No puede ser casual que alrededor de 140 personas decidan reunirse un martes por la noche y después de todo un día de trabajo en la vecinal de su barrio, para discutir sobre un problema puntual. Eso es lo que acaba de suceder en jurisdicción de Mariano Comas, donde una sorprendente cantidad de vecinos confluyó en el mismo lugar y a la misma hora, movilizados por la preocupación generada por una inseguridad creciente.
El flagelo del delito y la violencia parece haberse transformado en el principal desafío para el gobierno de la provincia. Sin embargo, se trata de un problema que con el tiempo comenzará a afectar de manera inevitable la imagen de los gobiernos municipales en las ciudades más afectadas por el fenómeno.
Más allá de que algunas estadísticas oficiales indiquen que no existe una multiplicación en el número de hechos delictivos, lo cierto es que la comunidad en general percibe otra cosa.
En la ciudad de Rosario, los enfrentamientos entre grupos armados y el afianzamiento territorial de bandas vinculadas con el narcotráfico resulta inocultable.
El gobierno de la provincia reclama de la Nación una política general para enfrentar el problema, pero desde el poder central no parecen existir estrategias serias, de mediano y largo plazo, tendientes a proteger a la Argentina del avance de los narcos.
Sin embargo, con enarbolar la bandera de la inacción del gobierno central no alcanza. De hecho, el socialismo gobierna la ciudad de Rosario desde el 10 de diciembre de 1989. Quienes hoy conducen los destinos de la provincia, no pueden verse sorprendidos por este estallido de violencia. Debieron advertir, enfrentar y denunciar con anticipación este proceso, que se viene gestando, por lo menos, desde hace dos décadas.
Mientras tanto, en la ciudad de Santa Fe el delito parece estar cambiando de perfil. Hasta hace apenas cinco años, el principal desafío pasaba por frenar una creciente ola de homicidios que, por lo general, se producían por un proceso de resolución violenta de conflictos personales.
Se batieron récords de asesinatos. Sin embargo, y aunque pueda resultar incómodo decirlo, el fenómeno parecía lejano porque golpeaba sobre todo a los barrios más apartados del centro. Por lo general, allí vivían víctimas y victimarios.
Hoy, no existe rincón alguno de Santa Fe que esté exento de la posibilidad de convertirse en escenario de algún hecho delictivo. Las noticias sobre asaltos a comercios, arrebatos callejeros o robos en casas de familia, se multiplican de manera exponencial.
En estos momentos, y mientras el problema se potencia ante la mirada de todos, la ciudadanía observa azorada cómo algunos dirigentes políticos sólo parecen interesados en obtener algún rédito cortoplacista de la situación.
La inseguridad general y la irresponsabilidad de algunos, sólo contribuyen a incrementan el malestar y el miedo entre el ciudadano común. Un círculo vicioso que difícilmente pueda conducir a encontrar una luz en este callejón cuya salida, por ahora, no parece estar a la vista.