El tono de los anuncios del dúo Boudou-De Vido sorprende. Si algún desprevenido bajara el volumen del televisor y se limitara a observar los rostros de los espadachines del gobierno mientras hablan, podría convencerse de que están dando buenas noticias o tarareando el estribillo de alguna de las canciones favoritas del ministro de Economía. Pero no. En realidad y a pesar de sus sonrisas, les están diciendo a los argentinos que es hora de sincerar las tarifas mentirosas de los servicios públicos.
En otras palabras, lo que están reconociendo es que la burbuja ilusoria de un dólar quieto, servicios regalados (en Capital Federal y Gran Buenos Aires, claro) e inflación falaz, se pinchó. Antes de tiempo, quizá. Porque lo ideal para el gobierno hubiese sido que la fantasía durara, por lo menos, hasta diciembre. Pero la rebelde burbuja reventó antes. Y entonces, Cristina no tendrá la posibilidad de presentar las actuales medidas como parte del nuevo modelo para los próximos cuatro años, sino como una corrección a las apuradas del rumbo de su primera gestión.
A pesar de los rostros alegres del dúo Boudou-De Vido, lo que el gobierno está haciendo es reconocer sus errores. O mejor dicho, sus engaños. Porque Cristina y los suyos sabían que la situación era insostenible y que hubiese sido menos doloroso para todos que adoptaran una serie de medidas graduales desde hace tiempo. Pero la tentación de postergar las decisiones dolorosas e impopulares hasta después de los comicios de octubre fue irresistible.
De hecho, muchos decidieron votar por ese status quo de ficción, a pesar de que hasta el más distraído o el menos informado de los argentinos sabía que la maraña de subsidios nacionales representaba una verdadera olla a presión que tarde o temprano debería ser abierta para evitar que estallara.
La capacidad histriónica del dúo Boudou-De Vido es envidiable. Actúan como si nada preocupante ocurriera y como si ellos nada tuviesen que ver con la forma en que durante los últimos años se repartieron subsidios y se falsearon estadísticas.
Ahora hablan como si estuvieran dando buenas noticias. Presentan los recortes de subsidios y las desesperadas medidas para contener la escapada del dólar como logros del gobierno, como si fuesen valientes decisiones adoptadas por la actual gestión de manera responsable y en el momento adecuado.
Actúan como si no hubieran tenido nada que ver con la decisión de subsidiar el consumo de energía eléctrica a los bancos o al casino flotante de Buenos Aires. O como si recién se enteraran de que un rico de Puerto Madero o barrio Parque paga en concepto de energía eléctrica apenas un cuarto de lo que paga un pobre de la ciudad de Santa Fe.
Lo del dúo Boudou-De vido es, en realidad, una confesión. Con caras de acá no pasa nada, están confesando que la ciudad de Buenos Aires se lleva más de la mitad de los subsidios destinados a abaratar servicios como agua potable, gas natural o electricidad.
Cuando estas desigualdades eran denunciadas, el gobierno nacional acusaba a los críticos de “poner palos en la rueda”. Y los porteños se hacían los distraídos. Miraban hacia otro lado, pero ahora amenazan con suicidios en masa porque se les plantea la posibilidad de que el boleto del subte o de colectivo deje de costar 1,10 pesos -sí, 1,10 pesos- y se acerque a lo que vienen pagando los argentinos de segunda que viven en las provincias.
Ahora que el gobierno se enfurece en su intento por frenar la fuga de dólares, habría que preguntarle al dúo Boudou-De Vido cuántos millones de dólares se tiraron a la basura durante los últimos años brindando subsidios a bancos poderosos, a casinos de empresarios amigos y a muchos de los argentinos más ricos.
Aunque los rostros de Boudou y De Vido intenten disimular los problemas, los ministros saben perfectamente que están hablando de ajustes, de aumentos de tarifas, del sinceramiento de un “modelo” sustentado en demasiadas estadísticas falsas y distribución injusta de recursos.
Ambos saben que están dando malas noticias y reconociendo errores. De lo contrario, si realmente fueran buenas noticias, no serían ellos los encargados de comunicarlas. Ése es un beneficio sólo reservado para Cristina.
Las buenas nuevas siempre están en manos de la Presidenta. Para lo demás, está el dúo de ministros histriónicos.