Lecciones de madurez política

Subieron juntos las escalinatas de la Casa Blanca. Juntos, enviaron un mensaje a los ciudadanos de su país y también a los del resto del mundo. Juntos, trabajarán a partir de ahora en la conformación de un fondo de ayuda para la devastada Haití.

El presidente Barack Obama, el demócrata Bill Clinton y el republicano George Bush, decidieron ponerse de acuerdo detrás de un objetivo común. No importa que sean de partidos diferentes, ni que el actual mandatario norteamericano deba hacer frente a una serie de enormes problemas provocados por su antecesor.
Es cierto que los Estados Unidos destinan 600.000 millones de dólares anuales en materia militar y que con ese dinero alcanzaría para reconstruir cada ladrillo haitiano en unos cuantos meses.

Es cierto que se trata del mismo país que se encargó de destruir Irak con excusas falsas y que las imágenes de los tres líderes políticos –incluso la de Bush, con sus mentiras y sus manos manchadas de sangre- se vieron fortalecidas por esta foto que recorrió el planeta. Seguramente también es verdad que hay mucho de hipocresía, conveniencia política y puesta en escena.

Todo esto es cierto. Pero no alcanza para eclipsar el hecho de que Obama haya convocado a Clinton y a Bush con una meta en común: recaudar fondos del sector privado para ayudar a este país devastado. Tanto es así, que este fondo especial lleva el nombre de Clinton-Bush-Haití.

Es parte de la cultura política norteamericana. Los ex presidentes siguen ocupando un lugar de respeto y de consulta. Los que llegan no incurren en la tentación de simplemente responsabilizar a sus antecesores por los problemas. A nadie se le ocurre destruir el pasado reciente para reescribir, con letra propia, el presente y el futuro inmediato. No impera la lógica de la eterna destrucción y la permanente disputa.

Pero no hace falta mirar tan lejos. Sebastián Piñera es el primer presidente de derecha elegido en Chile desde la década de los cincuenta. Luego del triunfo, brindó una conferencia de la que también participó su contrincante, Eduardo Frei.

Triunfador y derrotado compartieron la escena y se estrecharon en un abrazo. Piñera llamó a la "unidad del país”. Frei será oposición a partir de ahora, pero la racionalidad política en Chile parece haber echado raíces profundas, por lo que resulta poco probable que los derrotados dediquen su tiempo a destruir a los vencedores. Las pruebas de esta madurez están a la vista.

Casi al mismo tiempo, del otro lado del Río de la Plata, el presidente electo de Uruguay, José Mujica, acaba de crear cuatro comisiones de trabajo conformadas por representantes del oficialismo y de la oposición para alcanzar acuerdos en materias claves, como seguridad, educación y cambio climático.
Como se trata de verdaderos problemas de Estado, los uruguayos saben que deben ponerse de acuerdo y hacia allí caminan.

En la Argentina, mientras tanto, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no se habla con su vicepresidente, Julio Cobos, mientras que éste construye desde la Vicepresidencia un polo opositor al gobierno que supuestamente integra. Los enfrentamientos insitucionales se extienden también hasta el Banco Central, cuyo titular fue expulsado, pero sigue en funciones.

 
La teoría de la conspiración eterna sigue retumbando. Otra vez el gobierno habla del objetivo destituyente de la oposición política y de grupos económicos interesados en que el kirchnerismo se acabe.

No queda del todo claro qué grado de razón tiene el oficialismo al hablar de intentos destituyentes. De hecho, luego del quiebre de las relaciones con el campo en marzo de 2008, hubo dirigentes ruralistas que se excedieron en sus planteos y llegaron a pregonar, directa o indirectamente, la renuncia de Cristina Fernández.

Pero lo que sí está claro es que la confrontación nunca acaba y que el gobierno hace poco para terminar con ella. Que no hay contrincantes, sino enemigos. Que hablar de consenso está de moda en la Argentina desde la muerte de Raúl Alfonsín, pero pocos trabajan para lograrlo.

Pudieron en Uruguay. Lo lograron en Chile. Por lo visto, no es una meta inalcanzable.