El dólar pone a todos a prueba

Y un día, el viento de cola y la brisa placentera se convirtieron en chubasco. Los nubarrones que se avizoraban en el horizonte desde mucho antes de las elecciones presidenciales comenzaron a acercarse, hasta que se posaron sobre la economía argentina.
Poco duraron los festejos del arrasador 54 por ciento de votos. Lejos de lo que algunos suponían, la corrida hacia el dólar se profundizó luego de las elecciones del 23 de octubre pasado. Es que el fenómeno de la fuga de capitales viene creciendo desde principios de año y nunca estuvo motivado por incertidumbres políticas -todos sabían que Cristina ganaría-, sino por desajustes en la economía interna y modificaciones en el panorama internacional.
En realidad, nadie debería sorprenderse por lo que está ocurriendo por estos días. Según un reciente informe de la consultora Ecolatina, la salida de fondos del país probablemente supere este año los 22.000 millones de dólares, lo que demuestra que hace rato que los argentinos optaron por refugiarse en el dólar por distintos motivos económicos, políticos y hasta culturales.
Pero más allá de los números, las estadísticas y las variables económicas; esta tormenta será un buen parámetro para evaluar la fortaleza, los reflejos, la responsabilidad y la inteligencia del gobierno. Frente a un problema real, Cristina y su equipo de colaboradores deberán abocarse a lo que realmente importa, pues no les quedará demasiado tiempo para malgastar creando “relatos”, tocando la guitarra, ideando propagandas para todos o peleando contra enemigos que están contra las cuerdas hace rato.
Para los opositores acérrimos al gobierno, el chubasco que agita en estos momentos la economía Argentina se parece demasiado a un huracán devastador. A los pronósticos más sombríos les suman críticas despiadadas y una profunda subestimación sobre las capacidades de la Presidenta y su equipo para sortear las presentes dificultades.
Como contrapartida, los más cercanos al oficialismo se empeñan en minimizar los problemas y en desconocer que, en realidad, lo que está ocurriendo en la Argentina de hoy tiene que ver con medidas que no se tomaron a tiempo, porque el país transitó 2011 como un eterno período electoral. Nadie quería malas noticias en medio de un clima de jolgorio generalizado, pero se sabía que tarde o temprano las dificultades comenzarían a eclosionar.
De todos modos, más allá de que Cristina obtuvo el 54 por ciento de los votos, la mayoría de los argentinos no se encasilla dentro de las categorías de pro o anti kirchneristas. Lejos de embanderarse en peleas que dividen y desgastan, en general el electorado del país vota de acuerdo con las circunstancias de cada momento, evaluando la coyuntura y comparando las distintas alternativas que se presentan en cada elección. Es un electorado independiente que no duda en cambiar su voto si el país tambalea o las promesas no se cumplen.
Ésta sigue siendo una fortaleza para la Argentina. De hecho, el gobierno sabe que nadie tiene comprado el apoyo eterno y que las dificultades en la economía pueden transformarse en un bumerang para una gestión que tiene por delante cuatro años.
Frente a este panorama, lo más saludable será esperar y observar cómo el gobierno enfrenta este temporal. De hecho, cuando el 54 por ciento del electorado votó por el kirchnerismo lo hizo porque consideró que se trataba del sector político con mayores fortalezas para lidiar con situaciones como las que hoy se sufren. En general, la oposición no parece actualmente en condiciones de demostrar lo contrario.
Lo que sucede hoy en el país no es un cataclismo, pero los problemas existen. La economía no era el lecho de rosas del que hablaba el gobierno, pero tampoco es el lecho de espinas que pregonan los opositores más intransigentes.
A los opositores acérrimos habrá que reclamarle ahora su cuota de sensatez. Y al gobierno, la inteligencia y responsabilidad imprescindibles para tomar las decisiones que permitan encausar la situación del país.
Porque sin viento de cola, ni brisa placentera, unos y otros serán puestos a prueba.