Hace tiempo que la “cuestión Malvinas” dejó de ser un problema que sólo atañe a la Argentina y al gobierno británico. La aventurada decisión de invadir las islas en 1982 trajo aparejada una profunda transformación en el status de los habitantes de las islas, hasta entonces considerados ciudadanos de segunda por el Reino Unido. Frente a este nuevo contexto, el escenario de cualquier discusión diplomática tendrá indefectiblemente a tres protagonistas, ya que los isleños no pueden ser obviados.
La Argentina puede esgrimir documentos históricos para cimentar su postura y reclamar por sus derechos de soberanía sobre el archipiélago. Los británicos, mientras tanto, continuarán fundando su posición en el concepto de que los isleños tienen el derecho de ejercer la libre determinación sobre su situación internacional. Y los habitantes de Malvinas, no muestran la menor intención de establecer un vínculo con sus vecinos argentinos.
Aunque para la mayoría suene injusta y violatoria del derecho internacional, ésta es la realidad, y de nada servirá negarla. Sólo las estrategias pensadas a partir de esta situación -por más inaceptable que parezca-, permitirán mantener viva cualquier alternativa de acercamiento. Aunque ésta sea tenue e, incluso, incierta.
Ante este escenario, la Presidencia de la Nación acaba de dar un paso en falso. Durante los últimos días, se conoció un spot publicitario protagonizado por un deportista argentino que competirá en los Juegos Olímpicos a realizarse este año en Londres. El deportista aparece entrenando en distintos sitios clave de Malvinas. El mensaje final es que, para triunfar en tierras inglesas, es necesario prepararse duro en suelo argentino.
El spot fue realizado en Malvinas durante marzo pasado, mientras se disputaba una maratón internacional en el archipiélago. La idea surgió de una agencia de publicidad y las grabaciones se hicieron de manera clandestina, sin la correspondiente autorización del gobierno de las islas.
La filial local de la agencia publicitaria ofreció el producto a diversas empresas privadas nacionales e internacionales, pero todas se negaron a comprarlo. Hasta que apareció la Presidencia de la Nación, que decidió adquirir el spot como una manera de homenajear a los caídos en la guerra.
Apenas el material tomó estado público, desde el reino Unido el canciller William Hague criticó lo sucedido y ratificó que su país no cambiará de postura sobre el tema. En la Argentina, la publicidad profundizó los sentimientos nacionalistas de muchos, quienes incluso llegaron a experimentar cierto orgullo por lo sucedido.
Pero la respuesta de Londres y la reacción argentina no son lo más importante en el actual escenario. La clave está en el efecto que el spot produjo entre los habitantes de Malvinas, quienes lo calificaron de “propaganda barata”, se declararon engañados, burlados y decepcionados por lo ocurrido.
La única consecuencia real de la emisión de estos avisos fue, entonces, haber incrementado la desconfianza de los isleños hacia la Argentina. Una conclusión que en nada contribuye a alcanzar el objetivo final de negociar para lograr alguna injerencia sobre el archipiélago.
Si el gobierno no advirtió que éstas serían las únicas consecuencias internacionales de la emisión del spot, demuestra un profundo grado de improvisación e incapacidad en el manejo del principal conflicto diplomático que tiene en sus manos.
Y si en algún momento supuso que esto sucedería, pues entonces tomó la decisión de manera irresponsable, pensando sólo en provocar un golpe de efecto que se parece demasiado a la manipulación y a la demagocia vacía para consumo interno.