Lo único que podía superar la sorpresa provocada por la noticia de que el ex presidente, Néstor Kirchner, comprara dos millones de dólares durante la gestión de su esposa Cristina, era que desde el gobierno lo reconocieran. Y es lo que finalmente sucedió. Más aún, no sólo lo reconocieron, sino que hasta se atrevieron a defender la operación.
“La compra no fue en negro. Fue una compra legal”, dijo el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández -el Corach contemporáneo-, quien con llamativa frecuencia logra lucirse merced a la incapacidad o inconsistencia discursiva de la oposición. Para el ministro de Economía, Amado Boudou, ‘las operaciones que se hacen en el mercado formal son legales y esto está hecho en esos términos; allí no hay nada que decir‘.
A ninguno de los dos se le notó una mueca extraña en el rostro. Como dirían en la tribuna, no se les movió un solo pelo, en una clara muestra de que la función pública suele despertar en algunos las más excelsas actitudes teatrales. Juan José Campanella puede estar tranquilo. Pensando en su próximo éxito en el cine, tiene al menos un par de buenos actores al alcance de la mano.
Para algunos referentes de la oposición, los Kirchner y su entorno pudieron incurrir en delito penal al utilizar sus influencias y poder de decisión para enriquecerse. Para otros, en cambio, se está frente a una descarada violación de los más elementales principios morales y éticos.
Lo que queda claro es que los Kirchner están acostumbrados a jugar siempre al límite de la ilegalidad. El juego es perverso. Por un lado, castigan con dureza a los jueces que no responden estrictamente a sus dictados y los acusan de formar parte del “partido judicial”. Pero, al mismo tiempo, incurren en el latiguillo de “si tienen dudas vayan a la Justicia”, cada vez que se sienten acorralados, pero saben que pueden contar con una mano amiga en el Poder que debería controlarlos.
Según el discurso oficial, todo aquello que no constituye una ilegalidad debería ser aceptado. Aunque no sea ético. Aunque sea política y humanamente incorrecto. Los valores no cuentan. Sólo importa el Código Penal.
Pero más allá de la calificación que pueda otorgársele al hecho de que el ex presidente y esposo de la presidenta comprara dos millones de dólares durante la gestión de su mujer, lo cierto es que la operación tiene por lo menos dos lecturas irrefutables.
La primera: Néstor Kirchner no confió en la habilidad política de Cristina y sus colaboradores para sortear la crisis generada por el enfrentamiento con el campo y por a los nubarrones que se avecinaban en el sistema financiero internacional. Por eso se refugió en el dólar, a pesar de que su esposa decía contar con reservas suficientes como para sostener el valor del peso.
La segunda: Néstor Kirchner y la presidenta sabían de los riesgos que el país enfrentaba y, contradiciendo sus discursos, decidieron cambiar sus pesos por dólares. O peor aún, habiendo tomado la decisión de permitir una lenta pero progresiva devaluación del peso argentino frente a la moneda norteamericana, compraron dólares para hacer la diferencia.
Frente a estas dos lecturas, un par de posibilidades.
La primera: Cristina Fernández fue subestimada por su marido.
La segunda: fue socia de una operación que les permitió ganar 1,7 millones de pesos en poco tiempo.
El interrogante seguirá retumbando por algún tiempo. Lo más probable, es que la respuesta sólo retumbe dentro de la alcoba presidencial.