El laberinto argentino

¿Por qué?… ¿por qué de nuevo?… ¿por qué ahora… y antes… y siempre? La Argentina, su realidad y sus espejismos

El mismo gobierno que tuvo la convicción y la credibilidad necesarias para sacar a la Argentina de un cepo cambiario que parecía intocable y aterrador, siente dos años después el crujir de los efectos de una anunciada y previsible corrida internacional de capitales.

El mismo fenómeno que en otros países genera inconvenientes que obligan a adoptar medidas temporales para reorientar el rumbo, aquí provoca tempestades y termina en un tembladeral de pronóstico incierto.

¿Por qué?… ¿por qué de nuevo?… ¿por qué ahora… y antes… y siempre? ¿Es que acaso pesa sobre la Argentina una maldita y eterna condena que hace trizas de manera irremediable cualquier sueño de prosperidad genuina y sostenida?

Durante los últimos días, se escucharon los análisis más diversos sobre esta nueva y, para muchos, inesperada crisis. Que si sería mejor contar con un ministro de Economía fuerte, en lugar de varios ministros de perfil bajo. Que si este Fondo Monetario Internacional es más sensible que el FMI de los noventa y el de principios de siglo. Que si le exigirán a la Argentina un ajuste verdadero o le permitirán continuar con esta gradualidad para que el desandar de la crisis sea menos tortuoso.

Una y otra vez se termina cayendo en el mismo engaño de navegar sobre la superficie, de buscar responsabilidades exógenas a los problemas endógenos, de soñar con una suerte de mesías que tome de la mano a esta sociedad adolescente, que la ayude a acabar con sus miserias y la conduzca sin esfuerzo hacia una realidad que siempre es un mero espejismo.

Es la Argentina la que se empeña en construir sus propios laberintos. O mejor dicho, somos los argentinos los que nos encargamos de encerrarnos en nuestras propias trampas.

El origen de los problemas actuales no radica en la falta de un ministro de Economía más o menos fuerte. Las posibles soluciones no dependen de que este FMI sea más o menos duro que en el pasado. El paraíso no existe y, aun si fuera real, no se lo alcanzaría por arte de magia de la mano de algún iluminado.

El origen de los problemas actuales es que el país sigue gastando más de lo que tiene. Y la única manera de revertir esta situación es reduciendo gastos superfluos y encontrando caminos de crecimiento que permitan acrecentar los ingresos.

El drama de la Argentina sigue siendo el mismo: negar la realidad. Lo hacen los gobiernos, pero también una sociedad que se aterra ante la mera posibilidad de escuchar verdades incómodas.

El extremo de los últimos tiempos fue el kirchnerismo, convencido de que el simple hecho de eliminar del uso cotidiano palabras tales como inflación, pobres o ajuste, haría desaparecer estos flagelos. El mismo que reclama ahora medidas de crecimiento interno y entregó el poder luego de cuatro años de estancamiento.

Es verdad que el kirchnerismo prefirió negar las dificultades y esconder sus errores. Creyó que relato y realidad eran la misma cosa. Pero también es cierto que el gobierno de Cambiemos decidió conscientemente –los más cercanos al poder afirman que por sugerencia de un tal Durán Barba- que era mejor no decir la verdad con crudeza desde los primeros días de su gestión.

¿Qué hubiese sucedido si a poco de asumir como Presidente, Mauricio Macri –el mismo que acabó con el cepo que se cernía como una amenaza atroz- hubiera hablado al país para describirle el verdadero descalabro de las cuentas públicas y para presentarle un plan detallado de cuál sería la estrategia para encontrar el rumbo?

Quizá haya sido Durán Barba el que consideró que no era conveniente hacerlo en ese momento. Pero fue el gobierno el que aceptó esta sugerencia. El mismo gobierno que desde el primer día de gestión repite con insistencia que es imprescindible decir la verdad, dejó al descubierto preocupantes fallas a la hora de comunicarla. Sobre todo, cuando contaba con mayor fortaleza para hacerlo.

Problemas de comunicación

Los problemas de comunicación son inocultables. Sólo a modo de ejemplo: el gobierno de Cambiemos fue el que llevó adelante la reparación histórica a los jubilados. Sin embargo, lo que quedó en la memoria colectiva fueron las manifestaciones de diciembre de 2017, por el cambio de la fórmula de cálculo de jubilaciones.

Este gobierno logró ahorrar el 40% en el costo de la obra pública por la reducción de los sobreprecios que existían en la gestión anterior y puso en marcha un proceso de construcciones inédito en la Argentina. Sin embargo, en la memoria colectiva quedará grabado que los planes de obra pública serán recortados por la crisis actual.

Durante la gestión de Cambiemos el país volvió a crecer después de mucho tiempo, pues la economía argentina estuvo estancada entre 2012 y 2015. Sin embargo, el empecinamiento en utilizar slogans vacíos como “el segundo semestre” o “pobreza cero”, les dio a estos logros sabor a fracasos. Mucho más a partir de ahora, cuando la inflación generada por la devaluación, el recorte obligado de gastos y la suba de tasas, producirán un inevitable enfriamiento de la actividad económica.

En medio del tembladeral de los últimos días, los problemas de comunicación se acentuaron. Mientras el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, se encontraba en el FMI para solicitar un crédito stand by para la Argentina; el jefe de Gabinete, Marcos Peña, decía en Buenos Aires que “no es cierto que la historia se repita”. Lo que Peña debería entender, es que para el común de la gente hablar de Fondo Monetario Internacional suena a historia repetida. Aunque le digan que no es cierto.

Responsabilidad

Los momentos por venir no serán fáciles. En el cortísimo plazo, la semana que comienza pondrá a prueba la estrategia, la fortaleza y la credibilidad del gobierno, cuando el martes venzan 660 mil millones de pesos –cerca de 30 mil millones de dólares- en Lebacs.

En el mediano plazo, será imprescindible asumir y describir la gravedad de la situación ante la sociedad. No será sencillo hacerlo ahora, con los ánimos sensibilizados, la credibilidad golpeada y el miedo a flor de piel. Pero cuanto antes se lo haga, mejor. No existe otra salida.

En los últimos días el gobierno le habló a “los mercados”. Y era necesario hacerlo. Pero ahora, al haber asumido el costo político de acudir al FMI, se torna imprescindible hablarle al ciudadano común que sufrirá las consecuencias de esta crisis.

El gobierno deberá explicar a los argentinos cuál es la realidad, cómo piensa reducir los gastos y de qué manera planea impulsar el crecimiento de la actividad económica. Y frente al contexto actual, no parece existir otra figura más que la del Presidente para hacerlo.

Existen enormes diferencias entre un mesías y un líder. El mesías, salva. El líder, en cambio, conduce.

Mauricio Macri deberá mostrar su capacidad de conductor. Él sigue siendo el político argentino con mejor imagen. No sólo dentro del país, sino también en el exterior. De él dependerá saber administrar con prudencia esa confianza que, a la luz de los acontecimientos, puede ser volátil.

Como se sabe, es en tiempos de crisis cuando suelen aflorar las peores miserias de los hombres. Por ese motivo, sobre la oposición en particular y sobre la dirigencia argentina en general, pesa la enorme responsabilidad de no contribuir a un nuevo fracaso del país.

Es cierto que 2019 está cerca, es verdad que el gobierno pudo haber cometido errores y que el contexto cambió de manera repentina.

Sin embargo, todo indica que difícilmente la sociedad argentina esté dispuesta en estos momentos a premiar a quien encarne una postura destructiva o demagógica.

Lo que está en juego, es demasiado importante.


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