A los 68 años y con una profunda experiencia de vida a cuestas, Hilda Molina sueña y se apasiona cuando habla de Cuba. Alguna vez soñó con la posibilidad de un país mejor y confió en la revolución de Fidel Castro. Pero la realidad la hizo despertar de lo que se estaba convirtiendo en pesadilla. Entonces, comenzó a soñar con un país “donde el pueblo no esté condenado a vivir de las migajas de los dueños del poder”.
Debió soportar momentos duros. Perseguida, amenazada, insultada y denostada en el país que tanto ama, Hilda llegó a la Argentina luego de un intrincado y desgastante proceso que se prolongó a lo largo de quince años.
Hoy, sigue soñando: “Mi mayor deseo es regresar alguna vez a una Cuba diferente y, aunque sea con un bastón, volver a ejercer mi profesión de médica para asistir a los cubanos pobres”.
Hilda Molina lleva dos años y tres meses en Buenos Aires, junto a su madre Hilda Morejó, que tiene 93 y llegó al país autorizada por el gobierno cubano en 2008. Ambas viven en la Argentina junto al hijo de Hilda -también neurocirujano-, su nuera y sus nietos.
A pesar de la cercanía de sus afectos, esta médica a que desde 1994 se atrevió a criticar al gobierno de Fidel Castro sin escapar de Cuba, siente que la felicidad no es completa: “Es que extraño mucho a mi patria”, reconoce.
—¿Cómo transcurren las 24 horas de un día de Hilda en la Argentina?
—Yo estoy para atender a mi madre, personalmente. Ella tiene sus médicos, pero estoy pendiente de cumplir su tratamiento y la asisto en todo. Desde la madrugada. Me ocupa buena parte del día. El resto del tiempo lo dedico a hacer lo que puedo por Cuba. A enviar alguna ayuda, hablar sobre la realidad de mi país.
Leo muchísimo. Nunca dejé de estudiar y de escribir. Leo de todo; sobre Medicina en primer lugar. Nunca he dejado de leer sobre mi profesión y mi especialidad. Trato de leer lo que muchas personas escribieron sobre Cuba desde el exilio. Cosas que yo misma desconocía. Leo historia en general, y me encanta la ficción policíaca.
—¿Hizo amigos en la Argentina?
—Lo mejor que encontré en este país es su pueblo. Los amigos no los hice desde que llegué. Aunque parezca sorprendente, muchísimas personas desde Argentina nos llamaban a mi madre y a mí cuando estábamos en Cuba. A través de la distancia, personas comunes nos llamaban y establecimos amistad a través del teléfono.
Esas relaciones se consolidaron desde que estoy acá. Siguen siendo mis amigos y los amigos de mi patria. Hay de todas las provincias. Es lo más maravilloso que tiene Argentina. Su pueblo se parece mucho al pueblo cubano.
—Nosotros solemos considerarnos prepotentes y soberbios. ¿Cómo nos ve?
—En todos los países hay prepotentes y soberbios, deficitarios de humildad. Mis mejores amigos son gente común y se parecen mucho a los cubanos. Con un corazón enorme, cariñoso. Saben apreciar el valor de la familia. Cuando un ser humano sabe lo importante que es la familia, ha ganado muchísimo en cuanto a calidad humana. En todos lados hay personas prepotentes.
—¿Añora mucho su país?
—Muchísimo. Sobre todo, quisiera ver a Cuba como un país normal. Me da muchísima tristeza ver cómo está mi país, que es una tierra de patriotas, de gente inteligente, creativa… Este sistema lo ha convertido en un país de indigentes.
Somos personas que debemos estar viviendo de la caridad ajena, cuando los cubanos tenemos potencialidades humanas, en el corazón, en el cerebro y en el alma, como para poder vivir de nuestro esfuerzo.
Pero este sistema acostumbró a los cubanos a extender la mano. Me da mucha tristeza cuando llegan personas desde Cuba y cuentan que llevaron jabones y caramelos. Se ríen de que los cubanos estén pidiendo jabones, caramelos o bolígrafos. Se burlan de esta situación de precariedad que nos ha puesto este sistema. Los cubanos no somos así. Nuestro país era receptor de inmigrantes. Llegaban españoles, italianos a refugiarse en Cuba, y hoy muchos tienen que huir de allí.
—¿Qué es lo que más extraña de Cuba?
— … Sus olores, su cielo, el color del mar, el alma de mis compatriotas. Es muy difícil el desarraigo para una persona de mi edad. No lo logramos nunca. Todavía sigo extrañando la Cuba de verdad, la que espero que no se haya perdido.
