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Nadie quiere hablar de problemas

Los problemas están ahí, pero da la sensación de que la mayoría de los argentinos resolvió que ya no quiere oír malas noticias. Aunque sean ciertas. Aunque reflejen la realidad, la vida y los estados de ánimo pasan en estos momentos por otro lado.
Más allá de los gestos y las quejas de ocasión, no parece importar demasiado que el gobierno haya permitido a Schoklender y Hebe de Bonafini malgastar 700 millones mientras tantos sueñan con una casa que nunca llega, que la inflación sea del 25 por ciento anual o que en algún momento haya que ajustar el cinturón de los subsidios.
Tampoco preocupa por ahora que un puñado de funcionarios se enriquezca en tiempo récord, que los amigos reciban tanto y los enemigos deban suplicar migajas, que los delitos violentos se hayan convertido en moneda corriente o que Menem haya sido absuelto en medio de una alianza explícita con el kirchnerismo.
En la provincia, nadie quiere pensar en las riñas en el Frente, en que la Cámara de Diputados no sesione hasta fin de año o en que la reforma judicial no avance por peleas de poder. La verdad es que todo esto suena más o menos igual.
¿Por qué proyectar las consecuencias futuras de estos problemas, mientras el aquí y el ahora siguen siendo medianamente tolerables en un país en el que en tantas ocasiones el aire fue casi imposible de respirar?, ¿por qué hacerlo?, ¿es que acaso nos quieren paranoicos o masoquistas?
Más allá de las malas noticias y hasta de algunas quejas, la mayoría de los argentinos no siente imprescindible que las cosas cambien.
Los estados de ánimo se explican por múltiples razones. Algunas están a la vista. Otras, en cambio, exigen rascar la superficie. Aunque quizá no importe demasiado, tal vez valga la pena el intento de analizarlas.

Cuatro pilares
EL TIMÓN. Cuando falta apenas un mes para las elecciones de octubre, la mayor parte de los argentinos llegó a la conclusión de que no vale la pena preocuparse tanto y que, frente a los problemas presentes y futuros, siempre será mejor otorgar el voto a quien tiene el poder suficiente como para tomar decisiones.
Si las cosas pueden ponerse feas el año que viene, por qué arriesgar y cambiar de manos el timón. Los que están, algo van a hacer. Si no lo hacen, el problema les estallará en la cara y los kirchneristas ya probaron que son capaces de superar tormentas. Es una ecuación lógica. Es sentido común. Nadie puede ser criticado por ello.
Si de algo puede vanagloriarse el kirchnerismo desde su llegada al gobierno en 2003, es de haber construido poder. Ahora no importa demasiado cómo y por qué lo logró. Quienes lo precedieron, ni siquiera fueron capaces de alcanzar el mismo objetivo.
Si ellos tienen poder y disfrutan de usarlo, pues que lo hagan. La mayoría resolvió, entonces, que no tiene demasiado sentido preocuparse ahora.
EL TELEVISOR. Es verdad que el gobierno destina 900 millones de pesos de todos para sostener clubes de fútbol corrompidos y para hacer publicidad oficial con fondos públicos. Pero también es cierto que antes una empresa privada se llenaba los bolsillo gracias a la pelota y que la mayoría quedaba fuera del espectáculo.
Y eso no es todo. A pesar de la inflación, lo cierto es que con cuotas bajas y fijas hoy se puede llegar al LCD. Como cuando estaba Menem -el mismo de las armas que hoy no preocupan a nadie. En aquellas épocas eran minicomponentes, sólo porque los LCD no existían.
¿Qué los problemas del país son más profundos?… Puede ser… Pero mientras esos problemas no se solucionen, siempre será mejor pasar la vida frente a un buen televisor, antes que consumirla leyendo malas noticias cuyos autores ni siquiera son demasiado confiables.
Según estudios de la Fundación Mediterránea, en 2010 el 4{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} del PBI nacional se destinó a financiar el consumo y apenas el 1,2{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} del PBI estuvo dirigido a la construcción de viviendas. ¿Que una casa es más importante que un LCD?… Puede ser… Pero mientras la casa no llega -porque la verdad es que nunca llega-, siempre será mejor esperarla mirando Fútbol para Todos.
EL RELATO. Desde 2003 el kirchnerismo no sólo construyó poder, sino que logró revivir la discusión política en la Argentina del “que se vayan todos”. Otra vez hubo qué discutir y, entonces, fue imprescindible contraponer un relato propio al relato reinante. Para que hubiese relato, debieron gestarse los relatores. Los hubo -los hay- por convicción y por conveniencia. Como siempre, pero ahí están.
Cada vez que un medio de comunicación, un periodista o un político opositor critica al gobierno; los relatores oficiales lo descalifican, lo colocan “del otro lado”. Al principio la estrategia pudo resultar agresiva. Pero el kirchnerismo avanzó en su decisión de imponer un nuevo relato único. Ahora, mientras unos dicen que todo está mal en la Argentina, los otros aseguran que el país es un cuento de hadas. Porque en muchos casos los medios también entraron en el juego y se encargaron de jaquear su propia credibilidad, convirtiéndose en una mala oposición.
En general, es un mito eso de que la gente cambia su voto por los diarios. Los que no quieren al gobierno, leen medios críticos. Los que lo apoyan, consumen los medios oficiales. Para la mayoría, esto tampoco importa mucho porque, en definitiva, es un problema entre los relatores.
Para decirlo en otras palabras, lo que ocurra entre kirchneristas, medios, periodistas u opositores, es un problema ajeno.
LA OPOSICIÓN. En un país en el que nadie tiene tiene ganas de hablar de los problemas, el intento de construir un discurso opositor es apenas una ilusión. Simplemente, no existe espacio para un discurso crítico. Sin poder, sin LCD’s y sin un relato que alguien quiera escuchar, los opositores se quedaron hablando solos. Y para colmo, nunca tuvieron demasiado para decir.
Cuanto más critican al gobierno -lo único que los mantuvo vivos en algún momento-, menos los vota esa mayoría que no quiere oír de problemas. La corrupción no afecta las urnas. El discurso crítico cansó. Nadie está interesado en los Schocklender, las Bonafini o los Menem. Nadie quiere oír de la inflación y de cómo el Indec miente. ¡Si antes estábamos peor!
Salvo honrosas excepciones, desnudos y desesperados, los opositores pelean entre ellos, discuten, se contradicen. Porque sería injusto atribuir todos los males al kirchnerismo, como si la oposición no fuera en gran medida responsable de sus propias miserias. Si los opositores no pueden garantizar el cambio que tanto pregonan, por qué cambiar.
Si ellos mismos no logran organizarse para convencer al electorado, que no le pidan a la gente que se preocupe por los problemas del país. ¡Es una desfachatez! ¡No sólo piden el voto, sino que además la quieren preocupada!

¿Para qué…?
Los estados de ánimos generales se explican por múltiples razones y quizá éstas sean algunas de ellas, aunque en la Argentina de finales de 2011 no parece existir demasiado interés por explorarlas.
Para la mayoría, no suena lógico preocuparse ahora por las malas noticias. Si tantas veces el país estuvo peor, si los problemas de fondo siguen en el fondo y si, los que quieren llegar al poder, tienen tantas dificultades para demostrar que son mejores que los que ya están.
Es sentido común. Es cuestión de supervivencia. Nada de paranoia, ni masoquismo.
Por ahora, nadie quiere hablar de problemas porque, en definitiva, está instalada la sensación de que ya habrá tiempo para solucionarlos.