No importa si se trata de una mirada oficialista, de una visión opositora o de una evaluación planteada desde la la ecuanimidad que brinda el hecho de ser independiente: si sobre algo existe coincidencia en la Argentina, es que el kirchnerismo viene mostrando una enorme capacidad de reacción para enfrentar cimbronazos. Queda claro que se trata de un gobierno que supo construir poder y al que no lo incomoda utilizarlo.
Tanto Néstor, como Cristina, demostraron estar capacitados para navegar en aguas revueltas. Ése suele ser el escenario más propicio para el kirchnerismo. Más aún, por momentos da la sensación de que la paz los inquieta, que necesitan sentir de manera permanente la presión del desafío. Si no es la oposición, son las corporaciones. Si no son las corporaciones, es la prensa. Y si el periodismo, la oposición o las corporaciones no tienen la fuerza suficiente como para incomodar demasiado, las energías virulentas de la disputa se vuelcan hacia las internas del poder: que Scioli, que Moyano, que De Vido, que Máximo, que el viejo sindicalismo, que la Cámpora. Los peronistas aseguran que así funciona la política en la Argentina. Y quizá tengan razón.
En numerosas oportunidades los críticos más acérrimos del gobierno anunciaron catástrofes que nunca llegaron. Así ocurrió durante los más inquietantes momentos de la crisis internacional (2008-2009). O cuando falleció Néstor y muchos temieron que el país quedara a la deriva. Algo similar sucedió en la segunda mitad del año pasado con la corrida bancaria que presionó sobre el dólar e incrementó la incertidumbre económica.
Sin embargo, nadie es infalible. El año que se inicia muestra síntomas que deberían preocupar. Decirlo no significa buscar el perjuicio del gobierno. Todo lo contrario. Advertirlo representa la única manera honesta y realista de plantear una situación que podría poner en jaque gran parte de lo conseguido hasta ahora.
Los kirchneristas detestan que durante tanto tiempo se haya atribuido al “viento de cola” internacional cada uno de sus logros. Y es cierto que el mejor de los vientos puede ser desaprovechado cuando un gobierno no toma medidas acertadas en el momento indicado. Sin embargo, de nada serviría disimular los problemas que hace tiempo comenzaron a generarse y que podrían hacer eclosión si no se aplican las correcciones necesarias.
Un panorama preocupante
Cuando antes de las elecciones de octubre pasado se advertía sobre la inconveniencia de sostener una economía ilusoria mediante el aporte de subsidios millonarios a sectores que no lo necesitaban, el gobierno reaccionaba con dureza implacable. Es parte del estilo kirchnerista. A toda crítica o advertencia se le responde con la más rotunda descalificación. Según ese discurso, todo aquel que no apoya a ciegas las decisiones oficiales, anhela el descalabro del país.
Pero lo cierto es que, según un informe de la Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera Pública (Asap), el gasto público destinado a contener las tarifas de servicios; de los viajes en tren, subterráneos y colectivos en Buenos Aires y Gran Buenos Aires; y asistir a empresas públicas o privadas, creció 50{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} en 2011 y arañó los 75.000 millones de pesos. Como contrapartida, los gastos en subsidios sociales crecieron apenas 7{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} respecto de 2010.
El mismo informe dice que el déficit fiscal de 2011 habría superado los 37.000 millones de pesos, a pesar de que se trató de un año de crecimiento de actividad económica, cosecha récord y buenos precios de los productos exportados.
Según un estudio publicado recientemente por el Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa), la recaudación crece menos que la actividad económica.
“Los datos oficiales de diciembre señalan que la recaudación impositiva sigue creciendo a tasas muy altas. Sin embargo, corrigiéndolos por inflación, se observa que el ritmo es inferior al de la expansión económica. Esto evidencia crecientes dificultades para seguir aumentando la presión tributaria y, con ello, la imperiosa necesidad de moderar el crecimiento del gasto público. El gobierno muestra reacciones consistentes con esta realidad, pero la gravedad del problema demanda acciones más intensas y equitativas que las anunciadas hasta ahora”, se afirma en la publicación.
Un error, una lección
Así como el kirchnerismo puede exponer una serie de aciertos políticos y económicos importantes durante estos años de gestión, también es verdad que sobre finales de 2011 se produjo un hecho que demostró claramente que la infalibilidad no existe y que, por lo tanto, más allá de lo que diga el “relato”, nadie está exento de cometer errores.
El anuncio del no-cáncer de Cristina fue la más clara muestra de que también el gobierno puede equivocarse. Al plantear el estado de salud de la Presidenta, se incurrió en una burda equivocación. Hubo apresuramiento y hasta irresponsabilidad institucional. Se instaló una preocupación sincera entre la población que, incluso, trascendió los límites del país.
Las explicaciones tendientes a enmendar el desacierto nunca fueron convincentes. Como tantas otras veces, el oficialismo optó por atacar a quienes criticaron al gobierno por haber anunciado una enfermedad que afortunadamente nunca existió.
No resulta antojadizo hacer mención a la forma en que se manejó el supuesto cáncer de Cristina. Es que, si se equivocaron en la forma de encarar un tema tan delicado como la salud de la Presidenta, por qué empeñarse en hacer creer a la sociedad que la verdad está siempre del lado del gobierno y que el único discurso confiable es el oficial.
Durante los últimos ocho años, el kirchnerismo demostró estar capacitado para hacer frente a los problemas. Ahora, algunas señales de alarma se hacen evidentes en las variables de la economía del país.
Si se toman las medidas adecuadas, seguramente será un nuevo cimbronazo superado u otra crisis no consumada. Pero si los problemas son negados o disimulados, continuarán profundizándose, poniendo en riesgo al ciudadano común.
Aunque el kirchnerismo no lo acepte y prefiera repeler cualquier crítica o advertencia con descalificaciones agraviantes, el grosero error cometido con la salud de Cristina demostró de manera irrefutable que, más allá del “relato”, el gobierno también puede equivocarse y que, el discurso oficial, no siempre coincide con la realidad.