Caso Schocklender: la verdad no es de izquierda, ni de derecha

Poco a poco lo accesorio va cayendo; se va derrumbando. Poco a poco el viento de las denuncias comienza a transformarse en una tempestad irrefutable de evidencias. Los árboles que tapaban el bosque empiezan a perder las hojas y detrás de ellos se vislumbra el meollo del asunto. No resulta fácil llegar al núcleo del problema. Es que se trata de un tema delicado, doloroso, cargado de símbolos, de batallas ganadas y perdidas, de reclamos justos, de voces acalladas, de historias de vida que están y de muchas que ya no están.
Pero poco a poco los velos van cayendo y la trama poder-política-dinero-Madres-Schocklender-corrupción comienza a develarse. La contundencia de los hechos llevaron a la mismísima Hebe de Bonafini a tildar de “estafadores” a los protagonistas de una historia a la que ella, apenas un par de días antes, había calificado de “pelotudez”. Y hasta Héctor Timerman comenzó a quedarse solo en su infantil intento de tildar de “malparidos” a quienes “no están a favor de Hebe de Bonafini”, como si el problema fuera meramente ideológico.
‘La investigación debe hacerse a fondo, incluida Hebe‘, dijo Luis D’Elía . ‘Hay que saber llevar el pañuelo, porque atrás están los 30.000 desaparecidos‘, dijo Taty Almeida, de Madres Línea Fundadora. ‘Me duele porque esto puede empañar la política de derechos humanos‘, dijo Marta Vásquez, del mismo sector. “Hebe no puede estar ajena a lo que pasó en Madres”, dijo Estela de Carlotto, titular de las Abuelas.
Pero el problema de fondo tampoco es Hebe, aunque a ella le cabe gran parte de la responsabilidad por haber entregado la bandera de la lucha de las Madres a un partido político. El meollo del asunto va más allá, aunque muchos prefieran quedarse en las circunstancias, en lo superficial, en los árboles que tapan -o tapaban- el bosque.
Y así aparecen quienes desesperadamente intentan aprovechar lo que está sucediendo para obtener algún mezquino rédito político. Ya se frotan las manos, analizan encuestas, esperan ansiosos que el escándalo de las Madres taladre los cimientos del apoyo que expresa un sector importante de la sociedad hacia Cristina Fernández de Kirchner. Es que no es un momento cualquiera. En apenas semanas deberán confirmarse las candidaturas a la Presidencia de la Nación. Y no será lo mismo una elección con Cristina, que sin ella. Eduardo Duhalde, por ejemplo, dijo que “lo que pasa en la Argentina no tiene precedentes”. Pero sabe que miente. Él sabe perfectamente que, si algo caracterizó a la historia política de este bendito país, fue la corrupción generalizada.
Aparecen otros que simplemente acusan y desautorizan a todo aquel que se atreva a hablar de lo que sucede, o a reclamar un manejo transparente de los fondos públicos y castigo para quienes, por acción u omisión, permitieron que se llegara a estos extremos. Es más fácil tildar de ideológicos dichos reclamos, que aceptar la posibilidad de que se hubieran cometido errores. La que dijo que “hay que saber llevar el pañuelo” fue Taty Almeida. Aunque duela, lo importante es saber la verdad. Ocultarla sólo lleva a incrementar el problema, a seguir tapando el bosque, a negar el meollo del asunto.
El problema de fondo no son las Madres. Sin embargo, el problema de fondo se mantuvo oculto durante tanto tiempo justamente porque fueron ellas unas de las protagonistas de esta trama. En algunos casos el tema fue acallado por temor o porque no resultaba políticamente correcto develarlo.
En otros, lo hicieron por meros intereses políticos. Es que el gobierno se había apropiado de la bandera de la lucha por los derechos humanos y cualquier mancha sobre esa bandera representaría un duro golpe al poder político de turno.
Una prueba de esto es que, en junio de 2010, un grupo de diputados de la Coalición Cívica se presentó ante la Unidad de Investigaciones Financieras (UIF) para denunciar supuestos delitos en el manejo de los fondos que recibían las Madres. Nadie hizo nada. “Sin novedades”, se les respondía cada vez que consultaban sobre el asunto. Entre los denunciantes figura la diputada Elsa Quiroz, presa política durante la última dictadura. En su caso, no permitió que lo ideológico o el dolor de su propia historia prevalecieran sobre sus obligaciones.

Un nuevo escenario
Pero las circunstancias han cambiado. Ya no será tan sencillo esconder evidencias, mirar hacia otro lado o no investigar. Oculto durante tanto tiempo y negado durante algunos días, el escándalo parece haberse convertido en una verdadera bola de nieve con la capacidad de arrasar con quien pretenda impedir su paso.
Negar la realidad servirá de poco. Ahora será la hora de investigar a fondo, de recabar evidencias, de castigar a culpables y a cómplices.
Creer que los controles del Estado sobre el manejo de los fondos públicos serán más eficientes a partir de este escándalo suena a utopía. Lo más probable es que pronto aparezcan algunos chivos expiatorios y que por un tiempo se cuiden las formas, hasta que el próximo capítulo de corrupción salte a la escena pública.
Pero, tal vez, lo ocurrido termine convirtiéndose en un soplo de aire fresco para una organización como las Madres de Plaza de Mayo y otros organismos de derechos humanos. Es que se rompieron los diques de contención y ahora todos se atreven a criticar la manera en que se hacían las cosas. Es cierto que algunos lo hacen con intencionalidad mezquina, pero otros se expresan con sinceridad y buena voluntad.
Tal vez sea una oportunidad para comprender los riesgos que representa entregar estas banderas a un partido político en particular. Y para comprender los alcances contaminantes del dinero, sobre todo cuando proviene del poder mismo.
Tal vez sea una posibilidad de comprender que buenos y malos, santos o estafadores, no son propiedad exclusiva de ningún sector ideológico. Que las críticas no son necesariamente malintencionadas. Que la militancia no puede estar por sobre la contundencia irrefutable de los hechos.
Cuando el 30 de abril de 1977 un grupo de mujeres comenzó a caminar de manera silenciosa en la Plaza de Mayo pidiendo saber el paradero de sus hijos, estaban dando una verdadera lección. En aquel momento, ellas dejaron en claro que la búsqueda de verdad y Justicia era el núcleo del problema en un país que había optado por la ilusión de creer que los problemas podrían solucionarse de otra manera.
La verdad y la Justicia no son de derecha, ni de izquierda. Ese es el meollo del asunto. Y es lo que habrá que reclamar con fuerza en esta trama de poder-política-dinero-Madres-Schocklender-corrupción. Para que las hojas de los árboles que tapan el bosque, sigan cayendo. Sin verdad, no hay futuro mejor. Esa debería ser, nuevamente, la verdadera lección.

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Elsa Quiroz – La diputada de la Coalición Cívica da su mirada sobre el caso Schoklender