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La profecía autocumplida de Carlos “El Tata” Baldomir

De un lado de la sala, los jueces. Del otro, los periodistas apuntándole con sus cámaras. El jueves 25 de julio de 2019, poco después de las 9 de la mañana, Carlos Manuel Baldomir hizo lo que siempre supo hacer cuando se encontró acorralado: levantó sus brazos intentando protegerse y utilizó sus manos para contraatacar.

No se trataba de un ring, sino de una sala del subsuelo de los Tribunales de Justicia de la ciudad de Santa Fe. No fueron golpes de puños protegidos por guantes de boxeador, sino gestos amenazantes de un hombre que difícilmente conozca otra manera de enfrentar situaciones límite.

 

 

Baldomir nació hace 48 años en barrio Los Hornos, al norte de la ciudad de Santa Fe. Supo lo que es vivir en la pobreza. De su padre aprendió a fabricar y a vender plumeros. Se sentía cómodo hablando de aquellos años de vendedor ambulante, en los que a pesar de las carencias y las dificultades  realmente era él, era Carlos, era “El Tata”.

El rótulo de  “vendedor de plumeros” lo acompañó durante toda su vida. O, mejor dicho, durante gran parte de su vida, porque  en la segunda mitad de 2016, las cosas cambiaron indefectiblemente para siempre.

Una de sus hijas dijo ante la Justicia que su padre había abusado de ella durante años. Y entonces, Baldomir dejó de ser el protagonista de una historia inspiradora, para convertirse en un sospechoso que terminó detrás de las rejas en prisión preventiva.

Esta semana, después de casi tres años, se inició el juicio en el que, finalmente, se dictaminará si Carlos Baldomir es culpable, o inocente.

El 7 de enero de 2006, Baldomir conoció los espejismos de la gloria. Ese día, en el mítico Madison Square Garden de Nueva York,  derrotó por puntos al campeón mundial Zab “Súper” Judah quien, en ese momento, era considerado por muchos el mejor boxeador libra por libra, ya que poseía los títulos del mundo categoría welter CMB, AMB y la FIB.

El 22 de julio de aquel año llegó el momento de defender el título. Y le ganó por nocaut técnico en el noveno round al canadiense Arturo Gatti.

El 4 de noviembre de 2006, finalmente, Baldomir cayó ante la estrella del boxeo mundial Floyd Mayweather Jr. . A pesar de la derrota, dejó una gran imagen, ya que el norteamericano no pudo derribarlo.

Quizá pocos lo sepan, pero Carlos Baldomir fue el primer boxeador argentino en pelear por una bolsa de un millón de dólares.

La profecía autocumplida

En setiembre de 2009 Baldomir tenía 37 años. Había vivido los momentos más excitantes de la gloria, pero comenzaba a comprender que todo aquello era un mero espejismo.

Por entonces tuve la posibilidad de entrevistarlo. Y en todo momento, se mostraba preocupado por el futuro.

Se me ocurrió preguntarle ¿Hoy qué te faltaría?

Pero él decidió cambiar la pregunta: “Mejor te digo qué quisiera”.

Decidí dejarlo continuar. Era evidente que él necesitaba decir algo. Que lo tenía atragantado y sentía la necesidad de liberarse.

“Quisiera que todo esto lindo que me pasó en la vida termine bien… Que tenga un buen final mi historia. De vender plumeros a ser campeón. Que dentro de 10, 20 ó 30 años, cuando me toque irme, esté bien… Que mi historia termine bien”, dijo sin dudar demasiado.

 

 

En aquella charla, Baldomir también reconoció: “No estamos preparados para convivir con el dinero y el éxito. Yo creí que a los 35 años estaba preparado, pero no. La fama, el dinero, no es fácil estar en ese momento. Creí que estaba preparado pero no lo estaba. Pasaron cosas que no debían haber pasado en mi vida personal…”.

La entrevista continuó. Y Carlos “El Tata” Baldomir insistía: “Para la persona que sale de muy abajo, que no tiene estudio, que no está preparada; es difícil terminar bien”.

El tiempo le dio la razón. En cuestión de horas, la Justicia dirá si Baldomir es culpable o inocente. Mientras tanto, las luces del éxito se apagaron y mutaron en el ambiente lúgubre de una celda. El ring se convirtió en una sombría sala de Tribunales. Los aplausos y los gritos de aliento, en desprecio y reproche.

El Tata Baldomir tenía razón. Para él no iba a ser fácil terminar bien. Y una vez más, en la vida del campeón, los jueces tendrán la última palabra.

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