Raúl Eugenio Zaffaroni desconcierta. Durante la tarde de ayer, a poco de su llegada a la ciudad de Santa Fe, convocó a una conferencia de prensa que por momentos se pareció más a un discurso que a un intercambio de preguntas y respuestas.
Explicó que lo hacía porque acababa de ser advertido de que algún medio de comunicación porteño estaba a punto de dar a conocer otra noticia con la intención de perjudicarlo. En este caso, se trató de una cuenta bancaria en Suiza.
El juez de la Corte dio todo tipo de detalles sobre dicha cuenta. Dijo cuándo la abrió, cuánto dinero tenía en un principio, cuánto obtuvo por intereses, cómo estaba registrada -con su nombre y apellido-, para qué la utilizaba. También adelantó que traerá ese dinero al país inmediatamente y lo donará a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
En cuestión de minutos, Zaffaroni destruyó absolutamente cualquier intento de jugada, operación mediática o política en su contra.
¿Cómo lo hizo? Muy simple: brindando información. Hasta el mínimo detalle, como para que no queden dudas. Más aún, fue él quien convocó a los periodistas para explicar la situación de su cuenta suiza. Se trataba de una cuenta privada pero, como hombre público que es, el ministro de la Corte dio todo tipo de datos. Incluso, aquellos sobre los cuales ni siquiera los periodistas preguntaban.
En definitiva, caso cerrado.
Pero el problema de Zaffaroni no radica en la información que espontáneamente brinda. El problema de Zaffaroni pasa por lo que no termina de explicar con claridad.
¿Qué habría ocurrido con la denuncia sobre la propiedad de cuatro a seis departamentos que figuran a su nombre y en los cuales se ejercía la prostitución, si el magistrado hubiese reaccionado como lo hizo con su cuenta en Suiza? ¿Por qué, en lugar de brindar información tan detallada como lo hizo con esta cuenta, sólo habló de una campaña política en su contra?
Ayer, su discurso cambió. Cuando se lo consultó sobre esta supuesta campaña vinculada con la política, dijo que los dirigentes de los distintos partidos habían tratado el tema con mesura -salvo Ricardo Alfonsín, claro-. Ahora, ya no lo atribuyó a la política, sino a intereses económicos a los que supuestamente él habría afectado durante el ejercicio de su tarea como magistrado.
Incluso, Zaffaroni dijo haber recibido llamados desde el supuesto medio de comunicación que estaba por dar la noticia de la cuenta bancaria, advirtiéndole acerca de la inminencia de la publicación. “Lo hacen para desestabilizarme”, insistió. Lo mismo ocurrió -según el juez- poco antes de que se conociera el escándalo por los departamentos.
No se trata de defender a medios de comunicación que lo están investigando. Seguramente, esos medios se saben defender solos. Sin embargo, habrá que explicar que una de las reglas elementales de la ética periodística pasa por advertir al protagonista de este tipo de informaciones sobre la inminencia de la publicación. No se lo hace para desestabilizarlo, sino que para brindarle la posibilidad de que dé su versión de los hechos. El supuesto afectado por la noticia tiene la libertad de hablar, o de mantener el silencio. En definitiva, la consulta previa a la publicación es lo que corresponde.
A nadie en su sano juicio se le ocurría sospechar de que el ministro de la Corte estuvo vinculado a redes de prostitución o trata de personas. Ni siquiera tendría sustento suponer que decidió de manera personal alquilar los departamentos a mujeres que se prostituyen. Sin embargo, la reacción de Zaffaroni y la falta de explicaciones claras, deja abierta sospecha de que algo oculta. Es una sospecha. Una sensación que no se funda en los antecedentes de Zaffaroni como magistrado, sino en sus respuestas a medias.
Ayer, Zaffaroni demostró que en apenas cinco minutos es capaz de destruir una supuesta jugada mediática en su contra. Lo hizo con la cuenta bancaria. Sobre los departamentos, no brindó mayores detalles. Por lo tanto, lamentablemente para él y para todos, el caso sigue abierto.