Aquella Cuba donde los cubanos podíamos prosperar sobre la base de nuestro esfuerzo, gracias a nuestro cerebro, nuestro tesón, sin depender de limosnas. De la Cuba de los cubanos, no la Cuba de los extranjeros. Donde se termine esta situación en la que sólo podemos mirar cómo los extranjeros disfrutan del turismo, pueden invertir y gozar de los mejores servicios de salud.
—De todos modos, la situación de Cuba hace 52 años tampoco era del todo buena. Por ese motivo logró echar raíces la revolución.
—Es muy bueno revisar la historia. Es cierto que había muchos problemas, pero la Cuba previa a Fidel Castro era uno de los países más prósperos de Iberoamérica. Era uno de los países con mejores índices en desarrollo humano, incluso en salud. Lo que sucede es que no tuvimos suerte con los políticos.
En los 56 años de independencia cubana previos a Fidel Castro, lo que no se había logrado era una estabilidad política, por las pugnas entre los partidos y la corrupción. Pero no eran más corruptos que los señores que se apoderaron del país desde 1959.
Había bolsones de pobreza, los servicios de salud no estaban geográficamente bien distribuidos. Había problemas, pero estaban relacionados con la ineptitud y la corrupción de los políticos.
Pero era uno de los países más prósperos de Iberoamérica. Hay que revisar la historia, pero hacerlo bien. No la historia propagandística del gobierno cubano y sus voceros internacionales.
—¿Cómo es vivir hoy en Cuba, sobre todo desde la llegada de Raúl?
—Quien sigue gobernando es Fidel Castro. Siempre crean expectativas. Lanzan informaciones, la prensa lo toma, pero si se investigara bien se vería que no hay apertura alguna. Ellos van reacomodando sus estrategias para poder perpetuarse. Se dan cuenta de que el pueblo está asfixiado, que la gente se escapa y para evitar que la gente salga a la calle, van reacomodando sus estrategias.
Pero ésas no son aperturas democráticas, ni económicas. En Cuba, los únicos que pueden invertir son los extranjeros. Los únicos que tienen derechos son los extranjeros. En Cuba hay que seguir pidiendo permiso para todo.
A los que repiten la tontería de que en Cuba hay cambios, yo les pregunto si aceptarían vivir con la privación de derechos y libertades. Los cubanos somos hijos de la familia humana, y tenemos derechos a gozar de las libertades que gozan todos los seres humanos. No de las migajas que pudiera dar el gobierno de los señores Castro, que en realidad sigue siendo el gobierno de Fidel.
—¿El pueblo cubano estaría preparado hoy para una apertura verdadera? ¿Qué ocurría con la gente común?
—Todos los seres humanos estamos preparados para vivir en libertad, porque así nos creó Dios. Lo aberrante es que nos hagan vivir sin ella, porque nos enfermamos. En Cuba hay un daño antropológico del que no me excluyo. Cuando uno vive tantos años sin libertad, se enferma.
Estos sistemas dejan una devastación moral, ética, espiritual de tal magnitud… Basta revisar lo que pasó en el bloque comunista, sobre todo en Rusia.
Además, se produce un fenómeno que complica la adaptación a los cambios y es que los mismos señores que fueron los represores del pueblo se hacen millonarios robando, apropiándose del patrimonio nacional. Tienen en estos momentos gran poder económico, tal como sucedió con los comisarios políticos soviéticos.
Cuando el sistema cambia, son los que terminan manejando la economía o liderando las mafias. Eso complica mucho el desarrollo, el progreso decente en un país en una etapa de cambio.
Esa gente sigue teniendo poder económico. Temo que en mi país pueda ocurrir lo mismo, porque mientras mi pueblo está en la indigencia, los que gobiernan son millonarios.
—¿Son los únicos que tienen dinero?
—En una segunda escala aparecen los que se dedican a negocios ilícitos y perversos, como por ejemplo el proxenetismo, la venta de drogas. Esas personas tienen más dinero que el pueblo común. Y es malo que al producirse un cambio sean los represores o los delincuentes lo que puedan manejar los recursos económicos.
—En gran parte del mundo estamos viendo marchas de “indignados”. ¿Por qué la gente no sale a la calle a protestar en Cuba?
—Cuando revisa la historia de los países, en general se descubre que las sociedades suelen ser bastante conformistas con lo que les toca. Aunque lo que les toque no sea muy bueno. Protestan los indignados aquí y allá, pero luego eligen personas de las que tienen que estarse quejando.
