Un gobernador que pacta con los barras

Llamar por teléfono y tener la posibilidad de conversar personalmente con el gobernador de cualquier provincia no es una tarea sencilla. Cualquier buen ciudadano común que decida marcar el número de la secretaría privada de un mandatario provincial será atendido por empleados -a veces amables; otras, no tanto- que, a su vez, se comprometerán a transmitir el mensaje a algún colaborador cercano del funcionario. En general, hasta allí llegará el intento.
No está mal que así funcione el sistema. De hecho, en Santa Fe existen seguramente millones de personas que, si tuvieran la posibilidad de telefonear a Antonio Bonfatti para realizarle algún reclamo, lo harían.
Pero toda regla tiene sus excepciones. Los líderes de las mafias conocidas como “barras bravas” suelen gozar de privilegios negados para cualquier buen ciudadano. Al menos, así lo indica la experiencia reciente en la provincia del Chaco, donde los cabecillas de estos grupos delictivos fueron atendidos directamente por el gobernador Jorge Capitanich, a quien le prometieron que se comportarían civilizadamente durante el partido entre River y Boca jugado en Resistencia.
Así lo informó a la prensa Marina Capitanich, prima del primer mandatario provincial, quien la designó para la organización del partido.
El gobernador que atendió telefónicamente a los barras y acordó con ellos un marco de buena convivencia para el superclásico, es el mismo que entre el 28 de diciembre y el 6 del presente mes viajó junto a sus dos hijas adolescentes al Caribe utilizando un avión de la provincia y sin notificar previamente que realizaría la travesía. Lo hizo en un Lear Jet 60, cotizado en varios millones de dólares, como si fuera un bien personal. Como para garantizar una estadía placentera, se alojó en el exclusivo Trump Ocean Club International Hotel & Tower Panamá, un edificio de setenta pisos con habitaciones y suites donde lo que abunda es el lujo.
Los “barras bravas” con las que personalmente Capitanich acordó detalles sobre la seguridad en el partido Boca-River no tienen antecedentes demasiado alentadores que los hagan merecedores de un trato especial.
Hace rato que los riverplatenses vienen saldando sus internas a través de asesinatos y, el año pasado, fueron filmados mientras se dirigían a amenazar a un árbitro para que el equipo no descendiera de categoría.
Por el lado de Boca, el domingo 30 de octubre, dos grupos mafiosos internos se amenazaron durante más de dos horas ante las atónitas miradas de miles de testigos directos y de millones de televidentes durante un partido del campeonato.
El problema de los barras no es exclusivo de estos dos clubes. Durante los últimos días, un grupo de hinchas violentos de Nueva Chicago copó la guardia del Hospital Santojanni, en Buenos Aires, para vengar la muerte de uno de sus miembros que acababa de ser asesinado en una brutal pelea. De poco les importó que hubiera cámaras que registraran lo que ocurría en el hospital.
El desparpajo y la impunidad prevalecen. No importa que sean hinchas líderes de mafias institucionalizadas o gobernadores que hacen del nepotismo su forma de gestión.