En la sociedad argentina, los términos medios no abundan. Se trata de un país donde los extremos suelen imponerse con llamativa y desgastante facilidad. La historia política y social del país refleja claramente que el péndulo difícilmente logra aquietarse en un punto de equilibrio.
Y en este contexto, desde aquel “Que se vayan todos” de 2001-2002 en el que muy pocos creían en la política y en sus protagonistas, la Argentina se convirtió en un país profundamente politizado. Hoy, el debate es permanente y, como no ocurría desde los años previos a la última dictadura o durante la primavera democrática de 1983, la política se filtra en cada conversación, en cada ámbito.
A primera vista se trata de un fenómeno positivo. De hecho, el debate de ideas es siempre fructífero. Sólo así pueden construirse desde cimientos firmes las verdaderas sociedades democráticas.
Sin embargo, la situación cambia rotundamente cuando esa politización se transforma en un enfrentamiento constante que se profundiza de manera progresiva; cuando un sector se empeña en utilizar todos los recursos a su alcance para imponer sobre el resto sus ideas e intereses.
Durante los últimos años, el discurso y los métodos del gobierno nacional favorecieron y hasta promovieron la profundización de las diferencias. Ésta parece ser una estrategia conscientemente planteada desde el oficialismo, que demuestra estar dispuesto a acallar cualquier intento de disidencia.
Ni siquiera los matices parecen tolerables. Tanto es así, que hasta los políticos supuestamente integrantes del mismo signo político del gobierno central, sufren el escarnio público cuando se atreven a expresar una voz tenuemente disonante frente al coro de voces oficialistas. El bonaerense Daniel Scioli es un claro ejemplo en este sentido.
Para la oposición real, la situación es aún más difícil. A sus propios errores, miserias y aspiraciones personales que suelen primar sobre los intereses generales, se suma el hecho de que el kirchnerismo ha logrado centralizar un poder monumental a partir de la utilización político-partidaria de los recursos públicos.
En estos momentos, los opositores carecen de estructura, recursos y hasta de escenarios desde donde plantear alternativas a este modelo de pensamiento y praxis política. El Congreso Nacional está dominado por el kirchnerismo y los mismos partidos políticos se aproximan a la noción de entelequia.
Además, el gobierno se encargó de hacer “desaparecer” a los políticos opositores a través de un relato oficial minuciosamente planificado: no resulta casual que, para la Presidente y sus más cercanos voceros, los medios de comunicación hayan pasado a ocupar el lugar que le corresponde a la oposición política. Los medios informan y analizan lo que ocurre, pero no compiten en elecciones.
En definitiva, las divisiones políticas están alcanzando en el país niveles angustiantes y perturbadores. Lo importante, es detectar estos signos a tiempo, para que el péndulo se aquiete en un punto de equilibrio que garantice la racionalidad y la convivencia.