En el caso de Cuba, la gente lleva más de 52 años viviendo en condiciones tan anormales, donde se le ha inoculado terror al pueblo, existió manipulación espiritual, extorsión psicológica, pulverización de la autoestima. Es un sistema perverso que destroza la personalidad del ser humano. Eso ha creado un daño antropológico, una profunda enfermedad social de dimensiones difíciles de calcular que se traduce en una especie de paralización de la sociedad.
—¿Cuál es su situación actual con respecto del gobierno cubano?, ¿tiene autorización para estar en Argentina?, ¿podría regresar si quisiera?
—Mi situación es totalmente legal con respecto a la Argentina. Por parte de Cuba, desde 1994, cuando renuncié de frente a este sistema represor y les dije lo que pensaba sin escaparme, yo me consideré libre. Todo lo que ellos hicieran por violar mi libertad sería por la fuerza, no porque yo me sometiera.
Desde ese instante me consideré con los derechos que tiene cualquier ser humano, como por ejemplo el de entrar y salir libremente de mi país.
Cuando violaron mi derecho, protesté. Tuve que aceptar por la fuerza que me dieran un permiso porque si no, no hubiera podido salir por el aeropuerto. Pero el gobierno cubano a mí no me gobierna. Y cuando yo decida que quiero regresar a mi país, veremos qué sucede. Porque es mi derecho.
Cuando quería venir a la Argentina, me ofrecieron la posibilidad de hacerlo a través de organizaciones dedicadas al tráfico humano. Es que hay cantidad de mecanismos por los que la gente sale. Incluso por el aeropuerto con documentos falsos. Porque hay una corrupción descomunal en Cuba.
Me ofrecieron que mis familiares en Estados Unidos enviaran dinero y entonces yo podría salir. Pero dije que no. Yo nunca acepté algo a escondidas.
—¿Con qué sueña?
—Bueno… Yo sueño con poder regresar a una Cuba diferente y aunque sea con un bastón, volver a ejercer mi profesión de médica con los cubanos pobres.
Nada es perfecto en la vida, pero sueño con un país normal, donde los cubanos no seamos vistos como una especie rara que tiene que conformarse con las migajas de una dictadura represora. Con los problemas que tienen todas las sociedades, pero normal. Donde los cubanos puedan prosperar gracias a su talento y su esfuerzo.
Y obviamente, sueño con poder entrar y salir de Cuba, para encontrarme con mi familia en Argentina cada vez que quiera.
Queda un sueño bastante irrealizable, y es que mi madre pudiera volver a ver a su patria antes de cerrar sus ojos.
Política argentina
Yo en este país estoy como visitante y debo respetarlo. Ni sé cuál es la situación política argentina porque me ocupo todo el tiempo en la situación de Cuba. Además, me han recibido acá como si fuera una hija. Sería una falta de respeto estar interviniendo en los asuntos internos de un país que no es el mío”, responde Hilda cuando se le pregunta cuál es su percepción sobre la política local.
El sistema de salud cubano
Durante décadas, Hilda Molina ejerció la medicina dentro de un sistema de salud cubano que era reconocido internacionalmente. Sin embargo, asegura que a partir de mediados de los ochenta la situación cambió. Y lo hizo para mal.
Según Molina, hoy conviven en la isla cuatro sistemas de salud diferentes.
El primero es el de los dirigentes: “Funciona para quienes gobiernan, sus familiares, sus protegidos y sus amigos. Ese sistema siempre ha sido diferente al del pueblo. Me consta cómo son esas clínicas. Son centros de primera categoría”.
Luego aparece el sistema preparado para los extranjeros: “Funcionan para los que pagan con divisas. También son centros de salud primera categoría, pero no son tan buenos como los que conforman el sistema de los dirigentes”.
En tercer lugar aparece el sistema público de salud que, a su vez, se subdivide en dos categorías. “Hasta mediados de los ochenta -explica Hilda Molina- fue un sistema eficiente. Hoy sigue llegando a todo el país, pero las instituciones están devastadas, sufren problemas de abastecimiento, de higiene y hasta falta de médicos, porque son muchos los profesionales que el gobierno exporta para obtener divisas”.
“Frente a esta realidad y debido a la corrupción, -añade- hay profesionales de la medicina que están cobrando por sus servicios en las propias instituciones del gobierno. Se lo llama “cobro por izquierda o debajo de la mesa”. El que puede pagar a los profesionales, recibe mejor asistencia que el que no tiene con qué pagar”.
Finalmente, funciona el sistema público para la mayoría del pueblo que no cuenta con recursos: “Cualquier hospital está sucio, destrozado, contaminado. Pero si se paga, se obtiene mejor atención”.