El poder marea, obnubila. No resulta sencillo gozar de una enorme cuota de poder, sin perder la perspectiva. Quienes lo detentan suelen embriagarse, sentirse únicos, especiales, imprescindibles e infalibles.
Sin embargo, la realidad tiene una capacidad casi sarcástica de despertar a los más poderosos de sus mejores y más placenteros sueños.
En apenas tres semanas, una sucesión de circunstancias inesperadas sacudieron al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y le recordaron que, como cualquier mortal, es vulnerable y carece de la capacidad de controlarlo todo.
Los últimos cacerolazos de protesta que se replicaron en distintos puntos de la Argentina parecen lejanos. Sin embargo, se produjeron hace muy poco tiempo. Más precisamente, durante la noche del jueves 13 de setiembre. Sus ecos aún resuenan, más allá de los intentos del gobierno por caricaturizarlos con el rótulo de “clase media”, como si esto funcionara como una suerte de epitafio.
Quizá muchos crean que las manifestaciones no tuvieron ningún efecto. De hecho, por mencionar sólo algunos de los motivos de las protestas, la inseguridad sigue presente y el cepo cambiario goza de absoluta salud. Sin embargo, no parece casual que desde aquel jueves de setiembre ninguno de los adláteres del gobierno haya vuelto hablar de reformas constitucionales, re-relecciones, ni de Cristinas eternas.
Pero en estas tres semanas se produjeron otros hechos que -aunque se trate de una obviedad- le recordaron al gobierno que no existe persona, ni proyecto político, que sean invulnerables.
Durante su gira por los Estados Unidos, Cristina Fernández brindó un sólido discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas. Se puede estar o no de acuerdo con lo que dijo. Incluso se puede discutir la decisión de dialogar con el gobierno iraní sobre el atentado a la Amia. Aun así, la presidente demostró, una vez más, su capacidad de oratoria política. A diferencia de lo que suele ocurrir cada vez que habla en el país, en Nueva York dejó de lado ese tono engolado y esas sobreactuaciones que a tantos irritan.
Sin embargo, un puñado de alumnos de las universidades de Georgetown y Harvard puso nerviosa a Cristina con una serie de preguntas bastante obvias sobre la realidad argentina, provocando así un nuevo desgaste sobre la figura de la presidente. Como suele ocurrir con demasiada frecuencia entre los poderosos, Cristina detesta ser interpelada y enfrentar un libreto que no domina.
Prefectos y gendarmes
Cuando parecía que el mal momento comenzaba a ser superado y que el gobierno retomaría el control de la agenda pública, gendarmes y prefectos de todo el país se sublevaron. Salieron a las calles y dejaron al desnudo una serie de contradicciones y de incomprensibles decisiones oficiales.
En primer término, demostraron que el mismo gobierno que tanto hincapié hace sobre su compromiso de enfrentar a la inseguridad, no duda en ordenar un drástico recorte de ingresos para quienes arriesgan la vida a diario. Los argentinos, en general, se enteraron así de que los integrantes de estas fuerzas federales cobran sueldos de miseria.
Como para complicar aún más la situación, el jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, intentó vincular los reclamos salariales con supuestos intentos de desestabilización institucional en los que nadie cree. Y la ministra de Seguridad, Nilda Garré, dijo que el problema había sido superado por el simple hecho de remover a las cúpulas de Gendarmería y Prefectura. Dos claros ejemplos de cómo el relato oficial suele tropezar con la realidad.
Mientras la crisis con las fuerzas de seguridad sigue en pie, otro hecho enrareció aún más el clima del país. Se trata del misterioso secuestro de Enrique Alfonso Severo, un testigo clave en la causa que investiga el asesinato de Mariano Ferreyra, ocurrida en octubre de 2010.
Su desaparición se produjo pocas horas antes de que atestiguara ante la Justicia y recordó, inevitablemente, el caso de Julio López, otro testigo de una causa trascendente que permanece desaparecido desde hace seis años.
Lo de Severo resulta bastante confuso. En un primer momento dijo que su secuestro había sido un mensaje para Cristina Fernández, pero luego se desdijo. Si se trata de un testigo clave, tampoco queda claro por qué lo liberaron, permitiendo que declare en este caso que tiene como imputado al líder de la Unión Ferroviaria, Jorge Pedraza.
Es probable que esta catarata de problemas y de malas noticias para el gobierno pronto acabe y que el oficialismo logre retomar el control sobre la agenda de discusión pública en la Argentina. En definitiva, como en la vida, la realidad y la política combinan ciclos turbulentos con buenos momentos.
De todos modos, estas tres semanas deberían ser un llamado de atención para el gobierno.
Quienes detentan un enorme poder suelen embriagarse y sentirse únicos. Sin embargo, sólo son verdaderamente especiales aquellos que, a pesar de ser poderosos, mantienen sus pies sobre la tierra, reconocen sus límites, no intentan ocultar sus errores y, por sobre todas las cosas, evitan la tentación de sentirse imprescindibles e intentar controlarlo todo.