Nadie está en condiciones de predecir cómo será el gobierno de Mauricio Macri, de qué manera sorteará los duros escollos que en materia económica le deja el kirchnerismo, ni de qué forma logrará entretejer alianzas que le permitan administrar con éxito un país particularmente difícil.
Sin embargo, en su primer discurso como presidente electo -pronunciado en un clima de festejos-, dio claras muestras de un estilo diametralmente opuesto al que los argentinos se habían acostumbrado desde que Cristina Fernández asumiera la Presidencia de la Nación en 2007.
Lejos estuvo Macri de colocarse en el centro de la escena. Su discurso no fue verticalista, ni beligerante. Tampoco se centró en su persona. Lo que hizo, apenas se supo ganador, fue presentar y agradecer a cada uno de aquellos a quienes él considera fundamentales en este largo camino que lo depositó en la Casa Rosada.
Y pocas horas después, el presidente electo protagonizó otro hecho al que el país se había desacostumbrado: brindó una conferencia de prensa, en la que respondió a todo tipo de preguntas. Otra vez, no lo hizo solo, sino que estuvo acompañado por algunos de los principales dirigentes de su sector político.
Con estos simples gestos, dio las primeras muestras concretas en su objetivo de oxigenar el modo de hacer política en la Argentina. Una forma de ejercer el poder de la que, evidentemente, gran parte de la sociedad estaba cansada y por eso optó por el cambio.
Tan profunda era la necesidad de un nuevo estilo, que muchos optaron por Macri sin estar del todo convencidos y a pesar de la fuerte campaña puesta en marcha por el kirchnerismo tendiente a generar temor por las medidas que pudiera adoptar en su gestión.
A partir de ahora, le espera al nuevo presidente de la Argentina una serie de duros desafíos. El primero de ellos, relacionado con medidas macroeconómicas que indefectiblemente deberá adoptar para sincerar una situación que viene siendo sostenida a fuerza de una serie de regulaciones que derivaron en una realidad ficticia y que impiden el desarrollo de las potencialidades del país.
Lo que ocurra con el peronismo será de fundamental importancia para el devenir de los próximos años y para el éxito de Macri. A partir de la derrota del kirchnerismo, se iniciará un proceso de reacomodamiento de un partido que sigue siendo mayoritario.
Dos grandes sectores profundizarán una pugna que no es nueva, pero que a partir de ahora ser hará más evidente. Los kirchneristas vienen trabajando desde hace tiempo para asegurarse una porción de poder. Pero hay otros que bregan por una renovación tendiente a dotar al peronismo de un mayor grado de institucionalidad y que aseguran estar dispuestos a ejercer una oposición responsable.
Los gremios también serán clave en este sentido. Algunos, sobre todo los más cercanos al kirchnerismo, advirtieron en las últimas semanas que están dispuestos a hacer todo lo que tengan a su alcance para dificultar la toma de decisiones del nuevo presidente. Aun así, será necesario aguardar para saber cómo se reconstituye un tablero sindical fuertemente influenciado por un sector poder político que ya no ejerce el poder.
El tan anunciado final de ciclo, finalmente, se hizo realidad. Atrás quedaron los 12 años kirchneristas. El trabajo de reconstrucción de las instituciones y del vínculo entre los argentinos será arduo. Sin embargo, apenas un par de gestos fueron suficientes como para demostrar que otra forma de administrar el gobierno es posible.