferencias entre un martillo concebido durante la Edad de Piedra, la invención de la pólvora o el descubrimiento de la energía atómica.
Sin embargo, lo novedoso radica en la velocidad de los cambios y el alcance masivo-universal de las nuevas herramientas tecnológicas.
El pasado fin de semana, el diario estadounidense The New York Times publicó un informe en el que se destaca que la brecha tecnológica ya no puede medirse en generaciones, sino que se producen diferencias “minigeneracionales”.
Si bien resulta habitual hablar del abismo que separa a padres e hijos en cuanto al uso de la tecnología, este quiebre comienza a vislumbrarse, incluso, entre jóvenes universitarios y sus hermanos menores que transitan la escuela secundaria.
Según Brad Stone, periodista norteamericano especializado en temas tecnológicos, los chicos nacidos en 2010 sólo van a conocer un mundo con libros digitales, chats con video vía Skype y videojuegos para su edad en el iPhone; aparatos con los que no crecieron los niños que nacieron pocos años antes.
El alcance masivo de las nuevas tecnologías está probado desde hace tiempo. Durante las últimas semanas, en la Argentina se abrió un debate luego de que centenares de miles de alumnos de todo el país acordaran una “rateada masiva” a través de Facebook.
En cuestión de horas, la iniciativa de un puñado de chicos se extendió por todas las provincias y llegó a millones de cibernautas. La vieja “rateada” se convirtió en tema nacional y encendió una luz de alerta, pues quedó en claro que los estudiantes -como cualquier otro grupo social- tienen ahora la capacidad de organizarse para cuestiones mucho más importantes que la simple travesura de no ir a clases.
El desafío está planteado y ya nadie podrá hacerse el distraído. Los principales actores sociales -gobernantes, educadores, intelectuales, por mencionar sólo algunos- tienen ante sí una enorme responsabilidad. Sin embargo, no son los únicos, pues los padres deberán reaccionar adecuadamente ante circunstancias para las que no fueron preparados.
Aun sabiendo que las respuestas a estas nuevas realidades pueden estar condenadas de antemano a llegar tarde, ya no será posible seguir actuando como si nada hubiera cambiado.