Argentinos y argentinas, bienvenidos a la realidad. Desde hace tiempo se sabía que la ficción de una economía con alta inflación, tarifas bajas y dólar prácticamente quieto, tenía sus días contados. Sin embargo, gran parte de las clases altas y medias del país resolvió el 23 de octubre votar por ese esquema.
Para alcanzar el 54{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} de los sufragios, el gobierno no sólo obtuvo el apoyo de los sectores más humildes y postergados, sino que inevitablemente logró el aval de votantes de mejor posición social, económica y educativa, quienes no pueden alegar haber estado desinformados sobre estas distorsiones de la economía que, en algún momento, iban a eclosionar.
Lo sabían los integrantes de esas clases acomodadas y los miembros del gobierno. Sin embargo, unos prefirieron apostar por la ilusión de obviar los problemas y, los otros, por demorar hasta después de las elecciones los ajustes que el país indefectiblemente necesitaba.
El consumo desenfrenado y los subsidios generalizados pudieron haber resultado efectivos para poner en marcha una economía paralizada o para convencer a los indecisos a la hora de votar. Sin embargo, tarde o temprano la realidad se impone y cachetea a una sociedad que suele optar por el autoengaño.
Como siempre, los más ricos no tendrán demasiados inconvenientes. Cuentan con espalda y poder suficientes como para superar cualquier temporal. Mientras tanto, el gobierno asegura que resguardará a los más humildes y desprotegidos de las consecuencias de los ajustes. Y está bien que así sea.
Sin embargo, la clase media que optó por mirar hacia otro lado cuando se le advertía que este modelo de alta inflación, tarifas subsidiadas y dólar quieto estaba perdiendo sustentabilidad, quedó encerrada en una verdadera encrucijada, pues votó por una realidad que apenas pudo sostenerse hasta una semana después de las elecciones.
Los ministros de Economía, Amado Boudou, y de Planificación Federal, Julio De Vido, aseguraron que la reducción de subsidios a los servicios públicos no implicará aumentos en las tarifas. Se sabe que se trata de una aseveración insostenible y que, más temprano que tarde, los cuadros tarifarios comenzarán a sincerarse.
La paradoja será que esta misma clase media que votó conscientemente por un espejismo no tendrá derecho alguno de quejarse. Por un lado, porque sabía que estaba eligiendo una cómoda ficción. Por otro, porque nadie puede oponerse ahora a estas medidas que, aunque tardías, resultan desde todo punto de vista responsables e imprescindibles.
Entre enero y septiembre, el gobierno gastó $ 31.200 millones para sostener las tarifas de luz y gas, casi tres veces más que el costo de la Asignación Universal por Hijo. A esto se suman otros $ 14.400 millones para contener los aumentos en boletos de trenes, subtes y colectivos. Si se los compara con lo ocurrido en el mismo período de 2010, los subsidios energéticos aumentaron un 74 {e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} y los del transporte más del 60 {e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} . En Capital Federal, el boleto de subte cuesta apenas $ 1,10. Pero Mauricio Macri ya advirtió que, sin subsidios, el costo se iría a ,40.
¿Alguien puede considerar justo que en Puerto Madero paguen la energía eléctrica cuatro veces menos que en el interior del país?, ¿acaso algún integrante de la clase media tendrá la osadía de reclamar que el gas natural continúe siendo regalado a quienes tienen capacidad de ahorro como para comprar dólares?
A mediados de los noventa, la clase media sabía que la corrupción carcomía al país y que el 1 a 1 era insostenible. Poco importó que se cerraran fábricas o que millones de personas perdieran sus empleos. La tentación de viajar al Caribe con un dólar barato era demasiado fuerte como para despertar del sueño.
Salvando las distancias -el kirchnerismo difícilmente pueda ser comparado con el menemismo y sus nefastas políticas- y reconociendo que en las últimas elecciones no existieron demasiadas alternativas, la clase media sabía que el jolgorio consumista de la economía se sustentaba en un esquema forzado que, tarde o temprano, debería sincerarse.
Los aumentos de tarifas serán inevitables. Al principio habrá más inflación y el cinturón de la economía necesariamente estará más apretado.
Este proceso acaba de comenzar. Y nadie está en condiciones de protestar.