Desde hace algunos años, el común de los argentinos se encuentra en una incómoda y desgastante línea de fuego entre quienes aseguran que el país atraviesa el mejor momento de su historia y los que pregonan de manera incesante situaciones catastróficas que, al menos hasta ahora, continúan postergándose.
Frente a tal escenario, la sociedad se encuentra dividida en, al menos, tres grandes sectores. Por un lado, quienes defienden el discurso oficial a pesar de los problemas y de las incongruencias evidentes entre la realidad y algunos aspectos el relato gubernamental. Por otro, los que son incapaces de reconocer algún acierto en la gestión cristinista. Finalmente, un grupo cada vez mayor que expresa un verdadero hartazgo ante dichas visiones antagónicas y que intenta sacar sus propias conclusiones frente a la realidad que le toca vivir.
Dentro de este grupo social, mayoritario y reacio a creer en recetas mágicas y en verdades absolutas, se profundiza día a día la preocupación sobre qué puede suceder en el corto y mediano plazo con la economía. Es que, más allá del país ideal que describe el discurso del gobierno y de los cataclismos que anuncian los más acérrimos opositores, existen variables que revelan problemas inocultables que no parecen estar siendo enfrentados y cuyas consecuencias provocan incertidumbre y temor crecientes.
La historia del país está plagada de historias semejantes, de supuestos paraísos terrenales que terminaron destrozados frente a una realidad que, tarde o temprano, terminó por imponerse. Y como siempre sucedió y seguirá ocurriendo, es el ciudadano común quien más pierde, el que menos defensas tiene a su alcance para mitigar el impacto provocado por las fantasías que de repente se convierten en pesadilla.
Desde hace cinco años, la inflación se mantiene en niveles que oscilan entre el 20 y el 25 por ciento en la Argentina. En un principio, el gobierno insistió en se trataba simplemente de un efecto secundario de las elevadas tasas de crecimiento de las que disfrutaba el país. Sin embargo, aquel crecimiento se redujo drásticamente, mientras que los niveles inflacionarios mantuvieron su escalada ascendente.
Existen ejemplos cercanos de países que lograron crecer a ritmos similares al de Argentina, pero cuyos gobierno adoptaron medidas tendientes a mantener la inflación bajo control.
Y entonces, cuando las evidencias del deterioro del valor de la moneda nacional fueron indisimulables, muchos optaron por refugiarse en el dólar para que sus ahorros no se esfumaran. El gobierno necesitó desesperadamente de la divisa norteamericana para hacer frente, entre otras variables, a la importación de combustibles luego de años de falta de inversiones en el país. Frente a este contexto, llegó el cepo cambiario y la historia por todos conocida.
Datos de la realidad
Hoy, la realidad indica que la confianza en la moneda nacional se ha perdido por completo. De hecho, muchos están dispuestos a pagar 8 pesos por cada dólar. Es verdad que, como dice el gobierno, se trata de un mercado pequeño. Pero también es cierto que, tarde o temprano, los precios internos tienden a ser arrastrados por el valor del dólar paralelo, cuya cotización creció más del 16{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} en enero . Lo que está sucediendo con el mercado inmobiliario es un claro ejemplo en este sentido.
¿Qué sucedería si el gobierno abriera el cepo cambiario? La respuesta es simple: millones de personas intentarían cambiar sus pesos por dólares y se dispararía la cotización oficial.
Se insiste en que se trata de un “fenómeno cultural” del argentino promedio. Sin embargo, habría que preguntarse por qué ese mismo “argentino promedio” no corría a comprar dólares hasta 2007, año en que la inflación interna comenzó a dispararse.
Las estadísticas oficiales -sí, las oficiales- indican que la industria de la construcción sufrió en 2012 su mayor caída desde la gran crisis de 2002. Según el Indec, en diciembre pasado la actividad registró un derrumbe del 8{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} frente al mismo mes de 2011. De este modo, para el acumulado anual, la construcción sufrió una baja de 3,2{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c}.
Queda claro que existen razones suficientes como para mirar el futuro con preocupación. Y aquí no se trata de “cadenas del desánimo”, ni de “cadenas de la fantasía”. Se trata, simplemente, de la realidad.
Parafraseando a Cristina Fernández -quien desde Vietnam tuiteó: “Una siente que la historia la roza como una leve brisa”-, podría decirse que el argentino promedio ha vivido -y sufrido- lo suficiente como para saber cuándo la brisa puede mutar en tormenta.
El gobierno debería tomar medidas cuanto antes para corregir las variables económicas. Postergándolas, negando los problemas e insistiendo en describir falsos paraísos terrenales, sólo contribuirá a profundizar el impacto futuro pues, tarde o temprano, la realidad termina imponiéndose.
Y el común de los argentinos, cansado de sentirse subestimado, lo sabe.