Hay momentos que duelen.
Ocurre en la vida de cada uno de nosotros.
Ocurre en la vida de un país.
El 24 de marzo de 1976 se inició un proceso doloroso.
Es cierto que el dolor estaba presente desde mucho antes, pero nunca había alcanzanzado tamaña crueldad.
Dicen que cualquier intento por olvidar el dolor, cualquier artimaña para ocultarlo o disimularlo, sólo sirve para que dicho dolor continúe presente, perpetuándose en el tiempo, transformándose en un estigma crónico, profundizando la angustia.
Olvidar no cura. Es cierto. Cualquier intento, consciente o inconsciente, resulta inútil.
Ocurre en la vida de cada uno de nosotros.
Ocurre en la vida de un país.
Sin embargo, recordar no implica necesariamente quedar anclado en la historia.
El dolor no puede ser olvidado, pero sí debe ser superado.
Superarlo no resulta tarea sencilla, sobre todo para quienes más lo sufrieron.
Y para alcanzar dicha superación es imprescindible conocerlo, reconocerlo y enmendarlo.
De allí la necesidad de saber qué pasó y de comprender por qué ocurrió.
De allí la necesidad de que todos aquellos que violaron el derecho a la vida, paguen sus culpas.
Pero entonces no termina la historia, sino que recién comienza.
Quedar anclados puede resultar un círculo vicioso. No superar aquellos días de violencia puede engendrar más violencia.
Pasaron 34 años desde aquel 24 de marzo.
Mientras no superemos el pasado, difícilmente podremos construir un presente.
Mientras nos empecinemos en anclar nuestra historia, será muy difícil construir futuro.
No olvidemos. Superemos.
No intentemos arrancar del libro de nuestra historia aquella página sangrienta.
Pero continuemos con la página siguiente.
Detenernos en el relato de poco servirá.
Recordar el pasado valdrá la pena, siempre que estemos pensando y construyendo un mejor futuro.
Ocurre en la vida de cada uno de nosotros.
Ocurre en la vida de un país.