Cuando Héctor Macaruc -capitán de la Fuerza Aérea, nacido en Lanús- levanta la mirada, se encuentra con un paisaje maravilloso y único, pero también agreste e inhóspito. Es que no resulta sencillo convivir con una sensación térmica de 40 grados centígrado bajo cero y con vientos que suelen llegar a los 230 kilómetros por hora.
Pero Héctor Macaruc no está solo, ni arrepentido de haber elegido vivir allí. Junto a otros 58 argentinos, es uno de los habitantes de la Base Antártica Esperanza, a más de 3.600 kilómetros al sur de la ciudad de Santa Fe.
Se trata de una pequeña aldea compuesta por algo más de 30 viviendas, construidas sobre el hielo y la roca. Allí funcionan una escuela y hasta una radio AM y FM. Todo funciona gracias al trabajo del personal de las Fuerzas Armadas, de un grupo de científicos, una familia de docentes y un 15 niños que viven una experiencia única junto a sus padres.
Cada uno sabe lo que tiene que hacer como para evitar inconvenientes que en el continente serían sencillos de resolver, pero que podrían ocasionar enormes problemas en la Antártida: “Estamos aquí durante un año. Llegamos el 22 de febrero y no podremos regresar, salvo alguna emergencia, hasta el verano próximo”, explica Macaruc.
“Vivir en este lugar es una experiencia única, pero conlleva situaciones que ponen en riesgo la vida y la salud”, insiste.
– ¿En qué cambia la vida de una persona que atraviesa una experiencia semejante?
– Hay un antes y un después. Aprendés a ver las cosas de otra manera. Yo comprendí que el chiquitaje y los detalles que todos los días nos consumen la vida, no nos marcan el espíritu. Esta experiencia te da una perspectiva más amplia de para qué estamos en esta vida”.
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Capitán Héctor Macaruc – Base Antártica Esperanza