Ser humanos

Cuando la tarde de ayer promediaba, quedó claro que algo importante estaba por ocurrir en Salta 2141 de la ciudad de Rosario, el punto exacto en el que hace apenas una semana una explosión destruyó un edificio y acabó con 21 vidas.

Las máximas autoridades de la provincia y del municipio rosarino se hicieron presentes en el lugar. Luego de atravesar los distintos vallados levantados para facilitar el trabajo de los rescatistas, se reunieron con quienes trabajaron arduamente día y noche, arriesgando sus vidas en una búsqueda desesperada y a la vez paciente de sobrevivientes.

Poco después, llegaron las certezas: el trabajo estaba concluido y los dos cuerpos que aún no habían sido encontrados, aparecieron entre las ruinas del edificio. Se trataba de Luisina Contribunale (de 34 años) y Santiago Laguía (25 años). Más temprano, habían hallado a Lydia D’Avolio (de 86 años).

Fue entonces cuando se produjo un momentos único, en el que se entremezclaron la tristeza por las vidas perdidas, el cansancio por una semana de trabajo denodado y la emoción provocada por el agradecimiento de una ciudad que observó, conmovida, cómo un grupo de personas cumplió con su deber en medio de las heridas provocadas por la tragedia.

Lo que hicieron los bomberos y rescatistas que trabajaron en la “Zona Cero” fue eso: cumplir con su deber. Dicho así, tal vez no parezca demasiado. Sin embargo, en una sociedad caracterizada por la desorganización, el individualismo, la ineficiencia y el egoísmo, emociona y reconforta ver a un grupo de personas que se esfuerzan por llevar adelante su misión.

Algunos, incluso, sin cobrar un solo peso. De hecho, entre los rescatistas hubo numerosos bomberos voluntarios de Rosario y de otras localidades de la provincia. “Una mujer me acaba de decir gracias, y con eso me pagó por todo el año”, dijo con la voz entrecortada por la emoción uno de ellos cuando fue entrevistado por la televisión.

El momento que se vivió cuando la tarde de ayer caía fue muy particular: sirvió, al menos por un rato, para reivindicar la condición humana, para recordar que sí existen otras formas de hacer las cosas y que no todo está perdido.

Fue esa misma condición humana que, seguramente, tuvo incidencia directa en el desencadenamiento de la tragedia.
Por el momento resultaría aventurado y temerario condenar a nadie. Sin embargo, lo más probable es que la falta de controles adecuados, la existencia de mecanismos anticuados y una mezcla fatal de incapacidad e negligencia, se hayan concatenado de manera trágica.

En sociedades mejor organizadas; los accidentes, la incapacidad y la negligencia también existen. El reciente descarrilamiento de un tren de alta velocidad en España fue una clara muestra de ello.

¿De qué sirve, entonces, contar con sistemas de control más eficientes y sistematizados?

La respuesta es muy sencilla: para reducir las probabilidades de que los siniestros se produzcan y para que, en caso de que ocurriesen, el daño provocado por la tragedia sea minimizado.

Queda mucho por mejorar en este sentido en la Argentina y es una pena que, por lo general, los cambios se produzcan a partir del dolor generado por este tipo de desgracias.

Sin embargo, en medio de tanta destrucción y muerte, ayer quedó en claro que es posible trabajar con eficiencia, cumplir con el deber y pensar en las necesidades ajenas.

Que no parezca poco.
 

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