El kirchnerismo sufrió un verdadero cachetazo en Capital Federal. Si bien todas las encuestas anunciaban un triunfo de Mauricio Macri frente a Daniel Filmus, veinte puntos de diferencia representan un título demasiado impactante como para no sufrir el sacudón. Hay derrotas y derrotas. Y ésta es de las que no permiten al derrotado hacerse el distraído o inventar excusas salvadoras.
No quedan dudas de que a Filmus lo votó el núcleo duro del kirchnerismo. Se trata de alrededor del 25 por ciento del electorado de Capital Federal. Salvando algunas particularidades territoriales -en Santa Fe, Agustín Rossi no alcanzó ese caudal de votos en las internas de mayo-, la cifra se repite en el resto del país.
Ésta es la base electoral del gobierno. Estos son los que se declaran kirchneristas por convicción. Los que miran 6 7 8 y de vez en cuando se lanzan a navegar la nube de blogueros K, los que están absolutamente seguros de que se trata de un modelo superador, los que sinceramente consideran que los pecados del kirchnerismo -arrogancia, maniqueísmo, manejo autocrático de recursos, sospechas de corrupción, etc.- son un mal necesario para impedir que "los otros" -que en su momento se encargaron de cometer su propia lista de pecados- lleguen al poder.
Para este 25 por ciento del electorado no hay matices, del otro lado está la derecha, "la corpo"; Clarín y los periodistas profesionales que, por el simple hecho de serlo y de cobrar un sueldo porque viven de su profesión, se transforman en mercenarios. Los más radicalizados son aquellos que se consideran parte de una suerte de "cultura kirchnerista", novedosa mezcla de recuerdos de los setenta -entre los que tienen más de 50 años-, de consignas setentistas -entre los más jóvenes, quienes no vivieron la dictadura- y de un toque de tecno-glamour, todo ello perfectamente aceitado por una fabulosa caja de recursos estatales distribuidos a discreción.
La piedra fundamental
De cara a las próximas elecciones presidenciales, Cristina Fernández de Kirchner cuenta con esta piedra fundamental sobre la cual sostener sus aspiraciones. Y no es poco.
Presentar los guarismos de las elecciones porteñas como un adelanto de lo que ocurrirá en octubre podría representar un error. Es que, además del núcleo duro kirchnerista, al menos hasta hoy el gobierno sigue captando la preferencia de parte del sector independiente o apolítico, que no encuentra alternativas viables en una oposición desgranada, cargada de contradicciones, protagonista de luchas por un poder que ni siquiera tiene.
Esa franja -que sigue siendo la que define elecciones en la Argentina- parece poco dispuesta a cambiar. No sólo porque la oposición no logra salir a flote de sus propias miserias, sino porque difícilmente una sociedad pueda resistirse a las mieles del consumo.
Sobre la Argentina no sobrevuelan -al menos todavía- vientos fuertes de cambio. Por ese motivo, los porteños ratificaron a Macri -quien evidentemente debió tener aciertos para lograr semejante caudal de votos-. En lo que va del año, sólo los catamarqueños optaron por renovar la política. En Santa Fe, todo indica que el FPCyS mantendrá el poder.
Existen distintas razones que llevan a los votantes a modificar el rumbo.
La primera -y más evidente- se produce frente a problemas graves: el menemismo perdió cuando ya no le fue posible disimular la corrupción generalizada y cuando la convertibilidad languidecía. La Alianza lo hizo cuando quedaron en evidencia sus contradicciones y por la decisión de mantener con respirador artificial una convertibilidad con muerte cerebral.
La segunda razón aparece por el cansancio de un electorado que, simplemente, busca renovar el aire debido al paso del tiempo: en 2007, la mayoría de los santafesinos votó por el cambio después de 23 años. En bastiones radicales, ganaron los peronistas. Donde había peronistas, llegó el Frente Progresista.
El caso de Chile resultó paradigmático y demostró que el electorado también puede decidir cambiar porque las cosas están bien: Sebastián Piñera, el candidato de centroderecha, ganó luego de 20 años de gobiernos exitosos de la Concertación. Las bases eran tan firmes, que los chilenos no consideraron riesgoso probar otra cosa.
En esta Argentina 2011 no se vislumbran -al menos todavía- las razones que suelen provocar la búsqueda de un cambio en el escenario político. Es que las cosas no están tan bien, ni tan mal, como para tomar riesgos innecesarios, sobre todo cuando la oposición no ofrece garantías.
Sin embargo, los tres meses que faltan para octubre representan una eternidad en la política nacional. Luego de Capital Federal, Cristina Fernández deberá sortear otros duros escollos que seguramente harán mella en el halo de invencibilidad que hasta ahora la rodeaba: en Santa Fe, el candidato de Binner parece dirigirse a la victoria; en Córdoba, el kirchnerismo no logra hacer pie.
Al gobierno se le achican los márgenes como para cometer errores. Con el núcleo duro kirchnerista, no alcanza.