El país ingresa en la recta final de la campaña en un proceso electoral que, cualquiera sea el resultado final, contará con los ribetes necesarios como para convertirse en un hecho histórico relevante. No sólo porque representará un nuevo capítulo de esta joven democracia que lleva apenas poco más de tres décadas sino, sobre todo, porque será el final del ciclo político más prolongado de la Argentina moderna.
Cuando Néstor Kirchner llegó al poder aquel 25 de mayo de 2003, seguramente muy pocos imaginaron que el kirchnerismo lograría sostenerse en ese lugar durante 12 años y medio. Pero así fue, a pesar de haber accedido a la Presidencia con el porcentaje de votos más bajo de la historia: un 22,24 por ciento (4.312.517 sufragios).
Eran momentos de una particular turbulencia, luego del estallido de la crisis económica más profunda que el país recuerde. Eduardo Duhalde entregaba el poder a Kirchner, después de haber tomado una serie de medidas antipopulares, pero imprescindibles para corregir el rumbo de la Argentina.
Rápidamente el país ingresó en un período virtuoso de crecimiento económico, fortalecido además por un contexto internacional favorable. Fuero los años del “viento de cola”, en los que en el mundo se hablaba de una suerte de “milagro” producido en el sur de las Américas.
Sin embargo, y como suele suceder en la historia política de éste y de otros países latinoamericanos, pronto comenzaron a potenciarse los sueños de poder eterno. Y así, el kirchnerismo llegó a la conclusión de que la mejor manera de lograrlo sería generando un sistema de sucesión muy particular.
Néstor Kirchner sería sucedido por su esposa, la por entonces senadora de la provincia de Buenos Aires, Cristina Fernández de Kirchner. Y si las cosas funcionaban correctamente, después de Cristina podría generarse el retorno de Néstor. El plan, incluso, abría la posibilidad de prolongarse con el paso de los años, en los que a un Kirchner le seguiría otro Kirchner.
Pero la muerte de Néstor truncó aquella estrategia política. Cristina perdió a su compañero y, rápidamente, comenzó a impregnar la gestión con su propia impronta.
La presidente se cerró en su círculo íntimo de confianza. Algunos antiguos colaboradores de Néstor decidieron alejarse del gobierno. Otros, se vieron obligados a hacerlo.
Cristina fue reelecta en 2011, alcanzando nada menos que el 54 por ciento de los votos. Y pocos meses después, se produjo un momento clave en la ciudad de Rosario: ante un grupo de militantes y fuera de protocolo, la presidente lanzó una nueva consigna que terminó develando sus objetivos para el corto y mediano plazo: “Vamos por todo”, les repitió en un par de oportunidades.
En 2013 ya se hablaba de intentos por reformar la Constitución Nacional, de manera que pudiera habilitarse la reelección presidencial indefinida. Sin embargo, se produjo otro hecho clave en esta historia: en octubre, se realizaron elecciones legislativas y el joven candidato del Frente Renovador, Sergio Massa, derrotó al kirchnerismo en el bastión que representa la provincia de Buenos Aires.
La reforma constitucional, ya no sería posible. Hubo otros intentos, como por ejemplo el de controlar a la Justicia o modificar la Corte Suprema. Pero no fueron factibles. El núcleo duro kirchnerista, debió amoldando -a duras penas- a la idea de que ya no habría “Cristina eterna”.
Cualquiera sea el ganador de los comicios del domingo, este ciclo político habrá concluido. Incluso, si triunfa el candidato oficialista.