Con una facilidad sorprendente, Cristina se adueñó de cada rincón del escenario político nacional luego de las elecciones.
Es verdad que el desgranamiento de la oposición facilitó las cosas y que el peronismo se encolumna instintiva y automáticamente detrás de quien detenta el poder. Sin embargo, también es cierto que en cuestión de semanas la presidenta arrebató a sus contrincantes las escasas banderas que aún mantenían enarboladas.
Comenzó a desarticular la insostenible, indescifrable y hasta injusta maraña de subsidios. El proceso recién comienza y los resultados finales son todavía una incógnita. Pero quienes reclamaban con vehemencia estas medidas, hoy reconocen -con lógica y sana cautela- que se transita por el camino correcto.
En Santa Fe, el socialismo deberá enfrentar pronto la misma encrucijada con relación a los subsidios que vienen favoreciendo a los habitantes de quince ciudades, gracias a los cuales gozan de un servicio barato de agua potable y cloacas. A menores niveles de subsidios, sobrevendrán mayores tarifas. Tarde o temprano, esta ecuación se hará realidad.
Para quienes se quejaban por la excesiva injerencia de Hugo Moyano en las decisiones del gobierno, la Presidenta tuvo lo suyo. No sólo adelantó que el reparto de ganancias en las empresas no prosperará, sino que se dio el lujo de vapulear públicamente al sindicalista.
Hoy, este Moyano débil y con cuentas pendientes en la Justicia, parece ser de lo más funcional para el gobierno. Es que un líder sindical fuerte representaría un problema frente a los ajustes que vienen; mientras que un líder gremial acólito del poder difícilmente sería tolerado por las bases cuando las quejas sociales comiencen a surgir.
La escapada del dólar que tanto dio que hablar hace apenas un par de semanas, parece haberse aquietado. Lo que amenazaba con transformarse en una tormenta, fue apenas un ventarrón. Cara a cara, Cristina les reprochó a los grandes empresarios haber apostado por una devaluación traumática. Y aun así la aplaudieron a rabiar.
Como si todo esto no fuera suficiente, también les arrebató a los críticos la bandera del aumento sostenido de los precios. Por primera vez, pronunció la palabra inflación. Con todas sus contradicciones y con el Indec falseando la realidad. Pero Cristina mencionó el término. Reconoció el problema y de esta manera ahogó las voces de quienes reclamaban que lo hiciera.
Por ahora, cada rincón del escenario pertenece a la Presidenta. Pero la gran pregunta es durante cuánto tiempo ocupará con tanta soltura la totalidad de la escena.
El estilo cristinista de concentrar cada una de las decisiones importantes tiene sus riesgos. Es verdad que cada acierto fortalece su figura. Pero también es real que las dificultades que se avizoran en el horizonte la pondrán a prueba e incrementarán las posibilidades de que trastabille.
Así como hoy se le atribuyen a Cristina todos los éxitos del gobierno, de un momento a otro podría convertirse en “la madre de los desaciertos”. Son los riesgos de un estilo tan personalista de gestión, sin verdaderos equipos de trabajo y donde el requisito de la lealtad ciega suele imponerse por sobre las capacidades y la experiencia.
En gran medida, la respuesta a estos interrogantes dependerá del contexto económico general; pero también de la capacidad de Cristina de sellar alianzas y de brindar respuestas a sectores que hoy le responden a pesar de ser heterogéneos e, incluso, antagónicos.