La campaña política llegó al final. Las cartas están echadas. Ya no hay tiempo para más. Lo que no se dijo o hizo hasta ahora, ya no podrá ser dicho o hecho antes de los comicios. Se supone, entonces, que los ciudadanos en general ya tienen decidido a quiénes brindarán su apoyo para que ocupen bancas en el Congreso de la Nación.
A la hora del balance, no quedan dudas de que se trató de una campaña bastante pobre en contenidos y que, en algún momento, estuvo a punto de caer en el precipicio de los agravios personales y vacíos. Las propuestas fueron pocas: unos hablaron de fortalecer el modelo kirchnerista; otros de defender a la producción, y hubo quienes hicieron hincapié en reclamar dinero que pertenece a la provincia, pero está en manos de la Nación.
Fuera de la discusión quedaron temas candentes. Hasta el día previo al inicio de la campaña, la problemática de los menores que delinquen ocupaba la atención de todos. Sin embargo, la cuestión estuvo totalmente ausente del debate electoral, como si no fueran los diputados o senadores nacionales quienes deberán tomar decisiones cruciales al respecto.
Resulta preocupante que esta sociedad -y sobre los medios de comunicación- no sean capaces de evitar este divorcio entre los temas que preocupan a los ciudadanos y la agenda de discusión establecida por los candidatos. Aun así y a pesar de todo, Santa Fe puede considerarse una provincia privilegiada. Buenos Aires y Córdoba, por ejemplo, fueron escenario de ataques cruzados entre candidatos que llegaron, incluso, a intercambiar insultos por televisión.
Hay otras provincias en donde la elección está cerrada desde hace tiempo, pues el resultado de los comicios resulta una obviedad. Santa Fe puede considerarse privilegiada por este final abierto, por contar con candidatos y dirigentes respetados a nivel nacional. De hecho, Agustín Rossi es un referente de primera línea dentro del kirchnerismo, Carlos Reutemann fue dos veces gobernador y senador nacional y suena como presidenciable, mientras que Rubén Giustiniani recibió en varias oportunidades el reconocimiento de sus pares debido a su destacada tarea legislativa.
Son tres hombres importantes y respetados, más allá de sus ideas y estilos. Son distintos, piensan diferente, actúan de manera disímil. Y esto permite contar con un abanico importante de posibilidades para decidir. Allí están sus posturas, sus presentes y sus pasados. No son meros inventos mediáticos ideados para atraer el voto distraído o el voto bronca. Y si ninguno de ellos convence, hay otros candidatos con peso propio.
Cada uno de los 2.375.271 santafesinos habilitados para votar, tendrá la posibilidad de aprovechar estas ventajas que en muchos rincones del país asoman apenas como meras utopías. ¿Que los problemas actuales continuarán vigentes la semana que viene?, ¿que los políticos no siempre hacen lo que prometen?, ¿que los desatinos históricos fueron mellando la confianza en ellos? Es cierto. Todo esto es cierto. También es cierto que muchos políticos deberían aprender a aceptar críticas, a cumplir sus promesas y a rendir cuentas de sus actos. Pero la cómoda postura de tomar a los dirigentes como meros chivos expiatorios resulta una trampa.
Tanto es así, que este distanciamiento entre los ciudadanos y la política suele convertirse en una actitud funcional a los dirigentes inescrupulosos. Cada sociedad tiene los políticos y dirigentes que es capaz de engendrar. Ni más, ni menos. Los milagros no existen. Los gobernantes no son entes creados en laboratorios. Son producto del entramado social, de ese mismo entramado conformado por los millones de ciudadanos que votan, o que deciden no hacerlo.