El famoso “54{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} de los votos” obtenidos por Cristina Fernández en las elecciones de 2011 se hizo trizas. Aun asumiendo como válida la forzada decisión del gobierno de sumar todos los votos del país -sin tener en cuenta que se trató de una elección distrital-, habrá que decir que el kirchnerismo obtuvo anoche apenas el 26{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} de los sufragios.
Una lectura superficial de la situación podría concluir que al oficialismo se le evaporaron nada menos que 28 puntos porcentuales en apenas dos años. Y eso es cierto.
Sin embargo, las consecuencias de lo sucedido ayer son mucho más profundas: el gobierno perdió anoche su mayor capital simbólico, pues aquel 54{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} de votos representó un verdadero mazazo para la oposición y para todos los que se atrevieron a plantear otro modelo de hacer política en la Argentina.
Desde lo político, el 54{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} se convirtió para el kirhnerismo en una suerte de coraza protectora, en un argumento casi irrefutable, en una bandera capaz a aplastar cualquier atisbo de cuestionamientos.
Pero, a partir de anoche, esa coraza, ese argumento, esa bandera; se esfumaron. Y, entonces, el escenario nacional plantea un novedoso plano de equilibrios. Nuevas puertas se entreabren. Otras alternativas son posibles. Y, aunque nada garantice tiempos mejores, este contexto resulta desde todo punto de vista saludable.
Vaya paradoja. A pesar de su evidente juventud, el pibe que le negó el saludo a Mauricio Macri en plena mesa de votación terminó transformándose en el símbolo de un modelo político que parece haber quedado en el pasado. Es que, en este nuevo escenario de equilibrios y desvanecido el capital simbólico del 54{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c}, no queda lugar para la prepotencia.
Hace tiempo que el gobierno tomó nota de esta situación. De hecho, el kirchnerismo pasó de la repulsión hacia los “tibios” como Daniel Scioli, a cobijar al gobernador de Buenos Aires y su estilo a lo largo de la campaña. Incluso, el perfil del derrotado Martín Insaurralde dista del desafiante “¡Vamos por todo!” exclamado por Cristina Fernández en febrero de 2012 en la ciudad de Rosario.
Sergio Massa, el gran triunfador en el mayor distrito electoral del país, hizo un culto -por momentos casi exasperante- de la no confrontación.
En toda la Argentina, la ciudadanía premió con su voto a políticos cuyos perfiles distan del agravio y los discursos grandilocuentes: Hermes Binner en la provincia de Santa Fe, Julio Cobos en Mendoza e, incluso, Sergio Urribarri en Entre Ríos, son claros ejemplos de esta tendencia.
El caso de Jorge Obeid merece un párrafo aparte. Político de raza, sorteó dos gobernaciones conservando un aceptable nivel de imagen positiva en la provincia, pero terminó pagando caro su falta de coherencia: nunca logró el apoyo de los kirchneristas, y despilfarró la confianza que en él depositaban quienes no lo son. Su objetivo de mínima era mejorar el desempeño electoral de Agustín Rossi, pero no pudo lograrlo.
Un nuevo capítulo político acaba de escribirse en la Argentina. Y si bien nada es definitivo, queda claro que desde hoy la bandera inexpugnable del 54{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} de los votos kirchneristas pasó a formar parte del pasado.
A partir de ahora, los perdedores intentarán reinventarse. Los ganadores buscarán fortalecerse. Pero todos estos movimientos se producirán en novedoso plano de equilibrios.
Sobre todo en el peronismo, se avecinan tiempos realineamientos personales y estratégicos.
Esta vez, y a diferencia de lo ocurrido en los últimos años, el final del juego está abierto.
Es una novedad para la Argentina. Y que no parezca poco.