Llegó la hora de poner blanco sobre negro: es verdad que gran parte de la Justicia actúa como una corporación; es cierto que hay jueces corruptos o que responden a sectores políticos o sectoriales; es evidente que Clarín no quiere que se aplique la Ley de Medios y que TN sólo suele dar malas noticias. También es real que algunos de los opositores que hoy critican al gobierno, formaron parte del desastre de la Alianza o del menemismo.
Todo eso es cierto. Pero aún así, estas verdades no modifican el fondo de la discusión: no existe una sola razón para suponer que el control partidario del Consejo de la Magistratura fortalezca a la República.
Lo que acaba de suceder en la Cámara de Diputados de la Nación no es casualidad. Corresponde a un plan perfectamente estructurado. Es apenas un capítulo más en esta historia. Una cadena cuyos eslabones conducen a la concreción del deseo abiertamente reconocido por la presidente Cristina Fernández en un palco de la ciudad de Rosario: “Vamos por todo”.
Esta declaración no provino de la oposición, de los “medios dominantes”, de las corporaciones o de algún malévolo gobierno extranjero interesado en truncar el sueño argentino. Lo dijo ella. Sin disimulo. Con total desparpajo. Y, desde entonces, detrás de cada decisión del kirchnerismo retumban inevitablemente las palabras de Cristina.
Durante los últimos días, algunos compararon el plan de “Democratización de la Justicia”, con el debate legislativo generado por Resolución 125. Se equivocan. En aquel momento lo que estaba en juego era dinero. Ahora, en cambio, comienzan a desangrarse principios republicanos elementales.
Por si alguien no comprendió todavía lo que acaba de suceder, quizá sea bueno explicarlo una vez más.
Los partidos políticos postularán, en listas sábana, a los candidatos a integrar el Consejo de la Magistratura, el órgano encargado de elegir, sancionar o destituir a los jueces de la Nación. En otras palabras, el partido que gane la Presidencia estará en condiciones de controlar políticamente al Consejo de la Magistratura. Ya sean kirchneristas, peronistas “disidentes”, radicales, socialistas o macristas. Los consejeros elegidos en las urnas le deberán sus cargos al partido que los designó como candidatos.
Pero eso no es todo. Como para que el plan de control resulte infalible, las leyes aprobadas esta madrugada modifican la cantidad de votos necesarios dentro del Consejo para destituir a un juez. Hasta ahora, se requería la conformidad de las dos terceras partes de los consejeros. Cuando estas leyes entren en vigencia, bastará con la mitad más uno de los votos.
Al juez le compete la función de controlar al poderoso. Pero si el poderoso cuenta con la posibilidad de elegir o destituir al encargado de ejercer ese control, las atribuciones de la Justicia se convierten literalmente en una entelequia.
Ningún kirchnerista responsable -que son muchos y demuestran una capacidad de gestión que los opositores suelen admirar- está en condiciones de explicar por qué este nuevo esquema favorece a la República, a la división e independencia de poderes. Son muchos los que se sienten realmente incómodos con gran parte de estas leyes. Otros, en cambio, se limitan a esgrimir chicanas como argumentos.
Si el voto popular otorga derechos absolutos y habilita al poderoso de turno a ir por todo, para el resto de los habitantes del país sólo queda el rol de meros observadores. “Si no les gusta, generen una alternativa y preséntense a elecciones”, repiten hasta el cansancio los kirchneristas duros.
El costo político que el gobierno está pagando con la sanción de estas leyes es enorme. ¿Por qué lo hacen?, ¿cuál es la próxima movida?, ¿por qué necesitan desesperadamente controlar a los jueces?, ¿qué tienen en mente?, ¿hacia dónde conducen al país?
Lo más probable es que los próximos capítulos de este plan ya estén escritos, aunque sólo la mesa chica del kirchnerismo conozca los detalles. La historia, en definitiva, la escriben los que ganan.
Sólo resta que, poco a poco, los siguientes movimientos del gobierno comiencen a develarse ante el resto de los argentinos.
Fuera del “todo”, sólo queda la nada.
Por eso, a los no-kirchneristas les está reservado un papel secundario. Son, apenas, meros espectadores.