El anuncio del adelantamiento de las elecciones nacionales al 28 de junio permite todo tipo de lecturas. Las habrá oficialistas y opositoras. También imparciales, interesadas, descarnadas o entusiastas.
Para no caer en la tentación de juzgar apresuradamente la medida del gobierno y mientras los políticos de todos los colores intentan reacomodarse al cambio de escenario, vale la pena plantear, al menos, algunos interrogantes.
¿Por qué nadie creyó en los argumentos de la presidenta, cuando dijo que el adelantamiento de los comicios apunta a evitar todo un año de campaña en plena crisis económica?
¿Acaso no sorprende que prácticamente nadie crea en la palabra presidencial?
¿Cuál es el margen de confianza que existe, entonces, en el gobierno nacional?
¿Se puede gobernar un país, en el que tan pocos confían?
¿Qué hizo la presidenta para perder tanta credibilidad, cuando hace menos de un año y medio fue votada por la mayoría?
¿Los Kirchner harán autocrítica?
¿Está segura la presidenta de que las nuevas reglas de juego pueden garantizarle un triunfo electoral?
¿No pensó en la posibilidad de que los votantes decidan castigar el cambio de reglas de juego?
¿Olvidamos que Néstor Kirchner fue presidente, porque a Carlos Menem también le cambiaron las reglas electorales?
¿Los gobernadores no adaptaron también las fechas de los comicios a sus conveniencias?
¿Es que en la Argentina las reglas jamás serán claras y permanentes?
¿En quién creemos?, ¿creemos en alguien?, ¿la alianza Macri-Sola-De Narváez, se rompió antes de jugar?
¿Por qué los opositores tampoco confían entre ellos? ¿Nuestros dirigentes son un exponente de lo que somos? Y para ir terminando… ¿desde el viernes pasado ya no hay crisis económica?, ¿se solucionó el conflicto con el campo?, ¿se detuvo la inflación?, ¿ya no hay inseguridad?, ¿Argentina dejó de ser un país sin equidad?
Es que en apenas 72 horas, los verdaderos problemas parecen haber desaparecido como por arte de magia. Para creer, o reventar.