No fue una semana más en la Argentina. En cuestión de días, al menos tres elementos constitutivos de la esencia del país actual hicieron eclosión y se conjugaron para conformar un cóctel por momentos agobiante.
En primer lugar, fue la semana en la que centenares de miles de personas disconformes con el gobierno nacional volvieron a ocupar el espacio público de las principales ciudades.
El 18A mostró similitudes y diferencias con manifestaciones anteriores. Las semejanzas estuvieron a la vista de todos. La escena general y los elementos constitutivos de las protestas fueron prácticamente un calco de lo ocurrido el 8 de noviembre del año pasado.
Pero algunas cosas cambiaron. En el caso del 18A, se produjo la participación manifiesta de dirigentes de partidos opositores, quienes hasta ahora habían evitado aparecer en las marchas por el temor a ser también blanco de los reproches de la gente. Lo que se les reclamó, en realidad, es que dejen de lado sus egos y sean capaces de conformar una alternativa política de contrapeso al kirchnerismo. Por ahora, no parece sencillo que eso ocurra.
Se pudo observar, además, otro matiz. Mientras el 8N se respiró un clima caracterizado por la bronca -el cepo al dólar acababa de endurecerse-, el 18A mostró un ambiente de preocupación, sobre todo por el grosero avasallamiento que el Ejecutivo está dispuesto a realizar sobre el único poder de la República que no puede manejar a su antojo: la Justicia.
El otro elemento constitutivo de la Argentina actual que hizo eclosión en las últimas horas se vio reflejado en lo que sucedió en el Congreso de la Nación. Mientras en las calles centenares de miles de personas protestaban, el kirchnerismo daba media sanción en el Senado al proyecto oficial que regula la posibilidad de dictar medidas cautelares en casos donde el Estado esté involucrado. La Justicia necesita ser reformada. Pero no de esta manera.
Es que, para la lógica del oficialismo, quien gana las elecciones tiene derecho a “ir por todo”. Lo dijo públicamente Cristina Fernández en Rosario. Y lo repiten cada vez que pueden sus más cercanos colaboradores como, por ejemplo, el jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, quien ante cada reclamo de quienes no votaron por el gobierno, los invita a conformar una alternativa política y a competir en las próximas elecciones.
Pero el malestar creciente de gran parte del país y la decisión del gobierno de “ir por todo” no fueron los únicos elementos que se manifestaron con crudeza durante esta semana. El tercer factor que se hizo evidente es la decadencia del debate público y político en la Argentina. Fue la semana en que dos personajes denunciaron los hechos más graves de corrupción de los últimos diez años, pero pocas horas después aseguraron que simplemente habían mentido.
En su edición del miércoles último, el diario uruguayo El Observador publicó un editorial titulado “Envueltos en un escándalo bizarro”. Hablaba de lo que sucede en esta orilla del Río de la Plata: “Hay que remontarse al escandaloso caso Coppola en los 90 para recordar un momento en que la bizarra mezcla entre política, corrupción, farándula y Poder Judicial generara un escenario tan explosivo. Como entonces, los programas políticos de la TV cable y los chimenteros de la TV abierta coincidieron en el tema, en un espectáculo al que la opinión pública argentina asiste fascinada, asqueada o divertida”.
No fue una semana más en el país. En cuestión de días, la Argentina quedó al desnudo. Y la imagen que la realidad refleja es, por lo menos, poco alentadora.