Del “acá no hay lugar para tibios” pronunciado por Néstor Kirchner cuando todavía era presidente del PJ a mediados de 2008, al “que la sigan chupando” (ver video más abajo) proferido por Maradona luego del partido con Uruguay, en referencia a los periodistas que se atrevieron a decir la verdad cuando opinaban que la Selección jugaba mal.
Kirchner arengaba (y presionaba) a su tropa para destruir a sus “enemigos” en el campo de batalla en el que se había convertido el país. Maradona destilaba su bronca e insultaba con bajeza a quienes se habían atrevido a tratarlo como el mortal que simplemente es, aunque algunos obsecuentes e interesados se empeñen en hacerle creer lo contrario.
Lo de Maradona fue la más descarnada muestra de uno de los más acentuados problemas argentinos. Como lo fue en su momento lo del ex presidente en referencia al campo.
La misma muestra de intolerancia quedó al descubierto el año pasado en aquel diálogo socarrón entre Mariano Grondona y Hugo Biolcati durante un programa televisivo, cuando el presidente de la Sociedad Rural y el periodista plantearon de un modo risueño que Cristina Fernández de Kirchner no llegaría al final de su mandato y sería reemplazada por el radical Julio Cobos.
Queda claro que el estilo de los Kirchner contribuyó a profundizar las divisiones; pero este fenómeno se produce en una Argentina por siempre dividida. Decir que los Kirchner plantaron la semilla de la confrontación sería una falacia, pues la semilla está allí, latente, esperando para producir sus frutos destructivos.
Y otra vez el fútbol se convierte en espejo de lo mejor y lo peor de una sociedad que no logra superar los escollos que a sí misma se impone.
Porque Argentina clasificó al Mundial, Diego Maradona pisoteó e insultó a los periodistas que alguna vez lo criticaron. Pero es justo reconocer que si la Selección no clasificaba, los mismos insultos y pisotones hubieran tenido como víctima al técnico y sus jugadores.
Claro que las responsabilidades que les cabe a quienes dirigen son mayores que aquellas que pesan sobre el hombre común. Kirchner, Maradona, Grondona (Mariano y el otro) o Biolcati -sólo por reiterar los apellidos citados en este comentario- tienen esa delicada misión.
El problema de fondo continúa siendo el hecho de que en la Argentina resulte tan difícil comprender que no todo debe ser una batalla, que no es necesario pisotear a nadie, que de poco sirve encontrar y hasta inventar enemigos permanentes.
Vivimos agazapados para evitar el zarpazo del enemigo de turno. Vivimos agazapados para dar el golpe de gracia al enemigo apenas notamos algún signo de debilidad en él.
“Los argentinos deberían quererse más”, dijo alguna vez el candidato a presidente del Uruguay, “Pepe” Mujica. Sonó a simplificación. Sonó tan simple como comparar a la Selección con lo que ocurre con otros ámbitos del país. Y tal vez sea cierto. Tal vez se trate de una comparación superficial, pero en la simplicidad suele estar la explicación para los problemas más profundos.
Los dichos de la polémica