Los políticos están desconcertados. Pero no son los únicos. Lo mismo les ocurre a los analistas, a los consultores y a los periodistas acostumbrados durante todo el siglo veinte a generar corrientes de opinión o a estar en condiciones de evaluarlas bajo determinados parámetros que garantizaban cierto grado de certezas.
Pero durante los últimos años, una nueva tecnología generó un nuevo mundo. La sociedad en general ya no se comunica como antes. Tampoco se informa de la manera en que lo hacían sus padres, ni está dispuesta a escuchar discursos elaborados como si se tratasen de verdades reveladas.
Pocos días antes de las elecciones en los Estados Unidos, el periodista Pablo Boczkowski publicó en la Revista Anfibia un informe sobre la posición de los medios norteamericanos frente a esta hora clave. Detectó que Hillary Clinton había recibido el respaldo de 229 diarios y 131 semanarios, mientras que, a Donald Trump, apenas lo habían apoyado 9 diarios y 4 semanarios. Dicho en otras palabras, el republicano perdía 360 a 13 en términos mediáticos. Nada mal para la candidata demócrata, fiel exponente del establishment político norteamericano.
Una situación similar se producía en los medios electrónicos tradicionales, como las grandes cadenas de televisión y las radios.
Sin embargo, en las redes sociales se estaba generando una situación diametralmente opuesta. Allí, a Donald Trump le iba mejor que a Hillary. Incluso, a pesar de que las encuestas decían que Clinton había sacado una luz de ventaja sobre su oponente.
El fenómeno puede ser abordado desde múltiples enfoques. En primer lugar, habrá que decir que desde hace años se incrementa el número de personas que deciden no informarse a través de los medios tradicionales o que, si lo hacen, es a través de herramientas que les permiten decidir cuándo y cómo hacerlo.
¿Qué significa esto?… Hasta el siglo XX, el gran poder de los medios de comunicación radicaba en la posibilidad de recortar la realidad según su propia mirada e intereses. Eran los diarios, las radios o los canales de televisión los que decidían cuál sería la “agenda” de temas importantes. Y como si esto no fuese suficiente, además generaban el ranking de temas prioritarios. Por eso era tan común que se hablara del poder de una primera plana. Aparecer en la página 1 de un diario importante, no era lo mismo que hacerlo en la página 24. Estar en la apertura de un noticiero era diferente a hacerlo en el segundo o tercer bloque.
Actualmente este poder no ha desaparecido del todo. Sin embargo, se encuentra herido de muerte debido a la aparición de herramientas tecnológicas que han empoderado a las audiencias.
En parte, porque es posible -aunque con riesgos evidentes- recibir y brindar información sin intermediarios.
Pero eso no es todo. Incluso cuando una persona opta por informarse a través de un medio tradicional, elige de qué manera hacerlo. A través de la web, lee sólo aquellas noticias que le resultan importantes. Es el receptor quien tiene el poder de determinar la manera en que recorrerá el contenido de ese medio. El mito de la primera plana ha muerto. Y en lo que refiere a la televisión, los canales tradicionales poco a poco comienzan a perder frente a servicios on demand, como Netflix. El viejo y querido control remoto fue apenas un adelanto de lo que estaba por venir.
Al menos por ahora, la radio parece ser el medio que menos ha sentido el impacto de estas nuevas tecnologías. Sin embargo, los cambios son tan veloces que, más temprano que tarde, también sufrirá el efecto de las transformaciones.
Como si estuviera entre cuatro paredes
Se trata de una paradoja desconcertante y con implicancias profundas. Pero a pesar de su carácter de “social”, las personas suelen decir en las redes sociales aquello que jamás dirían el público. En otras palabras, allí se encuentran más cómodas para expresar lo que realmente piensan, como si estuviesen conversando con su mejor amigo y entre cuatro paredes.
¿A quién no le ha pasado de postear algo en Facebook y luego arrepentirse por el efecto producido o porque el mensaje llegó a destinatarios indeseados?
Es probable que las encuestas hayan fallado en los Estados Unidos -como en Gran Bretaña con el Brexit o en Colombia con el acuerdo de paz con las Farc- por problemas en la forma en que se determinan las muestras a ser consultadas, generalmente radicadas en los principales centros poblados.
Pero eso no parece explicar todo el fenómeno. En el caso de Donald Trump, todo indica que existió lo que se conoce como “voto vergonzante”. Es decir, gente que al ser consultada por encuestadores tradicionales prefirió no decir que votaría por el magnate porque no resultaba políticamente correcto.
Si se le preguntara a cualquier votante de Trump si está a favor del maltrato contra las mujeres o de la evasión de impuestos, lo más probable es que diría tajantemente que no. Sin embargo, a la hora de votar no tuvo en cuenta el discurso misógino del candidato, ni sus posibles incumplimientos ante el fisco.
En las redes sociales, sin embargo, estas barreras parecen diluirse. Por este motivo, los consultores comenzarán a posar sobre ellas sus miradas con mayor detenimiento. Lo sucedido con Trump, fue una verdadera lección.
Los cambios tecnológicos se aceleran de manera irrefrenable. Y con ellos, lo mismo sucede con las conductas sociales. Quejarse por las implicancias del nuevo escenario no sirve de nada. Nadie tiene asegurado el éxito, pero aquellos capaces de adaptarse quizá -sólo quizá- logren mantenerse en pie.
Apenas existe una certeza: para los miopes y los nostálgicos, el fracaso está garantizado.