El asesinato del comerciante Alfredo Segado -ocurrido durante la mañana del pasado 30 de septiembre- impactó con fuerza en la ciudad. Aquel domingo, la noticia corrió con una rapidez sorprendente y confirmó la preocupación que la sociedad arrastra desde hace años por los hechos de inseguridad que se repiten de manera cotidiana.
Cuando todo parecía indicar que el caso estaba resuelto, la investigación preliminar realizada por la Justicia acaba de determinar que, al parecer, no existen sospechosos individualizados. Dicho en otras palabras, durante más de diez días un inocente estuvo sindicado como el supuesto autor del asesinato porque, antes de morir, Segado alcanzó a verlo y, según todo indica, a confundirlo con el homicida.
Sin embargo, la investigación judicial logró determinar que el supuesto criminal -quien ya recuperó su libertad- había sufrido un accidente de tránsito minutos antes de que el comerciante fuera asaltado y baleado por un delincuente que hoy permanece en el anonimato.
Lo ocurrido debería servir de lección para todos.
Por un lado, para ese amplio sector social que, agobiado por la inseguridad, tiende con demasiada facilidad a reclamar mano dura y justicia expedita, sin caer en cuenta de que un error puede significar la condena de un inocente.
También los organismos de seguridad deberían tomar lo ocurrido como un verdadero aprendizaje. De hecho, con preocupante frecuencia ocurre que, fuentes policiales, dan por resueltos casos delictivos resonantes, cuando apenas se ha logrado reunir un puñado de indicios y pruebas poco convincentes y, mucho menos, concluyentes.
La experiencia de la causa Segado también debería servir de llamado de atención para la prensa. En este caso, afortunadamente, los medios en general resguardaron la identidad del supuesto homicida. Pero no siempre ocurre lo mismo.
Un ejemplo resonante de cómo los medios periodísticos suelen condenar antes de tiempo a un inocente se produjo en el caso de Candela Sol Rodríguez, la niña de 11 años que fue secuestrada el lunes 22 de agosto de 2011 cerca de su casa en Hurlingham, y hallada muerta nueve días después a 30 cuadras de su domicilio.
En aquel momento, numerosos medios importantes de Buenos Aires publicaron fotos (de frente y perfil) de un hombre peruano que vivía cerca de la casa de la niña asesinada. “Este es el acusado de matar a Candela Rodríguez”, decía uno de los titulares. Las imágenes se repitieron en programas periodísticos de televisión.
Aquel hombre nunca fue condenado por la Justicia, pues se confirmó que no había tenido relación directa con el homicidio. Sin embargo, ya había sido condenado por algunos medios que, por otra parte, lograron acceder a las imágenes del supuesto homicida gracias a filtraciones policiales o del poder político.
El caso Segado continúa, entonces, sin haber sido resuelto.
El trabajo de la Justicia recién comienza. La incertidumbre de la familia y la asfixiante sensación de inseguridad, siguen dolorosamente presentes.