Aunque duela, la dramática imagen del Costa Concordia , el "crucero de los sueños", semihundido, muerto, encallado por una fanfarronada de su comandante cobarde y mentiroso, parece un cruel reflejo de la Italia actual, a la deriva.
Una Italia débil, en crisis económica galopante , al borde del default, apenas salida del largo y controvertido reinado del ex premier Silvio Berlusconi -el hazmerreír de Europa por su harén y el bunga-bunga-, que comenzaba a recuperar algo de buena imagen con el aburrido y poco carismático gobierno técnico del profesor Mario Monti, volvió a hundirse en el abismo junto con el Costa Concordia.
Lo que deja esta tragedia -totalmente evitable, ya que el "crucero de los sueños" chocó con una roca perfectamente conocida, señalada y marcada en todos los mapas náuticos habidos y por haber- es un paralelismo con la Italia actual, una Italia que necesita de manera urgente dar vuelta la página, dejar atrás todas esas malas costumbres que la caracterizan, tan familiares para los argentinos.
En el Costa Concordia abundaron la improvisación, la irresponsabilidad, la pésima organización, la evidente falta de controles y la presunción de que si no se cumplen las reglas, no pasa nada, como en esta Italia para muchos a la deriva.
Una Italia donde lo normal es evadir impuestos, mentir, ser fanfarrón (al mejor estilo Berlusconi), no hacer el simulacro de evacuación, como pasó en el Costa Concordia, según varios testimonios, pese a que es obligatorio según las leyes internacionales.
Una Italia donde es normal que los cruceros gigantes se acerquen peligrosa e irresponsablemente a la costa para hacer el inchino , la "reverencia", una vieja costumbre que no está autorizada.
Si la imagen del trágico hundimiento del Costa Concordia parece una metáfora de la pobre Italia actual, agobiada por su deuda pública, sus retrasos estructurales, sus escándalos de corrupción, sus malas costumbres, sus dos caras son Francesco Schettino y Gregorio De Falco.
Es decir, el comandante del Costa Concordia, el "capitán cobarde" , por un lado, y el comandante de la guardia costera de Livorno, que saltó a la fama mundial por haber increpado a Schettino para que volviera a subir a bordo durante la noche de la tragedia, en una conversación telefónica cuyo escalofriante audio dio la vuelta al mundo.
"¡Vuelva a bordo, carajo!" (en italiano, " Vada a bordo, cazzo!" ), el grito que De Falco le pegó a Schettino durante esa diálogo, que dejó alucinada a la opinión pública italiana y de todo el mundo, se ha vuelto una suerte de mito en la Web.
El grito refleja el comportamiento de un hombre que cumple con su deber ante otro que es su antítesis, que miente descaradamente: Schettino, que huyó de la nave que se hundía, asegura que va a volver a subir a coordinar la evacuación, el deber de todo comandante, pero no lo hace.
Schettino y De Falco
El capitán, la cara de esa "mala Italia" a la que ahora la opinión pública acusa, también miente descaradamente al ser interrogado por la jueza de instrucción que decidió concederle arresto domiciliario. "No tenía ninguna intención de escapar. Estaba ayudando a algunos pasajeros a echar las lanchas al mar, pero en un momento el mecanismo se atascó y tuvimos que forzarlo. De repente el mecanismo se reactivó y yo me caí, y me vi dentro de la barca de salvamento junto con otros pasajeros", dijo.
"Gracias al cielo en Italia para cada Schettino también hay un De Falco", alguien escribió en la Web, donde comenzó a hacer furor una remera con la leyenda " Vada a bordo, cazzo!" .
El hashtag #vadaabordocazzo también dominó Twitter, donde el capitán De Falco se convirtió en el nuevo héroe, esa cara de la Italia "buena", de gente trabajadora, seria, responsable, la contracara de Schettino. Es un dato para destacar que tanto Schettino, de 52 años, como De Falco, de 46, son napolitanos.
" Vada a bordo, cazzo! " -un "hit" que aún resuena hoy en noticieros de TV y radios- aparece ahora como el grito-símbolo que intenta rescatar la imagen de Italia, golpeada y conmocionada por este desastre que la refleja.
Pese a haberse convertido en el nuevo ídolo de los italianos, De Falco prefiere no figurar. "No soy un héroe… Traté de hacer mi deber, lo correcto. Podríamos haber salvado a todos los pasajeros del Concordia", afirmó, fiel a su perfil bajo, opuesto al del extrovertido y bronceado Schettino.
A su heroísmo se suma el de Manrico Giampetroni, jefe comisario de a bordo, que permaneció atrapado en el barco durante 36 horas junto con una pareja de coreanos, los tres rescatados con vida.
En estos días en los que se derraman ríos de tinta sobre este tema, no faltaron quienes compararon a Schettino con Berlusconi. Lo hizo el periodista Marco Travaglio en el diario de oposición de centroizquierda Il Fatto Quotidiano, que destacó que así como minimizó Schettino su choque con la escollera de la isla del Giglio, Berlusconi -que solía cantar en cruceros, estaba siempre bronceado y era extrovertido como el capitán- minimizó la crisis económica que se le venía encima y que terminó por tumbarlo.
"La dramática llamada entre Schettino y De Falco es quizás el documento que mejor testimonia las dos almas de Italia", escribió ayer en la tapa del Corriere della Sera el crítico Aldo Grasso.
"Por un lado, un hombre irremediablemente perdido, un comandante cobarde y traidor que huye de sus responsabilidades y que se está manchando de una deshonra incancelable. Por el otro, un hombre enérgico que entiende inmediatamente la dimensión de la tragedia y trata de llamar con voz alterada al vil a sus obligaciones", agregó
Para Grasso, su " Vada a bordo, cazzo! " fue "más que un grito de dolor, de un himno motivacional, de una señal de revancha". "Hace falta un grito que nos sacuda e infunda coraje. Es por eso que quisiéramos, en cualquier ocasión, para quien maneja el país o para quien simplemente hace su trabajo, que hubiera alguien como el capitán De Falco que nos llamara perentoriamente al orden […]. Gracias, capitán De Falco -concluyó-, nuestro país tiene una extrema necesidad de gente como usted".