El poder suele embriagar. Extasiados, los poderosos con frecuencia pierden de vista los límites que la realidad impone. Se sienten omnipotentes y eternos. Como si nada hubiese existido antes que ellos y nada pudiese sobrevivir a su inevitable ocaso.
Frente a la omnipotencia, las leyes y los límites que éstas imponen carecen de sentido. Cualquier intento por establecer reglas a quien ostenta el poder absoluto resulta una contradicción evidente. El todopoderoso se convence de que es la ley. Y entonces, sus deseos se convierten en postulados incontrastables.
En marzo de 1977, hacía y dos años y medio que Richard Nixon se había visto obligado a renunciar a la Presidencia de los Estados Unidos, involucrado en un caso de espionaje, sabotaje y abuso de poder conocido como “Watergate”. Desde su dimisión había guardado absoluto silencio, hasta que finalmente aceptó, a cambio de dinero, realizar una serie de cuatro entrevistas con un animador televisivo inglés, llamado David Frost, que incluso dieron pie a la película Frost/Nixon, estrenada en 2008.
Los primeros tramos de aquellos reportajes fueron manejados hábilmente por Nixon. Sin embargo, sobre el final de las charlas se produjo un momento revelador del pensamiento íntimo del expresidente y de su concepción del poder.
– Nixon: Cuando se está en esa oficina, a veces se deben hacer muchas cosas que no son siempre, en el sentido estricto de la ley, legales. Pero uno las hace porque son del interés de toda la nación.
– Frost: Perdón… Para entender correctamente, ¿usted está diciendo que en ciertas situaciones el presidente decide que puede hacer algo ilegal, por el interés de su país?
– Nixon: Estoy diciendo que, cuando el presidente lo hace, quiere decir que no es ilegal.
– Frost: ¿Cómo dijo?
– Nixon: Eso es lo que creo… Pero me doy cuenta de que nadie más comparte esa opinión.
En el otro rincón del mundo
Treinta y cinco años después, en un escenario diferente y en un país ubicado en el otro extremo del mundo, un grupo de políticos está convencido, como Nixon, de que el que ejerce el poder está por encima de las leyes, que no tiene límites, que los votos invisten de omnipotencia y eternidad al elegido. Como si nada hubiese existido antes que él y nada pudiese sobrevivir a su inevitable ocaso.
El kirchnerismo se muestra decidido a instalar en la opinión pública la idea de que, reformar la Constitución Nacional para que Cristina Fernández pueda ser re-reelecta, no representa una clara violación al sistema jurídico vigente. Incluso, algunos referentes del sector van más allá. No hablan de la re-reelección, sino que directamente plantean la posibilidad de una “Cristina eterna”. Como alguna vez lo hiciera Néstor en Santa Cruz. Lo que en política suele describirse como “ir por todo”.
Claro que no es la presidenta la que plantea en público ese deseo. Para eso, como siempre, están los voceros que supuestamente deciden aventurarse por su cuenta y suplicarle al poderoso del momento que no se le ocurra siquiera pensar en abandonar alguna vez el cargo. Para eso están los Amado Boudou, los Carlos Kunkel o las Diana Conti. Y si no son ellos, ya aparecerán otros.
Hace un año que Conti habló de la eternidad de la mandataria. Y el vicepresidente Boudou dijo recientemente que “los temas constitucionales hay que debatirlos ahora y no dentro de tres años”. Y luego profundizó: “No es tiempo de hablar de ingenierías electorales. Lo que sí sé es que la Argentina ha encontrado una líder, que es mucho más que una gobernante”.
Claro que el kirchnerismo no está siendo novedoso al manifestar esta pulsión por el poder eterno. En abril de 1996, apenas cuatro meses de haber asumido su segunda presidencia, Carlos Menem ya ventilaba su decisión de reformar nuevamente la Constitución para acceder a un tercer mandato.
El desenlace de aquella aventura es conocido. Menem dedicó gran parte de su segundo gobierno a lograr su re-reelección. Los problemas del país se agravaron, las correcciones necesarias a la política económica nunca se aplicaron, las internas se profundizaron y, finalmente, perdió el poder que había construido durante toda una década.
En una de sus últimas apariciones en público, Cristina pronunció una serie de frases que desnudaron cuál es su íntima concepción del poder: “Esta Presidenta ha sido elegida por más del 54{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} de los argentinos -dijo al anunciar el último aumento para los jubilados-. Los que piensen diferente, que tienen todo el derecho a hacerlo, los que creen que se deben hacer cosas diferentes desde la Presidencia, lo que tienen que hacer es participar en un partido político y si te votan, hacés lo que a vos te parece”.
Así como Nixon estaba convencido de que “cuando el presidente lo hace, quiere decir que (el delito) no es ilegal”; Cristina sostiene que el elegido está habilitado para hacer lo que le parece, por el mero hecho de haber sido votado. No importa lo que digan las leyes o lo que establezca el sistema. Para el elegido no hay límites. El poder, para él, es absoluto.
Cuando Nixon se sintió habilitado a violar la ley por el simple hecho de ser el poderoso de turno, inició un camino sin retorno que lo llevó al declive definitivo. Cuando Menem puso su deseo de eternidad por delante de sus obligaciones de presidente, comenzó a sufrir una caída de la que no tuvo retorno.
Ahora, Cristina se muestra convencida de que el 54{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} de los votos la habilita a todo. Incluso, a auscultar la reacción de la ciudadanía -eso es lo que están haciendo- frente a una posible reforma de la Constitución Nacional para establecer un sistema que le permita continuar en el poder.
La presidenta debería mantener sus pies sobre la tierra, sin olvidar que los votos son volátiles. Hoy están y mañana se evaporan. Los que hoy aplauden, no dudarán en levantar el dedo acusador cuando el contexto cambie.
Algunos sostienen que, así como el kirchnerismo implantó la reelección indefinida en Santa Cruz, intentará hacerlo indefectiblemente a escala nacional. Sin embargo, el futuro no tiene por qué estar sometido a los designios del pasado.
Los errores cometidos por Nixon y Menem los transformaron irremediablemente en sinónimos de fracaso. Pero la presidenta cuenta con una ventaja invalorable. Cristina Fernández tiene en sus manos la posibilidad de no incurrir en desaciertos de los que no tendría retorno, porque su historia aún está siendo escrita. El final sigue abierto. Las características del desenlace, dependen de ella.