Al gobierno nacional le gusta dividir la política en pasado y presente-futuro. Según la concepción kirchnerista, son dos combos absolutamente heterogéneos. Como el agua y el aceite. Irreconciliables, incompatibles, opuestos. Al límite entre estas realidades dicotómicas lo trazó la llegada de Néstor al poder durante aquel 25 de mayo de 2003. A partir de allí, nada volvió a ser igual.
Por eso los Kirchner no parecen tener pasado político. Por ese motivo, el relato kirchnerista suele obviar las gobernaciones de Néstor en Santa Cruz durante la década menemista o los antecedentes de algunos de los más conspicuos colaboradores de Cristina Fernández.
Frente a este contexto, compartir el triunfo de José Manuel De la Sota en Córdoba plantea una serie de complejas argumentaciones para el gobierno. No sólo porque el dirigente cordobés olfateó con inteligencia que obtendría mayor rédito electoral plantándose ante las imposiciones kircheristas; sino porque, además, “El Gallego” no cumple de manera alguna con los parámetros de presente-futuro que intenta imponer el relato oficial. Es, en realidad, un producto del pasado que mantiene su vigencia porque supo esperar, tensar y aflojar la cuerda política de manera efectiva y con astucia durante 30 años.
Desde el regreso de la democracia, José Manuel De la Sota fue para los cordobeses sinónimo de derrota -o derrotado-. En 1983 perdió la interna del PJ provincial y no pudo ser candidato a gobernador. Intentó ser intendente de la Capital, pero perdió ante Ramón Mestre. En 1987 cayó derrotado ante Eduardo Angeloz en la elección a gobernador. En 1989 tuvo el mismo final cuando fue precandidato a vicepresidente de la Nación, acompañando a Antonio Cafiero. En 1991 volvió a fracasar en su intento por ser gobernador, otra vez frente a Angeloz.
Hasta que en 1998 llegó a la Casa de Gobierno gracias a una campaña proselitista en la que prometió reducir 30 por ciento los impuestos provinciales. Desde entonces, su suerte cambió y en 2003 consiguió la reelección.
Durante ese año se produjo un hecho crucial en su vida política. Un verdadero exponente de la política del pasado, como Eduardo Duhalde, intentó ungirlo como su sucesor en la Presidencia de la Nación. Pero De la Sota nunca levantó en las encuestas. El presidente de la transición optó entonces por un casi desconocido Néstor Kirchner, quien ganó con apenas el 22{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} de los votos.
De la Sota vuelve ahora a gobernar Córdoba con un discurso opuesto al del kirchernismo. En su estrategia de campaña no hubo dicotomía entre pasado y presente-futuro. Tampoco trazó límites entre amigos y enemigos. Con astucia, puso a jugar a su favor aquellos rasgos kirchneristas que tienen cansado a gran parte del electorado. Y logró hacerlo, incluso, demostrando que se pueden marcar límites -al kirchnerismo o a cualquier otro sector- sin la necesidad de romper lanzas o de aniquilar al contrario.
De la Sota fue astuto. Y Cristina, llamó para felicitarlo.