Es cierto que existen problemas más acuciantes en la Argentina. Incluso, tal vez tengan razón los que opinan que pudo tratarse de una jugada política del gobierno para instalar un debate alejado de las penurias cotidianas, como la inflación, la desigualdad o la inseguridad.
Pero aunque así haya sido, el debate por el matrimonio homosexual en la Argentina arrojó resultados positivos que van mucho más allá de los derechos adquiridos por un sector que desde hace tiempo venía reclamando por ellos.
Como suele ocurrir cuando los hombres se enfrentan con la necesidad de expresar y defender sus pensamientos, las máscaras se derrumban. Todos quedan más expuestos, con sus potencialidades y debilidades, con sus virtudes y pobrezas intelectuales, con su visión de los demás, con sus miedos y prejuicios, con sus prioridades, principios, temores y convicciones.
Nos ocurre a todos. Sin excepción. Y esto es bueno, sobre todo cuando quedan al desnudo quienes representan a colectivos sociales de toda índole, porque tienen una responsabilidad mayor y es imprescindible conocerlos mejor.
La sesión de la Cámara de Senadores donde se aprobó el matrimonio homosexual sorprendió a muchos que se toparon, quizá por primera vez, con legisladores prácticamente incapaces de plasmar una idea, de defender una posición, de mantener un discurso lógico a la hora de argumentar.
Algunos leyeron, pero ni siquiera supieron hacerlo correctamente. ¿Cómo llegaron a esas bancas?, ¿quién los votó?, ¿cuáles fueron sus méritos?
Las preguntas se multiplicaron. La respuesta es que están allí y nos representan a todos, aunque hayan sido elegidos por ciudadanos de otras provincias. A la hora de votar, cada voto vale por igual.
Estuvieron los que votaron en contra de la ley. Y lo hicieron sus argumentos.
Estuvieron los que votaron a favor de la ley. Y lo hicieron con los suyos.
Pero algunos no estuvieron en el momento de decidir sobre un tema tan sensible, como Carlos Reutemann, Adolfo Adolfo Rodríguez Saá, Carlos Menem o Juan Carlos Romero.
El caso de Reutemann es particularmente especial, por tratarse de uno de los tres representantes de Santa Fe en el Senado de la Nación.
Antes de la votación había adelantado su oposición al proyecto. Pero en el momento de la decisión final se levantó de su banca.
Se sabe que, en su carrera política, Reutemann construyó un verdadero estilo discursivo sustentado en las medias palabras que permanentemente dejan abierto un margen de duda.
A Reutemann no le fue mal con este estilo. Pero aunque este juego pueda ser conveniente para sus estrategias políticas personales, difícilmente resulte beneficioso para los ciudadanos que esperan definiciones claras de todos aquellos que pretenden representarlos.