Fue una semana políticamente tensa y en la que, por momentos, los principales protagonistas estuvieron a punto de sobrepasar los límites de la sensatez. Cuando se anunció que los camiones que transportan combustibles volverían a circular por el país, se percibió una inmediata sensación de alivio.
Ahora, las miradas están puestas en lo que suceda el miércoles próximo, cuando los sindicatos aliados a Hugo Moyano inicien una huelga general y acudan en manifestación a Plaza de Mayo. Será una expresión de fuerza. El gobierno ya activa mecanismos disuasivos entre los adherentes, en tanto que sindicatos enfrentados con el camionero siguen con atención los acontecimientos para decidir sus próximos pasos en este juego de poder.
Ahora, Moyano enarbola un reclamo que encolumna a la clase media. El mínimo imponible del Impuesto a las Ganancias permanece en niveles irrisorios. La voracidad del gobierno se sufre, pero difícilmente modifique su postura en el corto plazo por dos razones: porque el fisco necesita imperiosamente de recursos; y porque de hacerlo estaría otorgando al camionero un triunfo político.
De todos modos, la puja sindical y el reclamo por Ganancias apenas forman parte de la superficie visible de una puja mucho más profunda, que echa raíces en el seno del peronismo. Lo que comienza a vislumbrarse, en realidad, son los primeros síntomas de reacomodamiento dentro un partido que, cuando no encuentra una oposición con cierto grado de fortaleza, la genera dentro de sus filas.
Cuando el año pasado Cristina Fernández borró al sindicalismo de las listas de candidatos a legisladores nacionales, sabía que estaba jugando una carta fuerte y que, tarde o temprano, le traería consecuencias. El aplastante triunfo en las presidenciales postergó la reacción del gremialismo herido y del peronismo apartado del eje del poder. Sin embargo, aquel rechazo a las decisiones de la mandataria no desapareció, sino que se mantuvo latente.
Desde el momento en que Amado Boudou cayó en desgracia, se esfumó la figura de quien parecía ser el elegido por Cristina para encarnar una posible sucesión en el kirchnerismo en 2015.
El lugar quedó vacante. Boudou se parece demasiado a un muerto político. Y entonces, al oficialismo le quedan dos alternativas: generar una nueva figura con posibilidades electorales, o intentar una reforma constitucional que habilite a Cristina para un nuevo mandato.
Por eso, las elecciones legislativas del año próximo son cruciales. Quien logre controlar al Congreso, tendrá la llave para abrir o cerrar la puerta a una nueva Constitución.
En los últimos días, algunas figuras de peso en el peronismo comenzaron a marcar límites al apetito kirchnerista de poder eterno: José Manuel De la Sota fue a la Justicia para reclamar fondos del Anssés; Daniel Scioli se fotografió con Moyano, se reunió con Roberto Lavagna y, como Juan Manuel Urtubey, reconoció sus aspiraciones presidenciales.
La lucha interna en el peronismo recién comienza. Lo importante, por ahora, será que esta puja no ponga en jaque la gobernabilidad del país.