La tarjeta roja es parte de un deporte llamado fútbol. Sin embargo, habrá que explicarle a la presidente Cristina Fernández que la violencia generada por las mafias conocidas como “barra bravas” no es un juego. Es, en realidad, un complejo entramado de delito y complicidades en el que hay vidas -muchas de ellas inocentes- en juego.
En un acto de campaña política y pocas horas después de que delincuentes de la barra de Boca se mataran a tiros, la primera mandataria utilizó el típico cartón rojo de los árbitros del fútbol con el supuesto objetivo de rechazar la violencia. Fue una imagen verdaderamente patética y agraviante para el sentido común.
Ella no es un árbitro de fútbol. Es la máxima autoridad del país y la misma que el 30 de julio de 2012 manifestó su profunda admiración por los barras que se cuelgan domingo a domingo de los paravalanchas de los estadios: “Arengan y arengan, la verdad mi respeto para todos ellos”.
Por lo general, esos que arengan de espalda al partido son los asesinos. Los traficantes de drogas. Los apretadores a sueldo. La mano de obra siempre dispuesta a brindar servicios al mejor postor. Están allí, con rostros reconocidos, nombres y apellidos concretos.
Cristina se apresuró a reclamarle a las autoridades de Boca Juniors que solucionen el problema. Lo más probable es que los directivos sean cómplices de estos delincuentes. Pero el gobierno no puede hacerse el distraído, sobre todo luego de que la presidente se declarara “maravillada” por los barras o después de que una agrupación organizada por el kirchnerismo se encargara de llevar a los barras al mundial de Sudáfrica.
Más aún, el fútbol se ha convertido en una cuestión de Estado desde que el gobierno aporta miles de millones anuales de las arcas públicas a los clubes a cambio de la televisación de los partidos y de la posibilidad de utilizar los espacios de elevado rating para machacar a los televidentes con propaganda oficial.
Parafraseando a Fútbol para Todos, bien se puede afirmar que se financia a los clubes con el dinero de todos y que, parte de esos fondos, terminan seguramente en manos de barrabravas.
Pero esto no fue todo. Además,, Cristina dijo que le llamó la atención el hecho de que un periodista hubiese anunciado a través de un diario que el tiroteo entre los barras de Boca podía producirse: “¿Cómo es posible que alguien, como leí hoy, había advertido que podía pasar? ¿Sabían que iba a ir gente con armas? Si pensaban que había gente con armas, ¿por qué no lo denunciaron? Eso me llamó poderosamente la atención”.
Estas palabras de la mandataria terminan por aniquilar la imagen del gobierno. Es que, incluso habiendo sido advertidos a través de la prensa sobre la posibilidad de un enfrentamiento armado, las autoridades fueron incapaces de evitar los hechos.
Tan incongruente es la situación, que bien se podría sospechar que algún sector de los organismos de seguridad dejaron que esto sucediera por motivos que habría que investigar. ¿Una entrega?, ¿zona liberada?… todo pudo haber sucedido. Lo que no se puede alegar, es desconocimiento de una situación que se viene gestando desde hace años y que tiene a dos facciones de la barra enfrentadas por el control del poder-dinero.
Lo ocurrido es una clara muestra de que la violencia, las mafias y las muertes seguirán presentes en el fútbol. Al menos, mientras el poder político continúe jugando de manera grotesca con el problema y no decida romper con tanta impunidad e hipocresía.