Las máscaras se caen y eso siempre es bueno, más allá de lo que detrás de ellas quede al descubierto. La verdad, aunque a veces desagradable y hostil, es lo más saludable. La mentira, en cambio, invita a generar un escenario ficticio que, tarde o temprano, se resquebraja hasta desplomarse.
Las manifiestas fisuras en la relación entre Hugo Moyano y el kircherismo están demoliendo un discurso falaz enarbolado por unos y otros durante años, sobre la base de las necesidades mutuas y conveniencias políticas.
Todavía no queda claro en qué momento la relación comenzó a resquebrajarse. Algunos aventuran que el motivo del desencuentro habría sido una discusión telefónica entre el camionero y Néstor Kirchner pocas horas antes de la muerte del expresidente. Otros, en cambio, sostienen que Cristina Fernández de Kirchner siempre desconfió del sindicalista y decidió sacarlo del escenario cuando éste comenzó a reclamar en público un espacio político que la presidenta nunca estuvo dispuesta a otorgarle. Si algo quedó claro desde la muerte de Néstor, es que Cristina está decidida a centralizar el poder de manera absoluta y que sólo lo compartirá con un minúsculo círculo de confianza.
Lo cierto es que, durante el armado de las listas de candidatos para las últimas elecciones nacionales, se hizo evidente que la relación estaba quebrada. Por decisión de Cristina, miembros de La Cámpora terminaron ocupando los lugares que Moyano ansiaba.
Ahora, en medio de una pelea de difícil pronóstico, Cristina y Moyano comienzan a decir lo que realmente piensan uno del otro.
Según la presidente, Moyano pasó a ser un chantajista y extorsionador por haber endurecido su postura hacia el gobierno al rechazar un tope de aumento en las negociaciones paritarias de este año.
Sin embargo, Moyano no era chantajista ni extorsionador cuando ordenaba bloquear con sus camiones las salidas de diarios de tirada nacional a principios del año pasado. Por entonces, un fallo judicial ordenó a la Policía Federal que garantizara la circulación, pero una orden del gobierno determinó que las fuerzas de seguridad se mantuvieran al margen y no actuaran.
Moyano, por su parte, se dio cuenta recién ahora que, como “chirolitas”, los ministros sólo dicen lo que Cristina les ordena; y descubrió que la presidenta suele rodearse de “bufones” que aplauden a rabiar en cada acto público.
Pero hasta el año pasado, el gremialista sólo tenía elogios para el gobierno y llegó a ubicar a la mandataria “entre las seis o siete mayores intelectuales que tuvo la historia de nuestro país”. Difícilmente un intelectual de fuste necesite rodearse de obsecuentes o de bufones.
La presidente y el sindicalista son los mismos. Sólo cambiaron las circunstancias. Y en este nuevo contexto, las palabras parecen estar adquiriendo para ellos nuevos significados.