La actual relación entre el kirchnerismo y el Papa Francisco despierta todo tipo de análisis, especulaciones e, incluso, sorpresas. Es que, en realidad, cuando en marzo del año pasado Jorge Bergoglio resultó electo para suceder a Benedicto XVI, pocos pudieron imaginar en la Argentina que, un año después, Cristina Fernández y el Sumo Pontífice mantendrían una relación tan fluida y cordial como la que hoy se percibe.
No se trataba, por entonces, de especulaciones antojadizas. De hecho, desde que en 2003 el kirchnerismo llegó al poder, Bergoglio se convirtió en un personaje incómodo. Néstor y Cristina se las ingeniaron, una y otra vez, para evitar al entonces cardenal de Buenos Aires quien, a través de sus declaraciones y homilías, no dejaba de hacer mención a temas tales como la pobreza, la corrupción, las divisiones y enfrentamientos que con el correr de los años se fueron profundizando en el país.
En el momento en que Bergoglio fue elegido Papa, la Televisión Pública apenas si emitió un flash informativo y luego mantuvo su grilla habitual: el programa infantil Paka Paka.
Mientras tanto, en el Congreso de la Nación la noticia cayó como un balde de agua helada para el oficialismo. En ese momento, se estaba realizando en la Cámara de Diputados un homenaje al recientemente fallecido Hugo Chávez. La noticia del nuevo Papa conmocionó el recinto en plena sesión. La oposición estalló en aplausos y solicitó un cuarto intermedio para escuchar a través de la televisión las primeras palabras del Sumo Pontífice. Pero los opositores no tuvieron suerte: el kirchnerismo decidió continuar aquella sesión como si nada estuviese ocurriendo.
Minutos después, desde Tecnópolis, Cristina hablaba por cadena nacional y apenas si se refería a Bergoglio al final de su discurso. Lo hizo en un tono displicente que no dejó de sorprender, incluso conociendo los antecedentes de una relación tensa.
Por aquellos días, la oposición se frotaba las manos. Como era de esperar, todos comenzaron a bregar por un encuentro con Francisco.
Sin embargo, cuando el Papa argentino lleva un año y medio de pontificado, ningún argentino logró fotografiarse junto a él, más que Cristina Fernández.
Giro discursivo
El kirchnerismo comprendió rápidamente que sería insostenible mantener a Jorge Bergoglio, devenido en Francisco, en la nómina de los enemigos. Por su parte, el Papa se amoldó a la nueva realidad y se encargó, a través de sus gestos contundentes, de dejar en claro que al menos para él la tensión con Cristina formaba parte del pasado.
En estos momentos, la gran pregunta es de qué manera esta relación tan afable y recurrente puede estar influyendo en las decisiones de la presidente y hasta qué punto puede impactar en el devenir de la política del país. En los últimos días se produjeron algunos hechos que, a priori, podrían tener vinculación con el último encuentro entre Cristina y Francisco.
Desde la Jefatura de Gabinete y el Ministerio de Economía de la Nación convocaron a técnicos del Observatorio de la Deuda Social, que depende de la Universidad Católica Argentina, para dialogar de los métodos utilizados en la confección de sus monitoreos sobre niveles de pobreza.
El cambio de postura del gobierno resulta llamativo. Hace apenas cuatro meses, el ministro Axel Kicillof calificó de “ridículos” los datos sobre pobreza e indigencia publicados por el Observatorio. Y hace algunas semanas, el funcionario insistió en que estos informes son “metodológicamente poco serios”.
Ahora, el hecho de que el gobierno se reuniera con los técnicos que trabajan junto a la Universidad Católica Argentina constituye un gesto importante: por primera vez, el kirchnerismo les dio entidad a estos informes que difieren profundamente con los datos oficiales confeccionados por el Indec.
Pero eso no es todo. Para algunos analistas, la dura posición de Cristina en las Naciones Unidas con relación al capital especulativo y a los métodos utilizados por las grandes potencias para enfrentar al terrorismo internacional, también pudo haber sido influida por su reciente encuentro con Francisco. De todos modos, se trata de meras especulaciones.
Cristina y Ariel Lijo
Francisco no es un improvisado en materia política y, mucho menos, en cuanto a la política interna de la Argentina. En este sentido -y sin intenciones de herir la susceptibilidad de quienes sólo lo miran desde los ojos de la fe-, se trata de un ser humano, tan falible como cualquier mortal: el Papa puede tener grandes aciertos, pero no está exento de cometer errores.
El problema, en todo caso, radica en la permanente tendencia de muchos por proyectar en este hombre pensamientos que no les son propios. Y entonces, Francisco termina enmarañado en las redes de la lógica maniquea que se impone en la Argentina.
La última reunión entre el Papa y Cristina en El Vaticano provocó, quizá por primera vez, críticas hacia el Sumo Pontífice. Tal vez la situación no fue reflejada con total crudeza por los medios de información tradicionales -incluso los más acérrimos opositores al gobierno-, pero sí se hizo evidente a través de las redes sociales, donde el supuesto anonimato alienta a muchos a decir lo que realmente piensan.
Sin embargo, habrá que advertir que el mismo Francisco que almorzó con Cristina y se fotografió con dirigentes de La Cámpora, es el que hace poco tiempo recibió al juez federal Ariel Lijo, el magistrado que investiga al vicepresidente Amado Boudou y que tanto incomoda al kirchnerismo.
“Está bien ser prudentes. Pero si la prudencia se convierte en inacción, eso es cobardía”, le dijo el Sumo Pontífice al juez durante la larga charla que mantuvieron en El Vaticano.
Por estos motivos, el peor error que se podría cometer es intentar decodificar las palabras y gestos de Francisco de manera lineal y superficial, tratando de encasillarlo de acuerdo con los intereses de los distintos sectores que forman parte del tablero político local.
Quienes se sorprendieron e incomodaron con el Papa por haber recibido nuevamente a Cristina y a la tropa camporista, deben recordar que no fue él quien los invitó, sino que se trató de una solicitud que llegó desde la Casa Rosada. ¿Qué hubiese sucedido si Francisco rechazaba el pedido de audiencia?
Si eso ocurría, el impacto sobre la política interna hubiese sido mucho mayor, sobre todo viniendo de un hombre que desde siempre reclamó diálogo y consenso.
Es probable que a Jorge Bergoglio efectivamente le preocupe el camino de transición política que ya recorre el país y que, por ese motivo, esté dispuesto a hacer lo que tiene a su alcance para contribuir a un proceso racional y en paz.
Durante el año que resta hasta las próximas elecciones, tanto Cristina como los opositores intentarán sacar todo el rédito posible de sus vínculos con Francisco. Y, seguramente, el Papa continuará recibiéndolos a todos, aun sabiendo que en la mayoría de los casos sólo se busque en él un botín político. Sin embargo, lo que suceda en la Argentina dependerá de los argentinos.
Cristina seguirá siendo Cristina. La oposición continuará siendo lo que fue hasta ahora. Y Francisco, seguirá siendo el mismo Jorge Bergoglio capaz de criticar la corrupción, recibir al juez Lijo o dialogar afablemente con la presidente.
De lo único que no hay dudas es de que, si mañana el cardenal de Buenos Aires fuera elegido Papa, a nadie se le ocurriría en la Televisión Pública seguir emitiendo Paka Paka.